Image: Xavier Veilhan

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Arte

Xavier Veilhan

Bestiario melancólico

8 abril, 2004 02:00

Le parvis, 2003-2004

Javier López. Manuel González Longoria, 7. Madrid. Hasta el 15 de mayo. De 3.000 A 60.000 euros

¿Cuántos animales habrán sido representados a lo largo de la historia del arte? ¿Qué inmenso zoológico no podría reunirse con una caza iniciada en la cueva de Altamira y continuada hasta hoy mismo en la exposición que reseño? Otra cosa distinta es cómo ha variado y se ha enriquecido el significado y símbolo, la metáfora y la analogía del animal en el arte. Los animales -el caballo, el rinoceronte, el pingöino, los pájaros, los peces, el mono y ahora los osos-, se integran en el conjunto iconográfico que Xavier Veilhan (Lyon, 1963) ha elaborado en sus ya veinte años de actividad artística.

He afirmado que entran en un conjunto porque, ciertamente, el mundo paralelo o posible que Veilhan construye es mucho más amplio; en él, como en la vida misma o en lo que consideramos como realidad visible hay, también, prendas de vestir, mobiliario, herramientas, instrumentos, armas, vehículos -motos, automóviles, bicicletas-, "monumentos" -a la Guardia Republicana o al Caballero medieval armado- e, incluso, obras de ingeniería -puentes, la Torre Eiffel-, helicópteros y dirigibles.

Los protagonistas -si es que estos no son los objetos enumerados- de sus cuadros, fotografías, esculturas, instalaciones o vídeos y películas, desempeñan, estática o animadamente, actividades diversas, pero que guardan, muchas de ellas al menos, relación con el mundo del trabajo, del comercio o del ocio. Músicos, mecánicos, policías, cantantes, submarinistas, ingenieros...

De este modo, los productos industriales -históricos, legendarios o contemporáneos- y la mecánica antagónica del ocio y el trabajo (ha llegado a realizar pinturas por medio de una cadena de montaje) orientan sus principales argumentos.

En ésta su tercera individual en Javier López, a mi juicio sino la más sorprendente sí la más compacta que ha realizado, cinco paneles con impresiones digitales sobre PVC y una instalación que aúna escultura y proyección de vídeo, tienen un doble motivo, cierta relación sentimental del artista con sus osos -con ellos canta o toca, quizás viaja y arma una cosmogonía intangible- y el desplazamiento y el movimiento continuo de los mensajeros -uniformados, como los osos, con monos marrones-, que llevan objetos de una a otra persona, conformando otro universo, homólogo y como el nuestro sensible. Cabe preguntarse, ¿no es triste la melancolía de un oso solitario en la fría terminal de un aeropuerto, sin destino fijo alguno?