Álvaro Pombo. Foto: Juanma Serrano / Europa Press.

Álvaro Pombo. Foto: Juanma Serrano / Europa Press.

El Cultural Premio Cervantes

Pombo y la rehabilitación del firmamento

José Antonio Marina
Publicada
Actualizada

He seguido la evolución creadora de Álvaro Pombo desde que coincidimos en el Colegio Mayor. Entonces, solo le interesaba la poesía. Su primer artículo —del que debo guardar el único ejemplar existente— lo publicó en una revista que yo dirigía y era sobre Rilke y la memoria. Su interés por la novela se despertó durante sus años en Inglaterra. Creo que la novelística de Pombo solo se entiende bien desde su poesía.

En primer lugar, porque su relación con la palabra es poética. Dicta sus novelas, porque piensa que así la prosa mantiene un ritmo melódico que al escribirla podría desaparecer. En ocasiones ha tenido que luchar para evitar escribir una novela "demasiado bien escrita".

El estilo, ha dicho muchas veces, puede matar la narración. Son dos registros diferentes difíciles de coordinar, pero que Pombo ha conseguido hacerlo cada vez con más maestría. Pero siempre emerge el talento verbal de Pombo, que es apabullante: sofisticado y popular, poético y zafio, realista e irónico, tierno y feroz.

Su poesía proporciona, además, otra clave para entender a Pombo. Tiene una cara luminosa y otra oscura, y esta oposición es el núcleo de su literatura. En toda ella está presente —hasta la obsesión, a veces— la oposición entre el bien y el mal, entre Dios y el hombre, entre la santidad y la perversión.

En una época que juguetea irresponsablemente con una estética de la maldad, en que todavía alguien se atreve a considera a Sade como el prototipo del creador libre, y la transgresión el last green corner, Pombo defendió una y otra vez la belleza de la bondad, y esto le hace un personaje insólito en la literatura actual.

Estudió esa lucha estética —no solo moral— entre el bien y el mal en la filosofía y en la teología, pero la ha expresado en su literatura, lo que la da una peculiar hondura. Alguna vez hemos comentado una frase de George Steiner, que afirmaba que cuando la literatura se desprende de la religión es fácil que se banalice.

Con los ingredientes que he mencionado, Pombo ha construido un mundo propio, a veces un poco enclaustrado, como es su vida. Ha retratado una sociedad culta, acomodada, provinciana, pero en la que aparecen personajes sorprendentes, con el talento de un escritor costumbrista pasado por Eliot y Rilke, sus grandes pasiones. Personalmente, a pesar de su radical seriedad, o tal vez por ella, no se toma muy en serio. Muchas veces habla de que le gustaría escribir su biografía en clave de humor.


Espero que alguna vez se decida a contar los años que pasó en Londres trabajando de cleaner o de telefonista. Es el suyo un humor bienhumorado, como el que muestra en su deliciosa novela El eterno femenino contado por su majestad el rey, cuyo título original, que debería recuperar, era Don Rodolfo y el vencejo. Una maravillosa historia infantil.

Debería haber un Manual de instrucciones para leer a Pombo, porque creo que con frecuencia desconcierta a sus lectores, posiblemente por la variedad de sus registros. Es difícil relacionar Contra natura con El metro de platino iridiado, o la desesperanza de Los delitos insignificantes, con el entusiasmo de Protocolos para la rehabilitación del firmamento, que tal vez sea su obra más autobiográfica, y su definitivo mensaje: A pesar de los pesares, debemos recuperar lo firme, el firmamento.

Hace falta ese Manual de instrucciones, porque Pombo merece ser más leído. Espero que el merecido Premio Cervantes estimule el interés por sus libros y haga que más gente disfrute de su talento.