Vivian Gornick: "Nuestra generación nunca verá la igualdad de género"
El año pasado, su novela Apegos feroces, publicada originalmente en 1987, irrumpió con fuerza en el panorama literario español logrando convertirse en libro del año para el Gremio de Libreros de Madrid. En él, la ensayista, crítica literaria y pionera del nuevo periodismo feminista, Vivian Gornick (Nueva York, 1935) relataba en forma de paseos con su madre, unos actuales, otros recordados, su vida e infancia en el Bronx, un barrio multiétnico y marcado por mujeres fuertes; así como su propio camino hacia la madurez como mujer, esa ardua travesía hasta llegar a ser la mujer que desea e intenta ser.
La lucidez, el realismo descarnado y con toques de humor y la incapacidad de hacer las paces con el mundo son una vez más las armas de la escritora en esta especie de continuación de sus memorias, La mujer singular y la ciudad (Sexto Piso), un fresco de voces y situaciones que reflexiona sobre la relación de la narradora con una gran ciudad como Nueva York. Como reconoce Gornick, con quien charlamos en Madrid a su paso por el Festival Primera Persona, "detrás de este libro planea la tradición del flâneur, todo un corpus literario que bebe de estos paseantes de grandes ciudades. Quería abordar esta clase de literatura desde el punto de vista de una mujer divorciada y feminista caminando por las calles de una gran ciudad. Ahí está el núcleo de esta historia".
Esa gran ciudad no podía ser otra para Gornick que Nueva York, cuyas calles la escritora ha recorrido durante décadas recopilando las anécdotas que conforman este collage de vida urbana. "En Nueva York, las calles son como un teatro, la gente está actuando todo el tiempo y es imposible salir a dar un largo paseo sin escuchar tropecientas conversaciones divertidas, conmovedoras, emocionantes...", asegura. La escritora reivindica la gran importancia que tienen las calles para quienes, como ella, viven solos por diversas circunstancias. "Hay millones de personas como yo en Nueva York, millones de casas de un habitante. Para nosotros, las calles son compañía, familiaridad, amistad... nos dan todo aquello que nos falta. Caminar por la ciudad siempre te recuerda lo que significa ser humano, algo fácil de olvidar si vives solo". Por eso, opina que ha dotado de una nueva acepción al termino flâneur, normalmente aplicado a hombres ociosos. "Ahora soy yo, una mujer singular, solitaria, quien pasea tratando de dotar de sentido a su vida mediante lo que le pasa en la calle".
Una ciudad hecha de gente
A través de las páginas de la novela desfilan desde conversaciones picantes con una nonagenaria en una farmacia, donde ésta se queja de lo malos amantes que eran los hombres de su época, hasta discusiones con tipos groseros en el autobús, pasando, por supuesto, por todo tipo de mendigos y pintorescos extraños que llenan de color una gran ciudad. Sin embargo, la escritora asegura que para seleccionar esos fragmentos acude a la intuición. "Es el trabajo del escritor. Veo o vivo varias situaciones y decido mezclar unas con otras o prescindir de ellas", explica. "En algún lugar en el fondo de mi mente estoy siempre construyendo una historia".
Gornick no pone fechas a sus relatos, que en muchos casos, podrían haber ocurrido ayer mismo o hace veinte años. Pero en el libro sí se aprecia una evolución social, un cambio en el trato a las minorías y en la propia ciudad. Aunque para la escritora permanece la esencia. "Soy de esa clase de personas para las que Nueva York siempre permanece igual. Todo el mundo de mi generación asegura que la ciudad está hoy en día irreconocible, echa de menos edificios, tiendas y locales que ya no existen o que no son como en su juventud", se asombra la escritora. "Pero para mí Nueva York es la multitud y las calles, no la arquitectura o las instituciones. Cuando era niña, todo era gratis o barato y seguro, ahora todo es caro y peligroso. Pero para mí todos esos cambios son superficiales, porque en el fondo la gente sigue actuando del mismo modo por las calles. Eso, lo fundamental, la vida de la ciudad, nunca cambia".
La cultura del yo
Para Gornick, la escritura debe ser autobiográfica, debe estar extraída de la propia vida. Por eso siempre es ella el centro del relato, quien escucha, quien participa o quien piensa sobre lo que ocurre. "Hace años descubrí que únicamente era capaz de escribir cuando me utilizaba a mí misma como instrumento, como voz narrativa", defiende. "Mi imaginación solo trabaja creativamente conmigo en el centro, soy incapaz de inventar exitosamente, así que me conformo con narrar exitosamente".
Pero además de la propia voz de la Gornick narradora, otro personaje clave es su amigo Leonard, un interlocutor cínico, pesimista, sofisticado, culto y homosexual que juega el papel de contrapunto argumental para que Gornick lance sus consideraciones sobre el amor, la amistad y las relaciones humanas. "A ambos nos une el hecho de que nos entendemos el uno al otro desde lo más profundo. Cuando hablo, él entiende exactamente lo que estoy diciendo, esa es la clave de la amistad". Una amistad que, como denuncia la escritora en el libro, está pervertida en la actualidad por la cultura terapéutica, que nos impele a desnudar ante los demás nuestras debilidades e incapacidades en busca de comprensión. "Es algo irónico, porque hubo una época en la que este tipo de confesiones destruían la amistad, la gente no quería exponerse. Pero hoy en día exponerse supone para la gente un rasgo supremo de amistad, a todos nos gusta tener un amigo que es más desastre que nosotros, en lugar de uno que pudiera sacar nuestras virtudes a flote", se queja Gornick.
Un feminismo cíclico
Además de estas reflexiones sobre la soledad y las relaciones humanas, la otra clave del libro es, una vez más, la visión feminista de Gornick, gran abanderada de la segunda oleada feminista de las décadas de los 70 y 80. "Fuimos nosotras las que convertimos el ser una mujer singular, una mujer que elige, por ejemplo, vivir en soledad, en algo bueno", recuerda. "Antes de mi generación no podías comer sola en un restaurante ni pasear por la ciudad en la forma de la que yo lo hacía, pues era visto como algo vergonzoso". Esas reivindicaciones de décadas atrás son visibles para la escritora en la actualidad. "Las feministas de mi generación éramos visionarias, porque fuimos las primeras que dijimos que las mujeres estábamos viviendo malas vidas, vidas de segunda clase", afirma orgullosa.
"Todo lo que reivindicamos hace 40 años, el gran ruido que hicimos hizo que nuestras ideas echaran raíces que, aunque lentamente, se hayan ido extendiendo por el mundo". Sin embargo, la escritora piensa que quizás no fue suficiente, y se emociona hasta el llanto al pensar en las generaciones de mujeres de hoy, que todavía tienen una dura lucha por delante. "La ira, el enfado que sienten hoy en día las mujeres me ha hecho llorar antes, porque la lucha de mi generación fue para ellas, y parece que todavía tenemos un fruto muy escaso que ofrecer".
En este sentido, se muestra, como en muchas otras cosas, bastante pesimista. "El #MeToo es el reflejo actual de una lucha, la de alcanzar la igualdad entre hombres y mujeres, que ahora se aviva de nuevo, pero que ya se ha convertido en la revolución más larga de la historia humana. Ni nuestra generación ni los jóvenes de hoy vamos a ver nunca el final de esta lucha". Un final que para Gornick existirá cuando alcancemos una sociedad en la que cuando una niña viniera al mundo, "su expectativa de vida a nivel cultural y político fuera, de forma natural, exactamente la misma que la de un niño".
Mientras tanto, la escritora ha agotado por un tiempo las memorias. Ahora prepara un libro sobre relecturas en clave feminista. "Estoy releyendo libros sobre mujeres que leí cuando era joven y que entonces me fascinaron. La idea es reflejar los cambios operados en mí y en lo que relatan los propios libros tras todos los años que han pasado". Un pequeño paso más en una lucha, que como sostiene la escritora, se hace de pasos pequeños, "los únicos posibles para caminar seguro hacia este tipo de revoluciones sociales".