Manifesta, entre el arte y el bacalao
Manifesta 5, la bienal de arte se celebra en San Sebastián
17 junio, 2004 02:00G. Wearing: Tedi, 2003. Video
Después de más de un año de preparativos, por fin se ha abierto al público la polémica Manifesta 5. La bienal de arte contemporáneo que se celebra cada dos años en una ciudad europea diferente. San Sebastián ha organizado en esta ocasión el macroevento en el que se dan cita setenta artistas repartidos en seis sedes. Las exposiciones permanecerán abiertas hasta el 30 de septiembre.
Tal es el panorama que ofrece Manifesta 5 a los ojos de quien intente sistematizar la visión, como acontecimiento artístico,de lo que se presenta como la quinta bienal europea de arte contemporáneo. Los comisarios, Marta Kuzma y Maximiliano Gioni han definido la propuesta como "el resultado de un estudio detallado de Donostia-San Sebastián y su entorno", estudio del cual surgió la necesidad de interpretar el área como "una zona de contingencia que ejemplifica las más complejas interpretaciones de Europa".
Y si así, sobre el papel, no se entiende nada, la cosa no mejora mucho sobre el terreno. De ese estudio de la ciudad han surgido la utilización de sus equipamientos culturales institucionales -Centro Koldo Mitxelena, Sala Kubo, Museo de San Telmo- y la habilitación para la función expositiva de locales industriales abandonados, una pequeña carpintería situada frente al Acuarium del puerto y los dos espacios estrella de la bienal, situados ambos en la zona industrial de Pasajes: Casa Ciriza, un antiguo secadero de bacalao, utilizado durante el año pasado como almacén de los materiales utilizados en la limpieza de los restos del Prestige, y el astillero de Ondartzo. De ello resulta una propuesta tan à la page como convencional: la relectura de la ruina industrial como espacio para el arte. Romanticismo puro.
En cuanto al contenido, de todo, como en botica. El día de la apertura de los espacios expositivos podía escucharse en todos los corrillos las quejas de los galeristas españoles por la escasa presencia de sus artistas. ¿Chovinismo? Puede, pero los datos son los datos. La lista de seleccionados del reino se reduce a cuatro artistas vascos: Asier Mendizábal, Iñaki Garmendia, Peio Aguirre y Leire Vergara (representando al Donostiako arte Ekinbideak) y la gallega ángela de la Cruz, residente en Londres. Y entre críticos y comisarios se comentaba el escaso interés mostrado por los comisarios en conocer el panorama de la creación artística española.
Los dos comisarios han reiterado el carácter internacional de la muestra, basando en el la selección de artistas. Pero no deja de chocar el hecho de que, junto a tan escasa representación hispana haya un aluvión de artistas rusos, ucranios (incluso en su versión rutenia), rumanos o lituanos , lo cual da más que la pretendida sensación de internacionalismo la de imperialismo de las galerías centroeuropeas. Tampoco se apoya la muestra en la idea de arte emergente, puesto que la selección incluye desde noveles a figuras consagradas como Gillian Wearing o el ruso Boris Mikhailov, de suficiente producción y reconocimiento internacional.
La amplitud y extensión de la muestra exige dedicar, como mínimo, un día a la visita. Y eso contentándose uno con una visión superficial. Sin duda, el museo de San Telmo constituye un buen punto de arranque, no sólo por ser la sede de la bienal, sino por las piezas videográficas allí expuestas. Para no perderse, Tedi, de Gillian Wearing, que analiza cómo las ideas y sistemas de valores políticos sobreviven a los cambios y las revoluciones; Yevgeniy Yufit o Darius Ziura. Un paseo por la parte vieja de San Sebastián le llevará al puerto, donde puede visitarse la obra del irlandés Garret Pelan, o simplemente respirar el aire marino. En el centro Koldo Mitxelena, los documentales de Sven Augustijnen, sobre la ruptura mental que provoca la afasia, y la rememoración del pasado que desarrolla la rumana Andrea Faciu, destacan sobre una serie de obras que se caracteriza por su falta de unidad.
Mucho más consecuente es el planteamiento de la selección efectuada para la Sala Kubo, donde destacan, sin duda, la obra de la finlandesa Anu Pennanen, Monument to the invisible, que muestra la percepción del espacio por una persona ciega, y los paisajes del belga Geert Goiris.
Los otros dos centros de la bienal, ya en Pasajes, requieren desplazarse en vehículo. Casa Ciriza mezcla desde el tríptico de Iliya Chichkan, que recombina antiguas películas propagandísticas soviéticas, a los de Iñaki Garmendia sobre el vacío mundo del punk. Mikhailov o Broodthaers deberían ser, sobre el papel, los puntos fuertes de la exposición, aparte del edificio en sí, pero el primero presenta una larga serie de retratos tomados en los sesenta, que documentan su particular lectura de la resistencia cotidiana al régimen soviético, mientras del segundo se ha seleccionado una proyección de diapositivas que disloca el papel del cuadro como objeto material. Mucho más interesante resulta la videoinstalación del checo Zbynek Baladran, a quien se dedica toda una planta del edificio; una exploración de carácter casi arqueológico en el pasado icónico de su país: fotografías, películas, dibujos animados. Con todo ello, Baladran propone un corte transversal de la historia en el más puro sentido posmoderno del término.
El itinerario finaliza en otro de los espacios que constituyen una obra en sí mismos. Ondartxo, un antiguo astillero, alberga la intervención del belga Jan de Cock. Encerrado allí durante dos meses, el belga fue creando un espacio interior, sin planos previos, que se integra y entremezcla en el original. Y si no, la bocana del puerto merece la visita.