Max Hastings: "El espionaje es un trabajo que conduce a la locura"
El historiador británico Max Hastings publica La guerra secreta. Espías, códigos y guerrilla 1939-1945 (Crítica), un monumental tratado que ofrece una visión global del papel que jugó el espionaje durante la Segunda Guerra Mundial.
20 abril, 2016 02:00Max Hastings
La imagen del espionaje que nos han legado el cine y la literatura nos remite a un mundo de elegancia y misterio con un trasfondo de cierto romanticismo. Pero esa no es la realidad que nos muestra el historiador británico Max Hastings (Londres, 1945) en La guerra secreta. Espías, códigos y guerrilla 1939-1945 (Crítica), un amplio estudio sobre los servicios de inteligencia durante la Segunda Guerra Mundial en el que no hay lugar para las idealizaciones. El autor ahonda en el papel real del espionaje desmontando mitos, aclarando aspectos oscuros y desvelando episodios y personajes desconocidos, con una vocación global, que huye de los tópicos de buenos y malos: "Muchas veces tendemos a escribir la historia de una manera nacionalista. Los alemanes, por ejemplo, tenían sus propias organizaciones descifradoras, algunas muy buenas que tuvieron enormes éxitos especialmente en el mar, donde los aliados perdieron uno de cada cuatro barcos. Pero esto queda opacado porque los alemanes perdieron la guerra".
De la pléyade de nombres que conforman esta historia del espionaje destacan dos figuras que además funcionan como opuestas. El primero es Winston Churchill, que "fue el hombre que apostó por la inteligencia y le dio un papel predominante, lo que permitió la reunión en Bletchley Park de las mejores mentes de su generación". Algo que desembocaría en los grandes éxitos en descifrado de mensajes de guerra que todos conocemos. El otro fue Stalin, que debido a su actitud paranoica "desaprovechó la mejor red de espionaje que ha existido nunca". Pero no se detuvo ahí. "La mitad de los agentes rusos que volvieron en 1945 tras servir a Rusia en el extranjero fueron enviados al gulag o fusilados". Un ejemplo más de la dureza real de este oficio, que no es el camino de rosas que nos ha vendido la cultura popular. "Algunos de los oficiales más brillantes de inteligencia de todos los países se han vuelto locos por la naturaleza de su trabajo".
Pregunta.- Habla del escaso valor real de la información obtenida mediante el espionaje, calificándola de "desperdicio", ¿fue rentable la guerra secreta?
Respuesta.- Lo fundamental es reconocer que la inteligencia por sí sola no puede ganar guerras. Es una gran ayuda, pero al final, aunque obtengas la información, necesitas además el poder real para poder ganar las batallas. Así que uno tiene que tener cuidado. Es totalmente cierto que la inteligencia produce una montaña ingente de información, y que el 99% es un desperdicio. Pero ese mínimo porcentaje útil, ese 1% restante, es tan inmensamente valioso que compensa.
P.- "El MI6 valora la información de forma proporcional a su secretismo mucho más que a su exactitud", afirma. ¿El mundo del espionaje genera cierta psicosis?
R.- Esa es una tendencia fascinante que persiste hoy en día, como muchas otras cosas de este periodo. A menudo escribo artículos avisando a nuestro gobierno, que en este momento está destinando enormes recursos en la inteligencia secreta olvidando la política de los ministerios de exteriores. Mi experiencia al escribir historia del siglo XX es que muy a menudo los buenos embajadores y diplomáticos pueden proporcionar una inteligencia igual de buena que la secreta. Los ministros ingleses están obsesionados con la inteligencia secreta, es una especie de enfermedad. Creo en el valor de la inteligencia, pero por otro lado, mucha gente que trabaja como espía se vuelve loca, principalmente porque tu día a día es la traición.
P.- Esta época vive una gran explosión del espionaje, ¿cuáles fueron las causas determinantes?
R.- Lo más importante en este sentido es la aparición del desciframiento de códigos, que cambió la naturaleza de los trabajos de inteligencia. Antes de la comunicación sin cables los espías eran la única manera de conseguir información, pero una de las grandes lecciones de la Segunda Guerra Mundial es que los espías eran personas muy emocionantes pero no cambiaban mucho las cosas, pero los descifradores sí que lo hicieron. Winston Churchill fue el primer líder que entendió lo decisivamente importante que podía llegar a ser la inteligencia, y concedió su apoyo y sus recursos a Bletchley Park. La mayoría de la gente que trabajaba allí era muy extraña, académicos con el pelo largo, muy impuntuales, y los británicos fueron lo suficientemente listos para permitirles ser quienes eran, así de extravagantes.
P.- Los años previos a la guerra sufrieron el auge del nazismo, las purgas en la URSS... ¿cómo vivió el espionaje este caldo de cultivo?
R.- Lo más importante que hay que recordar y entender en todo el periodo de los años 30, no solamente en el espionaje, es que la revolución bolchevique no tenía ni 20 años. Para comprender el contexto en Europa hay que entender que cualquiera que tuviera propiedades en cualquier país tenía mucho más miedo de los bolcheviques que de los fascistas, como quedó claro precisamente en la guerra de España. Esto es fundamental, porque los servicios de inteligencia en los años 20 y 30 están totalmente volcados en Rusia y en los comunistas, y no se preocupan por los nazis.
Equipo de descifradores de códigos de Bletchley Park, que reunió a las mentes más brillantes de su generación como Alan Turing o Bill Tutte
P.- Muchas veces la información existía pero no se le daba crédito, como en el caso de la invasión nazi de la URSS o de Pearl Harbor, ¿qué factores llevan a desoír advertencias así?
R.- Es un error común al ser humano que hasta que algo no ha ocurrido somos muy reacios a creerlo. No hay duda, es muy extraordinario que Roosevelt y los líderes americanos no se hubieran preparado para el ataque sobre Pearl Harbor pero es muy difícil comprender, incluso si eres un general o un presidente que va a pasar algo diferente. Los americanos pensaban que era evidente que si Japón entraba en guerra con Norteamérica, perdería. Stalin también pensó que era evidente que tras firmar un pacto con Hitler, éste nunca atacaría Rusia. Uno de los mayores errores que todos los gobiernos cometen con la inteligencia es que ven las cosas a través de su propia lógica y no de la de los demás. Hay un informe muy bueno de posguerra de un oficial británico que trabajaba en la inteligencia adjunta de Churchill que decía, "cuando cometimos errores casi siempre fue porque subestimamos la cabezonería de Hitler".
P.- Y sin embargo también hubo grandes éxitos, como la "Operación Marte" en Stalingrado o el mismo Día D.
R.- "Marte" es para mí una de las historias más fascinantes de la guerra. Releía los documentos una y otra vez porque me parecía imposible de creer y lo discutí mucho con mi amigo Antony Beevor, que sabe más de Rusia que yo. Me sigue pareciendo brutal la idea de que Stalin sacrificó 77.000 hombres para esta operación de engaño, pero no hay duda, Stalin dejó pasar la información deliberadamente para movilizar al ejército alemán. Es increíble. En cuanto al Día D, en aquel entonces la inteligencia británica ya se fiaba más de los llamados "engaños sin cables" que de los agentes dobles. La farsa que se montó de un ejército aliado ficticio retransmitiendo por radio desde Kent, sorprendió a Alemania mucho más que el trabajo de espías de campo, porque en el 44 la confianza de Berlín en la inteligencia alemana no era muy alta.
P.- También desmiente la exagerada reputación de los servicios secretos británicos, construida en buena medida gracias a la literatura y el cine.
R.- A los británicos siempre nos han encantado los espías, siempre hemos tenido una atracción romántica por el negocio de la inteligencia secreta. Cuando era joven conocí a mucha de esta gente, amigos de mis padres sirvieron en la Francia ocupada, gente del SOE, y eran personas muy apasionadas que me encantaban. Pero ahora que tengo 70 años y una visión más fría, creo que lo que estaban haciendo estos espías les daba más placer a ellos de lo que influyó realmente en la guerra. En el pasado los británicos teníamos la idea de qué listos somos y qué bien lo hicimos, pero cuando lo ves desde un punto de vista global no es así para nada. Aún así, lo extraordinario sobre los británicos es que nuestro ejército en la Segunda Guerra Mundial no era muy bueno, ni de cerca tan bueno como el alemán, pero la maquinaria de guerra británica, el conjunto de todas las piezas, también la inteligencia, era mejor; en parte porque conseguía incorporar a los mejores y los utilizaba bien, como en el caso del descifrado de códigos.
P.- Destaca además el desastroso espionaje alemán, ¿se debió a figuras internas como el almirante Canaris, opuestas al régimen?
R.- No creo eso que se afirma de que Canaris estaba trabajando en secreto para los aliados, simplemente pienso que era muy incompetente. Fue realmente desastroso lo ineficaz que fue la inteligencia alemana. Es cierto que tuvieron buenos descifradores, pero sus espías tenían grandes gastos y algunos ni siquiera enviaban informes. Al contrario que Churchill, Hitler no tenía ningún interés en la inteligencia que estaba en desacuerdo con sus ideas, igual que Stalin. Es un momento extraordinario cuando Keitel el jefe de defensa nazi le dio instrucciones al ejército alemán de que dejaran de enviar mensajes de inteligencia que pudieran disgustar al Führer.
Stalin envió a 77.000 soldados a una muerte segura para alejar al ejército nazi de Stalingrado
P.- Los soviéticos fueron la potencia preponderante en el espionaje. En un asunto donde pesa tanto el patriotismo, ¿qué influencia tuvo la simpatía de la que gozaba el ideal comunista en el extranjero?
R.- Claramente fue fundamental. Cuando escribes estos libros aprendes muchas cosas que no sabías, y una de las cosas de las que me he dado cuenta es de que había gran cantidad de simpatizantes comunistas en Gran Bretaña, y también en Norteamérica. Cientos de ciudadanos prominentes preparados para informar a los rusos. La red de espionaje rusa en Alemania fue infinitamente mejor que cualquier cosa que pudieran hacer el resto de los aliados. Por supuesto Stalin no escuchaba, pero esa gente era tan valiente y tuvo muertes terribles para nada, como Richard Sorge o la "Orquesta Roja".
P.- Acaba la guerra y la Unión Soviética pasa de aliado a enemigo comenzando la llamada Guerra Fría, ¿cómo evoluciona el espionaje, esas redes que ya estaban en marcha?
R.- Una de las historias más locas fue la de Reinhard Gehlen, que controlaba la inteligencia alemana en el Frente Oriental. Acabada la guerra ofreció sus redes a los americanos convirtiéndose en una figura importante en la Guerra Fría. Lo que no sabían en Washington, ni él mismo, es que todos sus informadores estaban bajo el control de Moscú. En cierto modo, a los servicios secretos occidentales les resultaba muy fácil adaptar su mentalidad al escenario de la Guerra Fría porque la mayoría de sus oficiales eran instintivamente anticomunistas. Pero por otro lado en el caso británico, varios de los oficiales de alto rango ya estaban trabajando para Moscú, fruto del gran despliegue durante la guerra. A pesar de todo lo dicho y visto en películas, sólo había unos cinco o seis espías de cada bando realmente útiles, pero lo que mantuvo su importancia fue todo lo avanzado en el desciframiento de códigos.
P.- Hoy en día el mundo del espionaje ha trascendido a lo militar y se inserta en la sociedad civil, ¿cuál es el papel de este espionaje en la actualidad?
R.- Una idea que siempre esgrimo en Inglaterra es que nuestros padres y abuelos tuvieron que luchar en la Segunda Guerra Mundial, o en la Guerra Civil, pero hoy no nos llaman para luchar. Personalmente no creo que volvamos a ver esos grandes choques de millones de militares, pero la amenaza del terrorismo musulmán es muy grave y estamos obligados a tener una visión más seria. En la situación actual las escuchas son cruciales dentro de esta lucha contra el terrorismo, por lo que creo que tenemos que aceptar un cierto grado de pérdida de nuestros derechos personales y nuestra privacidad a favor de la defensa y la seguridad pública. La pregunta que les hago a los que son críticos con estas medidas es: ¿si no nos defendemos de los terroristas con estos medios, de qué otra forma vamos a encontrarles?