Image: Sergio del Molino

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El Cultural

Sergio del Molino: "Mi generación ha encontrado un filón en lo rural"

20 abril, 2016 02:00

La España vacía es lo que queda lejos del mar. Comprende las dos Castillas, Extremadura, Aragón y La Rioja. Si quitamos Madrid ("un agujero negro en torno al que orbita un gran vacío") la España vacía ocupa el 53% del territorio. Y en ella vive el 15,8% de la población. Un error en la proyección Mercator de los mapa-mundi hace que España parezca un país más pequeño de lo que es, un territorio compacto, a la manera europea, en el que cabemos bien, juntos pero sin rozarnos, 46,4 millones de personas. Pero no es cierto. España es enorme (504.645 kilómetros cuadrados, por los 357.021 de Alemania o los 301.336 de Italia) y, si quitamos la costa y un puñado de ciudades impracticables, está preocupantemente despoblada, en algunos sitios hasta niveles siberianos. Han pasado dos años desde que Sergio del Molino (Madrid, 1979) publicó Lo que a nadie le importa (Random House), un libro en el que está, dice, el germen de esta España vacía (Turner) que publica ahora. No es su primera incursión en el ensayo, aunque sí la más coherente con el proyecto literario que viene armando desde su debut literario en 2009, con los relatos de Malas influencias, y que incluye una reflexión consciente sobre lo hispánico, sobre el paisaje y su manera de conformar identidades. Hay dos Españas más allá de las tópicas, defiende este libro. Una es urbana y europea; la otra, rural y despoblada. La cuestión es por qué se llevan tan mal entre ellas. Pregunta.- ¿Cómo cree que enriquece su ficción un acercamiento teórico como el que hace en La España vacía? Respuesta.- Es verdad que este es un ensayo sobre algo que está contenido en mi narrativa. Como escritor siento la necesidad de interpelar a la gente que vive a mi alrededor, a mis contemporáneos, al aquí y al ahora. Se trata de pensar, como escritor, qué somos, y cuál es nuestra herencia cultural. Es algo además que echo de menos en la narrativa española, y que es muy común en Francia, en Inglaterra o en Estados Unidos. P.- Advierte que su visión será literaria, pero sí que entra en los terrenos sociológicos, políticos, demográficos. ¿Tenía algún reparo por tocar materias tan distintas, y que quedan fuera del campo de la literatura? R.- Sí, y también por eso decidí incluir casi trescientas notas. Soy consciente de que me he metido en muchos terrenos especializados. Pero es que me parece necesario no dejar solo al albur de los especialistas la reflexión sobre el país. Es sano que los escritores nos metamos en este tipo de cosas, que saquemos estas discusiones del terreno académico. Yo lo he intentado, desde el rigor y siendo consciente de cuál es mi posición. P.- Como en sus novelas, aborda el ensayo desde una perspectiva autobiográfica. ¿Tiene alguna teoría sobre por qué prefiere la primera persona? R.- Tiene que ver con una preocupación casi moral. La moral en literatura se expresa a través de opciones estéticas, y a mí me preocupa mucho quién cuenta las cosas. Me preocupa mucho no ser portavoz de nadie. Creo que vivimos una hipertrofia de portavoces. Gente que quiere ser la voz de los 'sinvoz', que es algo que a lo mejor los 'sinvoz' no quieren. Me gusta la gente que habla por sí misma. Es uno de los temas clave de mi literatura: preguntarnos quién nos cuenta la historia, y si nos están contando nuestra historia otros o la estamos contando nosotros. P.- En este ensayo, los 'sinvoz' son perfectamente localizables. Por ejemplo en Las Hurdes. R.- Sí, Las Hurdes pertenece a esa parte del país que ha sido contada por otros. No tener siquiera la posibilidad de poner su historia en primera persona ha alimentado además en ellos el rencor, el resentimiento. P.- Ese resentimiento se transforma a menudo en una hipersensibilidad a veces delirante de los habitantes de la España vacía con todo lo que toque su terruño, como vivió Azorín en su viaje a La Mancha... R.- Sí, y a mí me están preguntando mucho si no me da miedo haber herido esa sensibilidad con el libro. Yo considero que esa susceptibilidad del mundo rural español está plenamente justificada, porque de verdad han sido despreciados y maltratados durante generaciones.

Del Molino radiografía la España vacía, "despreciada y maltratada durante generaciones"

P.- ¿Son los mitos de la España Negra y el del beatus ille los que más operan hoy en el imaginario urbano español? ¿No es capaz la ciudad de ver con normalidad a los del interior? P.- Tradicionalmente no ha sido capaz. Y es tan perniciosa una reducción como la otra. Son dos formas de no ver al otro, de ni siquiera entender quién vive al otro lado. Diría que sí son los estereotipos más extendidos: el del monstruo, el del criminal de Puerto Hurraco, y el que considera a la gente del campo depositaria de una verdad ancestral que a nosotros, los urbanitas, nos es negada. Yo intento poner en evidencia estas dos vertientes, la primera de forma muy clara; la segunda, que es igual de nefasta aunque esté más aceptada socialmente, de un modo un poco más sutil. P.- Habla del "gran trauma" para explicar las peculiaridades demográficas españolas, que en poco se parecen a las de Europa, hoy prácticamente un continuo urbano. ¿En qué consistió ese gran trauma? P.- Las causas en realidad se vienen gestando desde por lo menos la Edad Media. Y podríamos hablar de la mesta, o de la expulsión de los moriscos. Pero lo más cercano sí que es lo que he llamado exageradamente el gran trauma. La industrialización brutal de los años 50 y 60, cuando los principales núcleos urbanos del país se triplicaron. Catorce provincias entraron en lo que se ha llamado el declive rural, del cual no se han recuperado todavía. Han pasado 40 años y estamos todavía digiriendo las consecuencias. Es un fenómeno que aquí ha tenido lugar 100 años después que en Francia y 150 años después que en Inglaterra. P- ¿Favoreció Franco el declive rural? Recuerda en el libro que él extendió esa idea del campo como verdadera esencia de la patria, pero al mismo tiempo arrasó el medio rural. R.- Es cierto, y por eso es tan evidente su doble moral. Como todos los nacionalismos descarnados, el franquismo buscó en el campo la esencia de la nación, de ese catolicismo a ultranza, del Cid campeador y los campesinos de la meseta. Las ciudades eran una mezcla muy impura. Pero actuando en nombre de esta gente, el franquismo se dedicó a destruir y a arrasar el campo forzando la industrialización, sin compensar en absoluto los daños que generó el éxodo rural. Un ejemplo es la total falta de planificación con que se asumió el crecimiento de las ciudades, y que propició enormes bolsas de miseria y hambre. P.- ¿Se han demostrado los planes de desarrollo incapaces de revitalizar el medio rural? R.- Se han hecho muchas cosas, muy bien intencionadas, desde España y desde Europa. Se ha intentado de todo, y lo que se ha conseguido, que no es poco, es que la gente viva en la España vacía con unos niveles muy aceptables de bienestar. Faltan infraestructuras, pero nadie está sin médico, no hay niños sin escolarizar, no hay grandes carencias. Lo que no se ha conseguido en los últimos 40 años de acción política es que los habitantes de estas zonas encuentren un encaje, un medio de vivir en el mundo desarrollado. P.- Establece diálogo con otros autores que ya se han ocupado de la España vacía, como los del 98, pero también con algunos más inmediatos, como Llamazares u otros de su edad. ¿Cree que a su generación le corresponde contar el campo de otra manera? R.- No sé si le corresponde, pero sí que ha encontrado un filón. Mi generación vive en un país con el discurso nacional roto. Ya no hay nación a la que interpelar; las naciones son un relato, y el relato de España se lo apropiaron un grupo de fascistas. Así que para marcar distancia con el fascismo ha habido que marcar distancias con España. Eso, que forma parte de nuestra identidad como escritores, hace que por una parte estemos huérfanos. Pero sí creo que existe una conexión fantasmal con la España vacía. Eso sí es una corriente de fondo que veo en muchos colegas de generación: la necesidad volver a las raíces míticas, a los orígenes familiares. No tanto para narrar el campo como para narrarse a sí mismos.