El Cultural

Vida secreta de una estudiante

30 agosto, 2016 11:01

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Imagen de la serie The Girlfriend Experience[/caption]

La película de Steven Soderberg The Girlfriend Experience (2009) era el retrato urgente de un clima, una atmósfera urbana y desesperanzada, situada en la campaña que hizo presidente a Obama, cuando la crisis económica estaba tomando forma antes de las dramáticas caídas bursátiles y sucesivas bancarrotas. El filme ponía en escena el diario de una profesional del sexo intepretada por Sasha Grey, una prostituta de lujo en Nueva York, en compañía siempre de la fauna post-yuppie, los trabajadores de Wall Street, políticos y altos ejecutivos. Era, en verdad, una película sobre la crisis generalizada, la financiera pero también la de las relaciones humanas. La economía iba ligada al sexo pero también al modelo de relación afectiva. De esta manera creaba un clima de final de época, dibujaba un paisaje inestable y brumoso, en el que todo estaba en precario equilibrio.

Algo de todo ese espíritu ha conservado la adaptación televisiva de la serie homónima, que produce Soderbergh, pero que han creado Lodge Kerrigan y Amy Seimetz, dos cineastas de probada eficacia en el paisaje del cine independiente con notables películas como Keane (2004, Kerrigan) o Sun Don’t Shine (2012, Seimetz). Ambos se reparten la dirección de los trece capítulos de esta primera temporada de la serie, que tiene prevista su segunda entrega para 2018, y que funciona prácticamente como una película de algo más de 6 horas. El trayecto que propone la serie para su protagonista es el de la transformación de Christine Reade en Chelsea, o la mutación de una ambiciosa estudiante de Derecho en una de la escorts de Chicago más reclamada, al tiempo que trabaja en prácticas en una prestigiosa firma de abogados. Lo que comienza como una fantasía nocturna con una compañera de piso se acaba convirtiendo en su estilo de vida, donde el placer y el negocio (o la necesidad de enriquecerse) siempre priman por encima de cualquier otra consideración, sea sentimental, familiar, profesional o incluso sobre la propia noción de identidad.

Como en la película, que solo parecía preocuparse por el precio y las apariencias del lujo, en la serie también sentimos que todo tiene un precio, pero el retrato de la riqueza no es tan frío y sórdido como lo era para Soderbergh, y el componente tecnológico tiene mayor protagonismo. The Girlfriend Experience, en manos de Kerrigan y Seimetz, se ofrece más bien como el estudio clínico, erótico y contagioso sobre la ilusión de la intimidad. Son muy pocas las ocasiones en las que podemos ser testigos de quién es la verdadera Christine, pero cuando compartimos su intimidad pronto se revela estrechamente ligada al rol social y laboral que está construyendo para sí misma en la ciudad de Chicago. Las fronteras se diluyen y la percepción hacia el personaje también va transformándose. Sea en el bufete de abogados, socializando o manteniendo sexo con sus ricos clientes, su actividad primaria, día y noche, es trabajar. En cierto punto, ella misma dice que desconocía su capacidad para mantener una vela encendida desde tres extremos, pero ese equilibrismo existencial sin apenas horas de sueño será lo que defina su vida y se apropie del ritmo de la serie. En su nivel de juego, Chelsea vende su cuerpo, pero Christine sus emociones.

Christine / Chelsea está intepretada por Riley Keough, joven modelo y actriz, hija de Lisa Marie Presley y, por tanto, nieta de Elvis Presley. La actriz se enfrenta a un gran desafío que no solo concierne a la exposición de su placer y su cuerpo, sino a una interpretación basada en la perpetua representación de mujeres y fantasías distintas, donde prima la mentira, la imaginación, la ambigüedad psicológica, la sutileza con la que debe mostrar sus debilidades y secretos. Es una actriz interpretando a una actriz. Hay algo distante en el personaje, algo que nos aleja de ella desde los primeros instantes, un misterio que al mismo tiempo nos magnetiza a su causa. Al principio de la serie, escoge a un joven en un bar y acaban cada uno en un extremo de la habitación masturbándose. Incluso en un momento dado ella confiesa cierta misantropía. Quiere extraer toda la rentabilidad posible de su belleza, su juventud y su inteligencia, y una vez que se acondiciona al modus operandi de la prostitución de lujo –las reuniones, los contactos, el dinero, la representación, el sexo, la dependencia–, parece disfrutar de ello. Sin embargo, siempre camina al límite, allí donde la ilusión de las emociones se toca con la realidad, y esa zona de ambigüedad moral y emocional –el cliente que se enamora de ella, el que se obsesiona y siente celos, el que le deja parte de su herencia, el que se convierte en su abogado, etc.– es la que acaba ocupando el núcleo del argumento.

¿La intimidad, el sexo, la confianza, el amor? ¿Todo eso se puede comprar con dinero? Inevitablemente, todas estas preguntas acaban asomando tarde o temprano desde dentro del plano, y quizá la cuestión más interesante es de qué modo se puede describir el mundo de la prostitución de lujo sin caer en el moralismo. Por encima de la trama relacionada con el chantaje sexual y la enfermiza relación entre Chistine y su jefe en la firma de abogados, el interés reside en seguir a una joven universitaria que, voluntaria y ambiciosamente, decide llegar hasta el fondo del oficio más antiguo del mundo impulsada por distintas motivaciones: financieras y sexuales, pero también arrastrada por los juegos de poder y dominación. La gelidez inicial de la serie va poco a poco desintegrándose, haciéndose más cálida, y no precisamente por su potente, elegante erotismo (que también), sino por la extraña empatía que podemos desarrollar con los instintos depredadores de la joven, cuyas decisiones las impugna una y otra vez el sentido común.

The Girlfriend Experience no se detiene allí donde una serie más convencional sí lo haría. Y tampoco necesita verbalizar qué es aquello que exactamente quiere contarnos. Encontraremos tantos argumentos como para sumarla al pensamiento machista como al feminista, algo que justifica de por sí el tándem mixto de creadores. Es el retrato de una joven pero no creo que lo sea de una generación, ni tan siquiera un diagnóstico especialmente memorable del clima y la clase social que retrata. La prostitución –un fenómeno social lamentablemente conectado a la esclavitud y la trata de mujeres– por supuesto está glamourizada, estilizada, como lo han hecho tantos poetas y cineastas baudelearianos, hasta llegar a Bertrand Bonello. Godard filmó a su mujer Anna Karina en Vivir su vida disfrazándola de prostituta, y así creó una de las películas-poema al amor conyugal más hermosas que se han hecho. Fellini le precedió con La stradaThe Girlfriend Experience no es el retrato de una musa hecho desde la devoción, sino desde la curiosidad de retratar un cuerpo sin espíritu, de la belleza utilitaria y acondicionada que reemplaza las relaciones humanas más profundas. Digamos que más allá de la carne y los jadeos, del placer y el sexo como formas de representación, hay en la serie más psicología que poesía, una experiencia íntima bajo la fachada de la ficción. Y probablemente eso debamos considerarlo como una conquista.