El éxito español de Cannes
El sábado, último día del festival, encontré a Oliver Laxe sentado solo en un bistró, en las faldas del castillo de Cannes. Junto a otros dos periodistas, buscábamos un sitio donde celebrar la última comida antes de salir hacia el aeropuerto. Le dimos la enhorabuena por el premio de la Semana de la Crítica a Mimosas, una especie de western sobrenatural que el gallego ha rodado en el Atlas marroquí y que sedujo a jurado, críticos y espectadores. El cineasta nos invitó a sentarnos y comer con él, y también a viajar juntos después al aeropuerto de Niza en el coche que le había reservado la organización del certamen. En definitiva, tuvimos tiempo para hablar y comentar muchas cosas.
Uno de los temas de la conversación fue la voracidad del titular periodístico, que como sabemos no se suele llevar muy bien con el rigor y la realidad de las cosas. Nos contó Laxe que tuvo que llamar al periódico El País para que rectificara una falsa información recogida en la entrevista que le había realizado uno de sus corresponsales en Francia. En la primera versión publicada del texto –que hoy no se puede encontrar–, el periodista daba a entender que Mimosas, coproducción entre España, Francia y Marruecos, no había recibido ninguna contribución del ICAA, y que su financiación era principalmente francesa. Los dos supuestos son a todas luces falsos –en realidad, el ICAA aportó 220.000 euros–, de modo que el periódico no tuvo más remedio que rectificar en la versión web del artículo-entrevista.
Laxe entendió que el periodista quería hacer llegar con claridad un reproche implícito en la entrevista que mantuvieron –la falta de apoyo administrativo al cine español más necesitado, a pesar de sus sucesivos reconocimientos internacionales–, pero que para ello no era necesario tergiversar la realidad. El gallego ya había ganado con su primera película Todos vós sodes capitáns, producida de forma independiente y artesanal, el premio FIPRESCI de la Quincena de Realizadores de Cannes, y después de aquel éxito para el cine español imaginó que sería más fácil (incluso natural) obtener el respaldo del Ministerio en próximas convocatorias para próximas películas. Sin embargo, en las dos primeras solicitudes le fue denegada la ayuda, que forma parte de una porción del presupuesto del ICAA destinado a un cine de autor para el que hay muy poco dinero y demasiados intereses.
El éxito español en la reciente edición del festival de cine más importante del mundo plantea en cierto modo una contradicción respecto a las políticas cinematográficas propulsadas –o más bien proclamadas– desde el Estado. Por un lado, tanto el premio a Mimosas, como la Palma de Oro al mejor cortometraje (Timecode, de Juanjo Giménez), y la increíble recepción crítica, a nivel internacional, que tuvo La mort de Louis XIV de Albert Serra –coproducida con Francia y Portugal–, parece ofrecer un buen pretexto para mantener el statu quo. Pensarán algunos que si la ausencia de protección y el apoyo poco menos que testimonial a los proyectos más necesitados, que por su propia naturaleza se alejan de los códigos comerciales, se salda con este éxito, igual es que no hace falta reforzarlos con más ayudas. Por otro lado, solo cabe imaginar el protagonismo internacional que podría tener la vanguardia del cine español –de la que Laxe y Serra, que han estrenado prácticamente todas sus películas con éxito en Cannes, son claros portadores– si el cine más audaz contara con el debido respaldo institucional, en lugar de unas palmaditas en la espalda.
Con la nueva Ley de Cine, la indefensión del cine independiente no se corrige, más bien al contrario. El espíritu de la norma concede mayor protección a la producción cinematográfica generada por las televisiones y distribuida por los grandes grupos. La creación independiente que no se somete a los rigores de la industria, con presupuestos generalmente (por necesidad) inferiores al millón de euros (que solo por ese criterio ya tienen vedada la posibilidad de recibir subvención), tiene que mantener su actividad en una zona de intemperie fiscal y precariedad sistémica. Las ayudas del Ministerio y de las comunidades y regiones no cumplen en este caso con la función de protección cultural y artística que se le presupone.
La ley avanza por tanto a contracorriente del que debería ser el espíritu de toda ayuda estatal: proteger al débil, fomentar el arte de impulso no necesariamente comercial, pues de otra forma no podría hacerse. Seguramente es mucho pedir, pero quizá los recientes reconocimientos en Cannes a las creaciones de cineastas españoles –todas ellas, extraordinarias– podrían llamar la atención sobre la necesidad de replantear el modo en que se administran las escasas ayudas estatales a la creación cinematográfica. Oliver Laxe desde luego estaba encantado con los 15.000 euros del premio de la Semana de la Crítica: “La primera inversión en mi próxima película”. Los franceses se nos han vuelto a adelantar.