Héctor Abad Faciolince: “Los diarios son el sustituto del psicoanalista y del confesor”
El escritor colombiano publica ‘Lo que fue presente’ (Alfaguara), sus diarios escritos entre 1985 y 2006 que muestran la cara más lúcida y amarga de un recorrido vital y creativo de dos décadas
13 marzo, 2020 17:26Inspirado por la lectura de los diarios de Stendhal, que “a veces me aburrían porque son larguísimos, pero al mismo tiempo me fascinaban, porque volcaba en ellos todo, sus amoríos, sus viajes, las lecturas que le gustaban…”, el escritor colombiano Héctor Abad Faciolince (Medellín, 1958) de 1985 decidió comenzar a consignar del mismo modo sus vivencias y pensamientos. Un testimonio descarnado sobre cómo nace una vocación y cómo se aprende a enfrentar la vida marca estos diarios, que ahora recoge bajo el título Lo que fue presente (Diarios 1985-2006) (Alfaguara), donde lo secreto se hace público y lo más notable es su ambigüedad. Como explica el novelista, “estos diarios son todo lo contrario de la memoria, paradójicamente, porque uno los escribe en caliente, en el mismo momento en que está viviendo las cosas. Pero tampoco son exactamente toda la vida, porque al menos mis diarios, se ocupan de la parte más oscura. Cuando era feliz no escribía”.
Pregunta. Abandonó estos diarios hace 15 años, ¿por qué era ahora el momento de soltar esos más de 20 años de su vida? ¿Cómo lo ha vivido?
Respuesta. Estos diarios empiezan a mis 27 años. Tenía menos de la mitad de mis años de ahora, era muy joven, casi un muchacho. Leer la vida hacia atrás, no recordarla, como hacen los que escriben memorias, es muy extraño porque uno se encuentra con alguien que reconoce pero que no es exactamente uno mismo. Copiar tu propia vida y saber que no la puedes corregir, que no es como las novelas fue muy extraño, a veces muy duro, incluso desagradable, pero también muy interesante. Te da pie a pensar en si uno es lo que vivió, si lo que vivió se refleja en el presente. Ese joven que no había publicado ningún libro, que no tenía hijos y sí a sus padres vivos, que tenía el futuro incierto y abierto, se convierte en estas páginas en el viejo que soy.
P. ¿Cómo recuerda el inicio de la escritura, para qué le sirvió en su día?
R. Directamente, no enloquecí gracias a que llevaba un diario. De alguna manera, los diarios fueron el sustituto de mi psicoanalista y de mi confesor. Yo dejé de creer en ese negocio que es el psicoanálisis y deje de creer en la religión, porque no le iba a decir al cura mis pecados. Así que los convertí en cuadernos donde podía escribir lo bueno y lo malo que hacía, perdonarme o no perdonarme, pero, por lo menos, volcar ahí toda mi angustia y mi locura para tratar de vivir de un manera normal. En los diarios está lo peor y en la vida lo mejor. Si yo estaba feliz tranquilo y convencido de que lo que estaba escribiendo era bueno no tenía que ponerlo en los diarios. Si escribía mal, me enamoraba de la que no era, me iba mal en el trabajo o no tenía un duro, lo escribía. El diario recoge la parte más oscura de la existencia.
P. Uno de los grandes temas de estas páginas es sus dudas frente a la escritura, ¿cómo las recuerda y cómo las fue superando?
"El diario recoge especialmente mis fracasos, porque creo que si uno apunta los fracasos estos se vuelven más manejables"
R. Cuando uno tiene muchas ganas de convertirse en escritor y de dedicar su vida a los libros, es muy difícil ese periodo nadie en que ha leído tus cosas. Además, has leído autores que escriben muy bien y todo lo tuyo te parece basura. El diario me servía para decirme que no escribía bien, que tenía que esforzarme. Al diario iban a para los fracasos, porque creo que si uno apunta los fracasos estos se vuelven más manejables. Si uno apunta que siete editoriales rechazaron tu libro, lo puedes escribir como queja o como terapia. Eso en el aspecto literario, pero en lo personal también, en todo en la vida.
P. Mirando hacia atrás se reconoce en el plano literario, ¿es hoy el escritor que deseaba ser?
R. Por lo menos ya me han publicado libros, hasta estos diarios me los han querido publicar. Mucha gente piensa que tengo un único libro: por la calle me dicen “he leído su novela”, y yo ya sé a cuál se refieren, a la de mi padre. Pero eso no quiere decir que ya esté seguro de que todo lo que escriba esté bien. De hecho, estos diarios se publican porque yo fracasé en una novela a la que dediqué mucho tiempo, que prácticamente terminé, pero no me gustaba ni terminaba de satisfacer a quienes me leyeron. Así me encontré con que no tenía nada entre manos, desengañado y sin libro, y me puse a copiar los diarios como para no perder el tiempo. Y me atreví a publicarlos. Pero la incertidumbre del escritor, la sensación de duda, sigue ahí, nunca se ha ido. Y lo demuestra que este diario es la novela que nunca publiqué.
P. También aborda sin censuras temas muy personales, ¿no le daba miedo exponerse demasiado? ¿Dónde queda el pudor?
R. Cuando los diarios salieron en Colombia estaba de pésimo humor, muy angustiado y aterrado con lo que podría pasar. Ya que mi novela El olvido que seremos, esa que parece mi único libro, me había generado muchos amigos, mucha gente amable y cariñosa conmigo porque confundían al narrador con el protagonista, que es mi padre, que sí era una persona amabilísima. Yo recibía ese cariño por carambola, pero pensaba que ahora con estos diarios se darían cuenta de mi verdadero yo, pues en el diario hay deslealtades con los amigos, infidelidades… Y esto me angustiaba especialmente con mis hijos. Que advirtieran, aunque ya lo supieran, cómo había hecho sufrir a su propia madre tanto. Con ellos lo consulté y la solución que encontraron fue que no los iban a leer. Y eso me liberó mucho.
"Si uno se quiere entender no puede hacerlo solamente con su cara bonita. Sin autocrítica uno no puede mejorar, sea en la vida o en la escritura"
P. No es nada complaciente consigo mismo, ¿hay algo de ajuste cuentas consigo mismo?
R. Mas que un ajuste de cuentas, cuando yo los escribía imperaba la necesidad de entenderme y para ello no podía ocultar lo peor que yo hacía. Si uno se quiere entender no puede hacerlo solamente con su cara bonita, hay que enfrentarse con lo peor. Sin autocrítica uno no puede mejorar, sea en la vida o en la escritura. Y eso sí espero preservarlo.
P. Destacan entre estas páginas muchos nombres, por ejemplo, el de García Márquez, al que conoció tras una crítica negativa, ¿cómo fue el momento y cómo era Gabo?
R. Cuando lo conocí en Cuba acababa de terminar un libro que técnicamente estaba bien, pero que a mí no me había gustado, Noticia de un secuestro. Y no me había gustado principalmente por reservas éticas sobre lo que narra de los secuestros de cierta élite bogotana, donde se olvidaba de la gente humilde. Escribí una dura crítica, "La paja en el libro ajeno" y él estaba muy ofendido, pero puso toda su ofensa personal en Mercedes y me dio las gracias por la crítica, era muy hábil en esto, muy simpático. Luego me invitó a ser columnista en la revista Cambio y llegué a quererlo y admirarlo mucho, tuvimos una gran relación, aunque el principio fue terrible.
P. También narra en los diarios su descubrimiento de la poesía del recientemente fallecido Ernesto Cardenal, ¿qué le sedujo del personaje y de sus versos? ¿Cómo lo recuerda?
R. El personaje me resultó muy difícil siempre, pero me gustó mucho su poesía amorosa, ese drama suyo de hombre muy corporal que tiene que ceñirse al celibato. Sin embargo, nunca me gustó su faceta profética y política de gurú.
P. En el libro también narra el proceso de escribir El olvido que seremos, ¿qué ha sentido al enfrentarse de nuevo a la historia de su padre?
R. En los diarios está en directo el asesinato de mi padre. No el día que lo matan, porque si la felicidad te aleja de los diarios una conmoción muy honda también te impide escribir. Y también está la gestación de este libro donde rescato su memoria, que aflora poco a poco, voy pensando títulos, escribiendo otras cosas... Se ve todo el proceso, desde una primera semillita hasta como se va encontrando el camino en la oscuridad de la idea original.
P. En este contexto, también salpican los diarios la violencia en Colombia, germen de ese libro y motivo de su exilio, ¿cuál es la situación hoy? ¿Es algo inherente a la sociedad colombiana?
R. Pienso que no. Ha habido países muchísimo más violentos que Colombia que con el tiempo dejaron de serlo por circunstancias culturales. Por ejemplo, las cosas asquerosas que cometió Japón cuando invadió China en los años 30 son imposibles de asociar al pueblo japonés hoy. O la sociedad alemana, eterno paradigma de este cambio. En mi país fue al revés. La Colombia, el Medellín donde yo crecí en los años 60 era una ciudad idílica y hoy es una de las más violentas del mundo. Sin embargo, ha habido una gran transformación a mejor. En 1991 mataron en Medellín a 7.500 personas y el año a 650, muchas aún, pero la diferencia es obvia. Hay un paso del infierno al purgatorio, pero lo que se vivió en los 80 y 90 ya no existe. Los procesos de paz, con todos sus defectos, retrasos, incumplimientos, ha producido efectos sociales. Es algo muy frágil, pero está ahí.
P. La memoria y el pasado es un tema constante de reflexión en su literatura, ¿cómo nos apropiamos de él y dónde está la frontera entre historia y literatura?
"Desde que publiqué 'El olvido que seremos' ya no siento el deber de recordar yo mismo, mi venganza simbólica es mi escrito. Hay momentos para recordar y momentos para olvidar"
R. Creo mucho en la importancia de la memoria, en el deber personal y colectivo de no olvidar los peores momentos de nuestra historia, personal o colectiva. Pero al mismo tiempo tenemos que ser capaces de olvidar. Es un equilibrio delicado. Una psicología sana a nivel personal y un país menos resentido y rencoroso también se produce con dosis de olvido. Hay momentos para recordar y momentos para olvidar. El permanente recuerdo de las ofensas es muy venenoso, por lo que hay que encontrar muy bien el momento de señalar las cosas y el momento de darlas por dichas. Desde que publiqué El olvido que seremos ya no siento el deber de recordar yo mismo, mi venganza simbólica es mi escrito, mi memoria está en el papel y yo ya puedo pensar en otras cosas. Esa es la idea.
P. Ahora que habla de la novela, ¿cómo está viviendo la adaptación de su novela por parte de Fernando Trueba? ¿No le da miedo ese tránsito del papel a la pantalla?
Lo viví al principio con mucho miedo hasta el punto de que cuando me mandaron el guion que ha hecho David Trueba estuve semanas y semanas sin abrir el correo. Tenía miedo a que me pareciera cursi, absurdo, qué sé yo. Después lo leí y me encantó. Y decidí no molestar. Yo leí la novela para un audiolibro, que dura unas 10 horas. Una película durará 2 horas y pico y no puedes pretender que sea igual, hay que narrar con imágenes, adaptarlo a otro lenguaje. Es como una traducción, como la interpretación que hace un músico de una partitura. Estoy muy agradecido a Fernando, que ha hecho la película como quiso y ha logrado una obra de arte.
P. Si como dice su título todos seremos olvido, ¿para qué sirven estos recuerdos suyos, son quizá un modo de testimonio, de trascendencia?
R. Creo que si uno cuenta su vida con honestidad, con verdad, sinceramente, y si ese diario me ha ayudado a vivir a sobrevivir y a sobreponerme, a lo mejor a los lectores también les puede servir para eso. Para ser más compasivos consigo mismos, con sus debilidades, con las cosas poco rectas que hacemos irremediablemente en la vida. Hay una cita de Andrés Trapiello que dice que este tipo de historias es como el agua que se les pone a las flores, no las vuelve eternas, pero aplaza su final