Paseo por la memoria, por Darío Villalba
ARCO 2004
12 febrero, 2004 01:00Darío Villalba en una fotografía de 1992 que se podrá ver en ARCO
El pintor Darío Villalba, miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, es un habitual de las ferias de arte desde que comenzaron a celebrarse, hace ya más de treinta años. En las líneas que siguen hace recuento de lo que han supuesto, para bien y para mal, en el mundo del arte y su negocio.
Recuerdo con nostalgia cuando, en la década de los 70, la permisividad (nueva entonces) hacía de estos encuentros una auténtica diversión con happenings, manifestaciones de arte corporal, intervenciones... Recuerdo pasearme con Sigmar Polke (ambos jóvenes por aquel entonces), fotografiando -sin carrete, evidentemente- a galeristas que reclamaban protagonismo y cuya vanidad les hacía adoptar las más disparatadas poses. Todo era divertido y aunque no se sacaba una idea clara del arte del momento sí que se entreveía mucho del espíritu de la época. No olvidaré como, por ser la moda participar en la obra de arte, personas poco respetuosas se empeñaban en colgarse de mis esculturas de plástico abrazándose a ellas y girando con ellas, creando una confusión (y no fusión) con la obra que amenazaba su destrucción.
Existían ciertos puntos serios. Sosiegos relajantes para la retina ávida de absorber. Había pequeños oasis que mostraban grandes obras de maestros que evidentemente estaban lejos de la preocupación de ser o no vanguardia. Hubo un modesto, ingenuo boom mediático. Sufrí al ver cómo grandes galerías como Leo Castelli incorporaban su sección de vídeoarte y pocos fueron los artistas que se resistieron a coquetear con la incipiente tecnología. Las ferias proliferaron y, aun atravesando períodos de nulo coleccionismo, sobrevivieron milagrosamente. Allá por los 70 aparecieron insufribles instalaciones posduchampianas y coqueteos impúdicos como los llamados art-body, transform-art, land-art, etc...
La década de los 80 supuso un retorno a la mala pintura. En el mejor de los casos se encontraba la transvanguardia italiana capitaneada por Achille Bonito Oliva, que causó furor. Frente al ascetismo de las instalaciones de los años 70, estos cuadros aparecían por doquier y en cualquier país imaginable. Fue la nueva plaga: todo parecía ser pringoso. Extraer el talento que siempre existe bajo las fúnebres cenizas de la modernidad era labor harto difícil, sólo dada a los pocos expertos que no se perdían en aquel reino de confusión.
Pronto las ferias y sus organizadores se dieron cuenta de que no bastaba con mostrar arte, sino que era necesario crear foros culturales que enseguida comenzaron a protagonizar nuevas figuras como la de los "comisarios". A pesar de todos estos fallos que siempre he visto en estas masivas y algo histriónicas manifestaciones artísticas, no se puede obviar el mérito increíble y el esfuerzo de todos los que acuden a ellas, desde la postura verdaderamente digna de elogio de Juana de Aizpuru hasta Rosina Gómez-Baeza, cuyos esfuerzos han logrado situar a ARCO como una de las ferias puntales en el panorama internacional. Actualmente es obvio que la invasión de la fotografía, las nuevas tecnologías, los vídeos, el arte digital... lo contamina todo. Hoy en día la técnica anula al individuo o, dicho de otra forma, el artista joven busca su identidad a través de la técnica y esto, evidentemente, es más que peligroso.
El ir contracorriente, el luchar contra la estética del nirvana y la gratificación de la personalidad marcada dando la espalda a las imposiciones de la modernidad es, sin la menor duda, la única forma de escapar de esta academia de lo mediático y de provocar un relevo generacional de talentos ajenos a la moda. Los galeristas, sin embargo, fomentan y aplauden al artista que se instala cómodamente en lo banal. Pero como en todo hay excepciones y brindo este pequeño comentario a todos aquellos que luchan por el riesgo, pues sin riesgo no hay nada, ni existe la libertad.