José Ramón Encinar
El director y compositor dirige el apartado musical de la obra 2 delirios sobre Shakespeare que se representa esta tarde y el sábado en los Teatros del Canal.
¿Realmente Próspero es el anciano sabio y generoso de
La Tempestad que gobierna la isla a la que ha sido desterrado junto a su hija Miranda? ¿Y Julieta realmente se ha suicidado junto a su amado Romeo? La respuesta a estas preguntas se encuentra en
2 delirios sobre Shakespeare,
un espectáculo compuesto por dos monodramas, Próspero: Scena y Julieta en la cripta que da una vuelta de tuerca al destino de estos dos personajes creados por el dramaturgo inglés. Pero este montaje "no es una ópera ni una obra de teatro al uso" como defiende su director musical el director y compositor
José Ramón Encinar (Madrid, 1954). Para el antiguo director de la ORCAM, en esta propuesta se da una simbiosis perfecta entre el apartado dramatúrgico, firmado por
Sanchis Sinisterra, dirigido por Tomás Muñoz e interpretado por Irene Bau y Manuel de Blas; y el musical, compuesto por
Alfredo Aracil e interpretado por los Solistas de la Orquesta Titular del Teatro Real y los madrigalistas son Mercedes Lario (soprano), David Azurza (contratenor) y Gerardo López (tenor). Un homenaje al bardo inmortal a través de una perspectiva diferente, de la deformación irónica de dos de sus personajes más emblemáticos.
Pregunta.- Reinterpretar la obra de Shakespeare son palabras mayores, ¿qué plantea
2 delirios sobre Shakespeare?
Respuesta.- La obra está pensada como un anticipo y una consecuencia de dos obras de Shakespeare. La pieza
Próspero: scena es una historia previa a
La tempestad, y en cambio
Julieta en la cripta es una especie de epílogo de
Romeo y Julieta. En cualquier caso lo que está claro es que no se verá una ópera, porque ni es una ópera ni es un melólogo.
Es un género diferente en el que la parte actoral recibe en muchas ocasiones la réplica de la parte orquestal y vocal, que en otras ocasiones hace la función de escenografía. La relación entre el texto recitado y la parte musical no tiene nada que ver con la convención operística ni dramatúrgica, es un género diferente y totalmente novedoso.
P.- Destaca la fuerza de la partitura, la música es casi un actor más, ¿cómo cobra esa importancia?
R.- En esta obra la música, la parte orquestal y vocal, juega un papel absolutamente polifacético. En determinados momentos crea un ambiente sonoro, el llamado en la actualidad espacio sonoro, pero en otros momentos es un actor más que da la réplica al intérprete. La parte vocal,
los tres madrigalistas, en muchas ocasiones actúan un poco como corifeos, avanzando lo que va a ocurrir o describiendo el espacio donde tendrá lugar la acción. En otros momentos el protagonismo es total, asumiendo la parte orquestal el peso del espectáculo.
P.- ¿Cómo de difícil es encajar esa parte musical con la escénica?
R.- Es algo muy complejo porque los actores tienen lógicamente sus estímulos, sus tiempos dramáticos, pero esa expansión del texto hay que dosificarla muy cuidadosamente. Hay correspondencias milimétricas entre texto y partitura, con una palabra debe coincidir un sonido específico. De hecho, la parte actoral está escrita en la propia partitura. Entonces no vale tener tiempos propios a nivel dramático, sino que
el actor tiene que sujetarse igual que se sujeta el cantante en la ópera: hay una partitura y los tiempos son los de la partitura, lo que genera una dificultad añadida para los actores.
P.- ¿Qué elementos musicales destaca de cada una de las piezas?
R.- La música es clave en las dos piezas. Por ejemplo
en la pieza de Julieta, aquello con lo que dialoga la protagonista, los fantasmas, los ruidos, son estímulos sonoros que escucha, no sabe muchas veces si dentro o fuera de su cabeza, pero son lo que le dan la réplica. En otros momentos habla supuestamente con Romeo, que está personificado sonoramente en la orquesta y las voces. Pero en el caso de Próspero no es menos importante. En un momento el personaje crea una tormenta para diversión de su hija Miranda, y esa tormenta es una tormenta sonora creada íntegramente por los instrumentos.
Un momento de la representación de Julieta en la criptaen los Teatros del Canal
P.- Ya participó en la
versión de 2009, ¿qué ha cambiado desde entonces?
R.- En lo que es la partitura ha habido pequeños cambios, pequeños mejoras que Alfredo Aracil ha efectuado. Mayores modificaciones ha habido en la puesta en escena, que es completamente diferente. Es una escenografía bellísima, con unos medios esenciales pero muy efectivos. Tomás Muñoz es un extraordinario escenógrafo y
ha creado una propuesta de exquisito gusto que está perfectamente adecuada a lo que es la obra musical. Porque estos dos delirios son una obra musical con una estética visual muy próxima al mundo de Alfredo Aracil, un mundo muy evanescente lleno de metáforas y sugerencias, y nunca de evidencias, y creo que así es la puesta en escena.
P.- Hace ya tres años que
dejó la ORCAM, ¿no echa de menos la titularidad?
R.- No, porque toda actividad tiene que cumplir un ciclo, y la renovación, tanto para el colectivo como para el responsable artístico, puede ser muy positiva.
He estado 13 años al frente de la ORCAM haciendo mi propuesta y ahora la formación debe seguir otro rumbo. Por mi parte no dejo de pensar en nuevos proyectos, algunos ya realizados y otros todavía por acometer, pero siempre pensando en la música como factor fundamental de la cultura.
Un concierto o cualquier manifestación musical debe ser una propuesta cultural, no un mero entretenimiento. Debe ir acompañado de algo que enriquezca intelectualmente, que azacanee la curiosidad intelectual del público.
P.- El 28 de junio se vuelve a poner al frente de esta orquesta, ¿qué puede contar de este concierto?
R.- Es un concierto dirigido a un público muy variado por lo que, como me gusta hacer, he planteado un programa que combina piezas de repertorio con música nueva. Está claramente dividido en dos partes, una primera que supondrá
el estreno en Madrid de Pensieri, obra del más importante de los compositores españoles en activo, el bilbaíno Luis de Pablo, que interpreta como solista el flautista Roberto Fabbriciani. Ése es el núcleo del programa, pero está precedida de un guiño, ya que es una obra para flauta, el concierto empezará con la obertura de
La flauta mágica, de Mozart. La segunda parte está exclusivamente dedicada al repertorio con la
Sinfonía n.° 7 de Beethoven, que sin duda es una de las más alegres y optimistas, un poco en contraposición al ambiente más bien meditabundo de la obra de Luis de Pablo.