Arte

Chema Madoz, ideas de plata

16 febrero, 2006 01:00

Sin título, 2005

Comisario: Borja Casani. Fundación Telefónica. Fuencarral, 5. Madrid. Hasta el 21 de mayo

A la entrada, el mural con un círculo de celdillas concéntricas nos avisa de que nos hará falta perspicacia visual. Construido con leves escaleras de madera, nos recuerda los círculos irradiados que se utilizan en oftalmología para detectar el astigmatismo, en negativo; y también el típico círculo cromático, pero ahora desnudado y en su esqueleto, reducido a una ingrávida escala de grises. Quizá se trate de una advertencia de que probablemente caeremos en su tela de araña. Chema Madoz (Madrid, 1958) nos propone en cada imagen un juego: ya resuelto y presentado con precisión. A cada fotografía le convienen los conceptos para este milenio de otro maestro de la volatilidad humorística y mágica: "levedad, rapidez, exactitud, visibilidad y multiplicidad". Y por esa multiplicidad, a pesar de la inequívoca evidencia, la singular extrañeza que producen estas imágenes nos abrirá a una pléyade de sentidos que, en parte, dependerá del bagaje de cada espectador, pero que a todos conducirá a replantearse el juego que establecemos con la realidad que nos rodea. Madoz apuesta por la fantasía.

El artista utiliza objetos bastante corrientes. Es la manipulación artesanal la que les confiere su cualidad aurática. Antes de fotografiarlos, son sometidos a transformación: a veces son modificados, otras basta con combinarlos, disponerlos y encuadrar la escena. Iluminados siempre con luz natural, tras grabar la piel argéntea de la película, al positivarlos sobre el papel adquieren la calidad perfilada del dibujo. Pero aligerada por las sombras fantasmales de la luz sobre la plata. Esta definición fotográfica le es imprescindible, ya que la fotografía reúne siempre, de manera paradójica, la testificación de la presencia, así como su ausencia. Sensación redoblada por el tiempo suspendido de esta catalogación de bodegones que inducen a un placer extático. Tanto más si contienen relojes, que se encuentran entre los objetos preferidos de Madoz. En esta muestra nos paramos ante una esfera-brújula con raíles de tren infantil a modo de correa, el reloj-hostia consagrada, el viejo de bolsillo cuya tapa se abre con la argolla de una lata, el de pulsera con el seis doble del dominó y el de pared en un maletín de violín. Las ideas de plata de Madoz generan correspondencias inéditas y necesarias, fluidas: funcionan como un mecanismo de relojería.

Otros elementos frecuentes son las notas musicales y los componentes del juego de ajedrez. Por afinidad formal, se yuxtapone el teclado de un piano y un tablero, en una melodía en blanco y negro. El jugador conoce bien su territorio de tautologías. En ocasiones, se deja llevar por el lirismo, como esa jaula vacía que atrapa la nube que pasa y que para muchos evocará a Magritte. Ni surrealista, ni minimalista, ni conceptual, el talento de Madoz quizá sea más afín a mundos literarios muy personales: Borges, Italo Calvino, Brossa, las greguerías de Ramón: y su humor, que es expresión de la emoción inteligente. Los recursos lingöísticos no le son ajenos. Como en una ejecución de esgrima, el artista utiliza la diversidad de modos de desplazamiento de la metonimia y la silepsis, que es la figura retórica que consiste en relacionar el sentido propio con el figurado de una palabra. Y ¿qué decir de este "Tú" con una navaja como acento y ese "Yo" hecho con un tirachinas argénteo, acaso cabe cuento más conciso? Y así hasta noventa regalos ideados en los últimos cinco años. Aunque conocidos algunos -y recogidos en la colección PhotoBolsillo- los aficionados a los poemas visuales agradecerán esta última retrospectiva en Madrid tras la celebrada en el Reina Sofía en 2000, meses antes de que se le concediera el premio Nacional de Fotografía.