¿Dalí "comprensivo"?
Dalí frente al retrato de Primo de Rivera
Desde su experiencia en el grupo surrealista de Breton, Dalí huía de cualquier compromiso que constriñera o
amenguara su exacerbado individualismo y su voraz afán de reconocimiento. Sólo militaba y sólo militaría en el culto
a su personalidad y a su obra.
Tras casi una década de ausencia, Dalí desembarcó en Barcelona el verano de 1948 decidido a demostrar lo hondo de su catolicidad y su españolismo intachable. Tres años después dio un astuto golpe de efecto que resultó definitivo: escenificó su conversión al franquismo ante la plana mayor de la intelligentzia, un auditorio entregado y las cámaras del NODO.
Fue el 11 de noviembre de 1951, en el Teatro María Guerrero de Madrid. Aquel día Dalí leyó la conferencia "Picasso y yo", usando una ideología de brocha gorda para exigir ser reconocido como genio del arte. El arranque de su disertación, desde el punto de vista oratorio, era tan eficaz como memorable. "Picasso es español, yo también. Picasso es un genio, yo también. Picasso tendrá unos 72 y yo unos 48 años. Picasso es conocido en todos los países del mundo, yo también. Picasso es comunista, yo tampoco". El acto se enmarcaba dentro de la I Bienal Hispanoamericana de Arte -organizada por el Instituto de Cultura Hispánica y comisariada por el poeta Leopoldo Panero- y sirvió para promocionar la exposición de sus pinturas místicas, que se inauguraría en el Palacio de Bibliotecas y Museos de Madrid a mediados de febrero de 1952. No fue infrecuente que los espectadores se arrodillasen al contemplar el Cristo de Velázquez o la Madona de Port Lligat.
Los pintores españoles vivos más destacados -Dalí, Picasso y Miró- habían sido invitados a exponer su obra en aquel certamen, pero sólo Dalí aceptó la invitación. Sólo él apoyó con firmeza aquella iniciativa institucional, viendo en la Bienal su mejor oportunidad para reintegrarse como primerísimo protagonista de la vida pública del país. Dalí, ciertamente, encajaba a la perfección con una determinada política artística que se ponía de largo con la Bienal, como ha estudiado Miguel Cabañas. El equipo intelectual menos esclerotizado del Régimen -cuya referencia primera era Dionisio Ridruejo y al que también pertenecía Panero- apostaba por el arte de vanguardia como carta de presentación para mostrar a Occidente que el Estado apoyaba la modernidad. Dalí, gran estratega, instrumentalizó aquella coyuntura, que fundía lo cultural y lo político, y lo hizo exclusivamente para acrecentar su fama.
La conferencia, al margen de su significación en la biografía de Dalí, tuvo una repercusión notable. Era el mes de noviembre de 1951. Era plena posguerra, sí, pero una posguerra que no era la misma de hacía cinco años. Como ha escrito José Carlos Mainer en el prólogo a La filología en el purgatorio, era un momento de tanteo de otros caminos. El grupo de Ridruejo -que él mismo denominaría "comprensivo" por oposición al "excluyente"- fue agente activo de estos tanteos y creyó ver en Dalí un aliado, un posible aliado, para el programa que iba desarrollando. Este programa tenía dos objetivos fundamentales e interdependientes: el arrinconamiento de otro equipo -los "excluyentes", formado por "el grupo neotradicionalista, en el que dominaban los hombres del Opus Dei"- y la introducción de una lógica menos coercitiva en el desarrollo político de la dictadura.
El apoyo a Dalí debe entenderse en este contexto. Una semana después de la conferencia, Ridruejo publicó el artículo de "La campaña de los mediocres" en el diario "Arriba". Se trataba de una primera arremetida contra los mediocres -los "excluyentes"- pretextando las argumentaciones toscas del académico Federico García Sanchiz. Ridruejo explicó su toma de posición frente el "arte nuevo", diagnosticando el mal de la cultura española presente. En este artículo ensayaba la primera persona del plural, voceando una actitud de grupo consolidada: "No es una decidida pasión por el arte nuevo, por Salvador Dalí o por Pablo Picasso -que estéticamente serían más que legítimas- la que mueve a ‘ciertos falangistas' a terciar de un modo u otro en esta polémica; es una aversión instintiva por la confusión, el fanatismo y la mala fe". La adopción de esta actitud exigía cierto coraje, pero una vez asumida, los tópicos superficiales que retroalimentaban el mediocre discurso que sustentaba el franquismo irían desactivándose.
¿Se integraría Dalí en las filas de los "comprensivos"? Dalí dibujó la cabecera de "Revista", el semanario barcelonés que fue órgano de expresión del grupo de Ridruejo. Pero su implicación no pasó de aquí. Desde su experiencia en el grupo surrealista de Breton, huía de cualquier compromiso que constriñera o amenguara su exacerbado individualismo y su voraz afán de reconocimiento. Sólo militaba y sólo militaría en el culto a su personalidad y a su obra.
Lo que sí se consiguió con Dalí y con la Bienal fue delimitar posiciones estéticas, que eran ideológicas en último término. Se supo quién apoyaba el "arte nuevo" y quién seguía instalado en un discurso artístico anterior al impresionismo. Era una forma algo oblicua, pero efectiva, de ir tensando los límites tolerables para la dictadura. A copia de tensarlos, parte de la intelectualidad vinculada al régimen fue desmarcándose del discurso oficial franquista, cada vez más chusco y casposo. Tímidamente, con gestos de este tipo, se ponían los cimientos sobre los que se levantaría la ciudad democrática. ¡Si Dalí lo supiera alguna contraprestación pediría!