Almudena Grandes: "Mis novelas son ajustes de cuentas con el presente, no con el pasado"
Cuando Almudena Grandes (Madrid, 1960) presentó hace siete años el plan de sus seis Episodios de una guerra interminable, pensaba que la serie estaría rematada en 2017. Sin embargo, en vísperas de la publicación de Los pacientes del doctor García, la cuarta novela, se confiesa derrotada por el optimismo de entonces y por la complejidad del proyecto actual. Creía, dice, “que me iba a costar menos”, pero se atreve a aventurar otra fecha para concluir la serie, 2022, “aunque tampoco es seguro”. Sí lo es que el próximo martes aparece Los pacientes..., en la que Grandes narra el intento de boicotear y entregar a la justicia internacional a la red Stauffer... Un libro que le ha costado cuatro años de trabajo y le ha planteado problemas de todo tipo, “morales, de documentación y literarios”.
Pregunta.- ¿A qué problemas morales se refiere?
Respuesta.- A varios. Por ejemplo, no sólo he tenido que convertir a uno de mis protagonistas en un asesino, sino que en algún episodio he retratado a verdaderos monstruos como gente afable, casi inofensiva, y he debido transformar a un infeliz, a un buen chico (Adrián Gallardo), en un criminal de guerra, un carnicero que ejecuta a cientos de prisioneros judíos cerca de un campo de concentración nazi en Estonia, en los bosques de Klooga. Tampoco ha sido fácil toda la labor previa de documentación, porque la red Stauffer siempre fue clandestina y jamás contó con archivos fidedignos, como ocurría con otras organizaciones secretas. Y que la novela transcurra en distintos escenarios como un campo de concentración estonio, el Berlín del final de la Segunda Guerra Mundial, el Madrid de la posguerra, la Suiza de entreguerras y la Argentina peronista tampoco me facilitó la escritura.
P.- Pero ¿cómo pudo operar impunemente la red, si la propia Clara Stauffer fue reclamada a España, en 1947, por el Consejo de Control Aliado?
R.- Ahora parece mentira, pero la única explicación plausible es que, dentro de la lógica de la guerra fría y con la connivencia del resto de los aliados, Estados Unidos eligió a Franco frente a los republicanos. En los años 40 se generalizó la idea de que los estadounidenses se habían equivocado de enemigo, y que el peor, el más feroz, era Stalin. En ese contexto, Franco se convirtió en un aliado secreto, incómodo, pero seguro. Que Italia y Alemania se convirtiesen en democracias y obtuviesen las sustanciosas ayudas del Plan Marshall antes que España (que no logró ni la una y las otras) confirma hasta qué punto nos tocó la china. Fue la gran victoria internacional del franquismo.
Ajuste de cuentas con el pasado
P.- A nadie le importó la suerte de los republicanos. ¿Es esta novela (esta serie) un ajuste de cuentas con el pasado?
R.- No con el pasado, sino con el presente. Desde que empecé a escribir, mi motivo principal fue descubrir que España vive encima de un increíble humilladero, y que hay hazañas de luchadores republicanos que la gente no conoce. Me dirijo al lector presente, que no sabe qué pasó porque muchos héroes no han dejado rastro en la historia oficial. Me gusta pensar que mis novelas iluminan la deuda que tenemos con la resistencia antifranquista del interior.
P.- Tampoco la historia de espías que narra en esta novela parece verosímil.
R.- Desde luego. Para cualquier lector joven que ha crecido viendo peliculas sobre el Tercer Reich, que existiera en Madrid una red clandestina que ayudó económicamente, dio nuevas identidades, y facilitó que criminales de guerra nazis se instalasen en Hispanoamérica, es increíble.
"Gracias a la red Stauffer, carniceros como el coronel Skorzeny o el dictador croata Ante Pavelic eludieron impunemente los tribunales internacionales"
P.- Pero sucedió.
R.- Sí. Clara Stauffer Loewe, su creadora, íntima amiga de Pilar Primo de Rivera, era jefa de Prensa de la Sección Femenina, y fueron más de 800 los nazis que gracias a esta red reanudaron sus vidas en Argentina, Bolivia o Brasil, sin pagar por sus crímenes. Madrid permitió que carniceros como el coronel de las SS Otto Skorzeny, o Ante Pavelic, fundador del grupo terrorista ustacha y dictador croata, títere del nazismo, eludiesen los tribunales internacionales.
P.- Algunos, como Leon Degrelle, vivieron aquí sin problemas y entre admiradores.
R.- Desde luego. Con el tiempo, de la misma forma que se negó que Franco fuese un dictador y se habló de régimen autoritario, nazis como Degrelle vivieron en España sin problemas y se convirtieron en viejecitos nostálgicos que daban entrevistas o participaban en campañas electorales.
P.- ¿Qué hizo posible esa impunidad?
R.- Que nadie quisiera mirar ni saber. Yo no utilizo fuentes primarias, encuentro mis historias porque quiero encontrarlas, consultando a historiadores o buscando en Iberlibro. No hemos querido mirar en esa dirección porque contradecía la versión oficial, pero España no era el pueblo acomodaticio que nos han querido pintar, no era un país pastueño y tranquilo en el que se instaló la democracia como caída del cielo, por voluntad de los padres de la patria, sin que en esa historia oficial que todos quisieron asumir constara una línea sobre la lucha clandestina.
P.- ¿Por eso rinde homenaje en la novela a Jesús Monzón o a Marc Saporta...?
R.- Desde luego. Monzón, que fue secretario general de PCE, es uno de los hombres de mi vida, un dirigente genial y un resistente ejemplar contra el fascismo, aunque ha pasado a la historia como traidor y aún soporta el silencio y el descrédito. ¿Qué quiere? Cuando escribo, siempre me apetece apoyar la rehabilitación de gente como él, maltratado, olvidado...
El fin de la esperanza
P.- ¿Y Marc Saporta?
R.- Su historia, la que cuenta en El fin de la esperanza, publicada en México en 1953 bajo el seudónimo de Juan Hermanos, me parte el corazón, porque es la crónica de su desesperación y su fracaso. Antifascista y republicano, hermano de Raimundo Saporta, se exilió en Francia, y en su libro, cuya autoría siempre negó, narró la rebelión armada que prepararon unos doscientos jóvenes en los años 40 con las armas que sus padres o hermanos no habían entregado tras la guerra y con las que pretendieron conquistar Madrid. Cuando escribí la novela pensé que ellos, que él, tenían que estar, aunque sólo fuese por el mensaje que acompañó la edición del libro: “un puñado continúa luchando. Caen todos los días. Dáos prisa o llegaréis demasiado tarde, cuando hayamos caído todos [...] sin esperanza”.
P.- Al comienzo del libro, lo define como un relato sobre tres impostores...
R.- Bueno, es una novela de espías y los espías son siempre impostores. También es la historia de dos amigos que cambian varias veces de identidad, que se salvan la vida mutuamente pero que, cuando tienen que hablar de algo verdaderamente importante, se llaman por sus nombres verdaderos.
Postureo como atributo laboral
P.- Ahora que menciona la impostura, ¿cree que hay mucha en nuestras letras?
R.- En general, los escritores son todos unos impostores que se esconden siempre tras sus personajes, pero tengo además la sensación de que lo que antes considerábamos impostura es lo que ahora llamamos postureo, y sí, hay mucho postureo en nuestra cultura y nuestra política. En realidad hoy el postureo se ha convertido en un atributo laboral más del político, y lo peor es que nos hemos acostumbrado a que nos mientan sabiendo que todo es falso. Y eso no debería ser ni admisible ni normal.
P.- A pesar de que el libro es ante todo un relato de espías, no faltan escenas de humor, como la doble vida del abuelo del doctor García, ... ¿qué importancia tiene el humor en la trama?
R.- Como decía don Benito [Pérez Galdós], creo que la novela debe ser imagen de la vida y para que sea creíble, debe ser completa, debe tener amor, humor, intriga, emoción...
"Sí, hay mucho 'postureo', en nuestra cultura y nuestra política. Ya nos hemos acostumbrado a que nos mientan"
P.- El libro le permite tratar además asuntos como la violencia contra la mujer... es un capítulo pero el personaje de Simona, ¿no merece una novela?
R.-Seguramente. Me gusta Simona, me gusta la mujer que es con todo lo que ha vivido. Un personaje como Manuel Arroyo no podría enamorarse de otra menos extraordinaria. Ya que esta serie de novelas no tiene final feliz, porque la lucha clandestina fracasa, al menos he pretendido que los personajes encuentren un resquicio de felicidad en su vida familiar. Sin embargo, si escribiera una novela sobre el maltrato, elegiría una mujer contemporánea, porque en aquella época, en los años 40 y 50, golpear a una mujer era casi costumbrista...
Prueba del 9 de la rareza
P.- Además del título, en esta novela hay muchas referencias a Galdós: ¿qué le deben estos Episodios al autor de Fortunata y Jacinta? ¿Y usted como narradora?
R.- Casi todo. Cuando me planteé escribir la serie, utilicé como modelo sus Episodios Nacionales, como hizo también Max Aub en El laberinto español. Me gustaba la idea de reivindicar esa tradición porque además asumí la estructura de la serie de Galdós y su elección esencial de narrar las historias desde abajo, que es lo que diferencia estas novelas de las históricas, protagonizadas siempre por los grandes personajes. Aquí predomina la mirada hacia el pasado del pueblo, de los sin nombre...
P.- ¿Y como narradora?
R.- Todo. Galdós es como la prueba del 9 de la rareza, un escritor reivindicado por los grandes exiliados de la Edad de Plata de nuestra cultura (Cernuda, Buñuel, Max Aub) al que los que se quedaron tras la guerra tacharon de mediocre. He aprendido muchísimo leyéndolo. Hoy no hay nadie que se le pueda comparar porque nos falta esa mirada inocente y salvaje con la que en el XIX y principios del XX contemplaban la realidad.
P.- Hablando de Galdós, hace tiempo aseguraba que prefería no titular estas novelas como “Episodios nacionales” porque el franquismo había secuestrado palabras como España o patria. ¿No le parece que ahora son otros, los nacionalistas, quienes se las han apropiado?
R.- Sí, sin duda, pero lo hacen los nacionalistas de todo signo, porque el concepto España, y el concepto patria, siguen sometidos a terribles tensiones, siguen siendo manipulados, y no sólo por un bando.
La charla con la novelista sigue en torrentera, y se derrama sobre las relaciones entre las novelas de la serie, por ejemplo, o sobre las que están por venir, La madre de Frankenstein y Manolo el de Bidasoa. De la primera adelanta que transcurre en los años 50 y se basa en un hecho real, la vejez de Aurora Rodríguez Carballeira, la madre de la célebre Hildegart Rodríguez, en el manicomio de Ciempozuelos. “Su historia -explica- me pareció mucho más interesante que la de su propia hija, porque al final de su vida estaba convencida de que su único error, la razón por la que fracasó su proyecto de redimir al proletariado y a la mujer, fue precisamente tener una hija. Tan segura estaba que pasó los últimos años de su vida haciendo muñecos de trapo (con un buen pene, para que no hubiese dudas) a los que trataba de transmitir su espíritu y conocimientos, como si de una doctora Frankenstein se tratara. En cuanto a Mariano en el Bidasoa, es la historia de un topo extremeño que vivió oculto en casa de su hermano hasta los años 60”.