Whitney, la bienal de la utopía
Escultura de Paul McCarthy en la azotea del Museo Whitney
Este año, en marzo, se ha inaugurado la 72 Whitney Biennial, abierta el día 11, con bastante frío, algunas colas, y un nuevo director del museo desde noviembre de 2003, Adam Weinberg, que seguramente cambiará muchas cosas en el futuro.Si la ultima Bienal de Venecia, la de Francesco Bonami fue, según él, la de la "dictadura del espectador", la actual del Whitney es la de un espacio de fracción y de utopía, de sueños sexuales y conflictos sociales. Aunque de nuevo aparece bajo el signo de la expansión y de la multitud, mal entendida por globalización, idea muy propia de Maxwell Anderson, que ha sido el director hasta hace poco.
No es una exposición como statement, como frase, como pensamiento, es una exposición como "retrato" de los dos últimos años, de los nombres citados y de algo que ha quedado al margen en las galerías neoyorquinas. A la cuestión de la actualidad política y de su responsabilidad intelectual responde claramente la Bienal en los términos consabidos. Hay más de cien artistas, o grupos artísticos, (elegidos por Chrissie Iles, Shamim Momin y Debra Singer), desde gente de veinte años hasta octogenarios como David Hockney, Robert Mangold (presentes también en el Armory Show). Este año la Bienal ha usado asimismo el Central Park, con instalaciones como la de David Altmejd y asimismo se están realizando off site performances, tanto en su antiguo espacio Philip Morris, ahora Altria (en la calle 42), como en The Kitchen (en la calle 19).
Uno encuentra vídeo (cada vez menos), instalaciones, arte digital, fotografía, pero también escultura, pintura, grabado y de nuevo aparece el dibujo como una manifestación artística que debe ser considerada. Temáticamente, al margen de la crítica sociopolítica, que es lo que al principio llama la atención, el visitante encuentra todos los temas y estilos posibles. Se sigue haciendo o encontrando abstracción, figuración, imaginación fantástica y cómic.
Lo más interesante es la obra orientada al sentido del espacio y de la arquitectura: Virgil Marti dibuja sobre arquitectura suburbana, los trompe l"oeils de Hodges,Yakoi Kusama y sus experiencias perceptivas que llevan hacia la alucinación, o el tema de la representación en Anne Marie Schleiner. Se trata de volver a criticar o a dinamizar el espacio en el que el artista instala su propia obra, convertir las formas simples en irónicas. Pero la ironía se establece cuando uno se da una vuelta por Chelsea y ve que casi todas las nuevas galerías están realizadas por el mismo arquitecto, o por el mismo sentido de época, (hormigón, cristal, bañadores de luz), y sin embargo las tiendas de ropa son las que introducen la arquitectura interior en forma de disciplina y de arte. Hace un par de años lo llevó a cabo Minucia Parda con Koolhaas en el Soho. Ahora lo ha realizado Comme des Garsons con un espacio espectacular diseñado por el japonés Tadao Kawasaki, como si fueran las elipses de Richard Serra pero pensadas para pasear por ellas; o mejor aún la belleza ecológica (con sus rocas y su grotto) y sutil de la tienda de Balenciaga, concebida por la artista francesa Dominique Gonzalez Foerstyer. Ambas en la calle 22.
En el Whitney los resultados que uno ve se van por todas las ramas de la filosofía, desde lo políticamente implicado, que no correcto, hasta lo apocalíptico, pasando por el nuevo gótico (influencia quizá de Halle Berry) y lo psicodélico, que nunca ha abandonado a alguna fauna parásita del mundo artístico. En cualquier caso, ni el museo se ha desacralizado del todo, ni está en ruinas como Douglas Crimp anunciaba hace diez años.
Sin embargo, algunos de los críticos de arte que informan de estas ferias a veces parece que escriben desde Bagdad una crónica de guerra. El mundo del arte continuará en Nueva York como siempre, al margen de la Bienal, y con capacidad para llenarla también dentro de dos años. Quizá lo que mejor defina esta edición de la Bienal es el torso de plástico inflado que Paul McCarthy ha colocado sobre el tejado del museo, un torso que parece un Henry Moore en globo. La idea no es mala: el museo sigue siendo el pedestal para todo tipo de arte. No lo digo con cinismo, ni con la sátira que el propio artista pretende, sino con el escepticismo del que se abstiene de comentar las falsas y diarias vanguardias. Cada vez que se habla de la muerte de la pintura, resucita, y el museo, el bello museo de Marcel Breuer, sirve de pedestal para ello.