De nuevo Barjola, maestro de siempre
Intimo
30 noviembre, 2006 01:00Tauromaquia,H. 2000
Resulta especialmente sugeridor -al cumplirse dos años de su muerte y al descubrirse con admiración tantos pequeños óleos y dibujos inéditos de Barjola en esta muestra intensa e intimista- rememorar su figura asediada de cuadros en su taller de Las Matas. Desplazaba de un muro a otro y volvía de cara y de espaldas a la pared con aparente facilidad -él solo- los enormes lienzos de sus complejas y soberbias composiciones; desplegaba en frisos, apoyados sobre el suelo, algunas series de sus formatos medianos, representando magistrados, inquisidores, jerarcas y personajes de testa terrible; y luego disponía -amorosamente- sobre el caballete las tablas de pequeño formato -ardientes de color- que tanto le solicitaba el mercado, y de las que él se mostraba tan celoso. A sus amigos no nos extrañó que un día aquel universo de pinturas se le viniera encima; menos previsible era lo que asimismo sucedió: que, a vueltas del accidente, le sobreviniera la muerte el 21 de diciembre de 2004, a los 85 años de edad. Así, esta exposición propicia el reencuentro con el discurso ancho y formidable de su producción, agrupándola según sus temas preferentes: prostíbulos, camerinos, escenas de suburbio asediadas por perros, mataderos, crucifixiones, vánitas, escenarios playeros, tauromaquias, narraciones patéticas de amor carnal, violencia, muerte y duelo.Decía el pintor de temas fantásticos Jean Aujame que "a fin de cuentas, el arte depende de una mirada, y cada pintor tiene la suya". El de Barjola es un mirar primitivista, aldeano, originario, receloso, de "hombre de pueblo" -decía él-, "de hijo de labradores": "los cardos de ese cuadro los veía así yo ya en el campo de mi pueblo"; "en mi pueblo había chicos igual que ése"; "esas aves agoreras las veía yo de niño, en aquellos años tan duros"; "esos rincones son como los del matadero de mi pueblo"… Luego, en Madrid, la mirada se le empapó de El Greco (perfilar en negro la figura), de Velázquez (la visión más elegante del colorido) y de Goya (la mirada convulsa, entre luces y sombras): maestros que lo acompañaron siempre -había tres posters de obras de ellos en los muros del taller barjoliano-. Más adelante, en los tres meses de 1957 que Barjola pasó en Bruselas, su mirada radical hubo de enfrentarse a la entre surrealista y goyesca de Ensor y a la de los pintores belgas, holandeses y daneses del grupo CoBrA, que era una mirada entre surreal y expresionista. Aún después, en su estancia en París en 1960, la visión de Barjola comulgó con la mirada igualmente intuitiva de Soutine, interesado también en pintar mataderos y retratos apócrifos, y con la manera de ver que mostraba el Picasso del cubismo sintético.
Le irritaba a Barjola que se señalaran coincidencias entre su manera de ver el espacio y la de Bacon, que fue -como él mismo y por motivos parejos e involuntarios- pintor de iniciación tardía. Le gustaba, en cambio, a Barjola destacar su coincidencia con el surrealismo difuso de Pollock, del que admiraba la renuncia al boceto, haciendo que la pintura resultara como "obra del crecimiento natural de una necesidad". Todas esas claves y singularidades irresistibles, incluidas algunas de sus fobias, siguen dando vigor a esta pintura suya, reabriéndola a perspectivas diferentes, acercándola sorprendentemente al gusto de los nuevos pintores, y reafirmando a Barjola como maestro de siempre.