La excelencia, a contrapié
Fuego bajo las cenizas
12 mayo, 2005 02:00Jean Dubuffet: Fête Villageoise, 1976
Pluralismo y mutación permanente, entre el paraíso perdido de lo primario y la meta sin fondo del pozo interior, son los caracteres y sensaciones que predominan en esta exposición extraordinariamente dinámica sobre artistas contemporáneos empeñados en la aprehensión de lo invisible, en lugar de en la descripción de la realidad externa, entre finales de los años veinte y finales de los ochenta, o sea desde los vanguardistas históricos hasta los artistas del graffiti y de la cultura pluriétnica y hip-hop. El conjunto funciona como una especie de estupenda cacofonía visual, chisporroteante de dibujos primitivos e infantiles, mensajes manuscritos, construcciones rudimentarias de objetos enigmáticos, fragmentos de imágenes inconexas y colores cálidos muy intensos. Se produce, así, una atmósfera contradictoria, deslizante entre la fiesta dionisíaca y la destilación de un submundo urbano asilvestrado, denso, vertiginoso. Se trata de una muestra basada en contraposiciones violentas y en diálogos imprevistos, algunos maravillosos. No siempre funciona igual un picasso junto a un torres-garcía, un dubuffet y un basquiat. No hay -ni mucho menos- dos cuadros efectivamente comparables, por más que pertenezcan a unos mismos autores y a unas añadas parejas. Esa sucesión de sorpresas se apoya aquí, además, en un número importante de pinturas y de esculturas de calidad excelente, cuya sola presencia haría recomendable la visita. Pero es que, a la vez, el espectador cuenta con el atractivo -o con el morbo- de ver cómo se comportan obras excelentes cuando se disponen a contrapié, en posición forzada. Posiblemente sea ése el riesgo que marca y hace diferente a esta exposición.Kosme de Barañano -hasta hace un año director del IVAM- vuelve a este centro para comisariar una propuesta muy en la línea de su círculo de amigos (en este caso, resultan determinantes los préstamos de los galeristas y coleccionistas Jan y Marie-Anne Krugier-Poniatowski, de Ginebra), sin renunciar a su gusto por los registros poéticos y místicos (en el orden de lo filosófico-religioso) del arte moderno. Ello se declara en el propio título de la exposición, El fuego bajo las cenizas, una frase del filósofo jasidim Martin Buber, que el pintor Rothko le citó a Jan Krugier cuando éste comenzaba, hacia 1968, a reunir su estupenda colección de dibujos, haciéndole ver que lo estético no tiene por qué coincidir con "lo bonito", sino que viene a ser "una imagen que lleva fuego escondido". Con esa orientación se han seleccionado las piezas de este proyecto, que contrapone las intensas miradas introspectivas de Pablo Picasso, Torres-García, Jean Dubuffet, Gaston Chaissac, Michel Haas y Jean-Michel Basquiat, además de las de la escultora expresionista Germaine Richier y de uno de los representantes clásicos del arte bruto, Louis Soutter, siendo a su vez las obras de estos dos últimos expositivamente inéditas en España. La idea medular que cohesiona piezas de lenguajes tan diversos reside esta vez en la importancia y en la eficacia que en ellas tiene el dibujo, el trazo supuestamente ingenuo, el icono libre de las raíces de la cultura superior, característico de los artistas primitivistas, los niños y los enfermos mentales. Se trata de un arte que desciende a las profundidades del espíritu, para desde allí cuestionarse las realidades "sólidas" que parecen sustentar la vida individual. Es en ese pozo íntimo donde se confunden lo que Freud denominaba "lo siniestro" con lo que Roger Caillois llama "lo fantástico", a través de obras que constituyen auténticas "apariciones" y plantean un enigma, una suerte de interrupción del mundo de cada día y una contradicción con la cultura oficial.
Esta es, pues, una exposición que ni se rige por la norma ni se caracteriza por la belleza, sino por la expresión existencial de unos artistas que hacen público el mundo interior que los atormenta: las figuras extrañas, casi inexplicables, del Picasso surrealista; el Torres-García más primitivo, combinando el mundo simbólico amerindio con el platonismo occidental; los collages murales de Dubuffet, un universo de garabatos "rupestres" cargados de sedimentos culturales muy diversos; el expresionismo desgarrador de los bronces antropomorfos de Richier y de las pinturas de animales del posmodernista Haas; el brutalismo de los totems de Chaissac y de los dibujos realizados con los dedos por Soutter; en fin, la sintaxis primaria de la imaginería subversiva de Basquiat, que vivió a tope su biografía, conectando la pintura de Europa con el espíritu haitiano. Todo, en una exposición-torrente y pluridireccional.