Arte

Tania Bruguera se pone en venta

7 diciembre, 2006 01:00

Tania Bruguera. For sale

Galería Juana de Aizpuru. Barquillo, 44. Madrid. Hasta el 7 de enero. De 12.000 a 15.000 €

En la inauguración de su primera exposición individual en España, la artista cubana Tania Bruguera (La Habana, 1968) propuso a los asistentes aprender a construir in situ cócteles molotov y otras bombas caseras. Algunos salieron de la galería con las botellas de vidrio rellenadas con gasolina, clavos y la mecha de trapo, y otros, sólo con las instrucciones, souvenirs de una velada en donde el hecho artístico, una vez más, apunta pero no dispara. De eso se trataba. Bruguera, que ya en su última intervención en Madrid -a principios de año, en la colectiva Un nuevo y bravo mundo- distribuyó cámaras fotográficas desechables para que los asistentes se vigilaran y ficharan su participación, señalando la hipersensibilidad hacia el control y la seguridad, da un paso más subrayando la cuestión del terrorismo, que en nuestro país se identifica en estos momentos con la kale borroka. Sin embargo, las técnicas molotov también cunden entre otros vandalismos y ciertamente siguen en el imaginario histórico -el de las revoluciones modernas- y en el de muchos ciudadanos cuyo civismo impotente sueña con preguntarse si no habría que retomar viejas tácticas ante los excesos de ese capitalismo innombrable que Rafael Argullol nos aconseja llamar “codicia”. Gracias que el arte “aprieta pero no ahoga”.

El carácter inofensivo del arte, esto es, impune, que fue una de las más amargas conclusiones después de Auschwitz, cerrando el ciclo de unas vanguardias históricas embargadas en imbricar el arte en la vida, vuelve a ser puesto en tela de juicio por Bruguera en una exposición centrada en el análisis de la situación del arte contemporáneo a través del rol del artista en la actualidad, cuando la tradición crítica sesentera sobrevive confiriendo cierta dignidad a un sistema del arte dominado por la hegemonía mercantil y políticamente imperialista y ya prácticamente asimilado por la industria cultural. Para ello, se sirve de un contrato de venta de performances, cuyas cláusulas ponen en evidencia las condiciones de trabajo de unos creadores designados por nuestra propia cultura moderna como activadores de conciencia y reflexión.

Pero no se trata de ninguna parodia. Tania Bruguera pone a la venta sus performances, es decir, su disponibilidad durante siete años ya sea para coleccionistas privados o instituciones. Es una buena manera de dar a conocer en España sus presentaciones de la última década divulgadas en ferias, bienales y centros de arte globalizados, dedicadas a la identidad poscolonial y también a la censura. Pero aquí no hay trampa ni cartón. Aunque la propiedad de la obra caduque, el precio es objetivamente barato y su compromiso en toda regla: bien sabe que puede llegar a suponerle cierta “tortura”, por lo que se reserva la primera opción de recompra. Dice Bruguera que era un proyecto que arrastraba desde el año 2000 pero que necesitaba una galería de prestigio para llevarlo a cabo, sin que quedara en anécdota. Su propuesta de abrir el debate coincide con la publicación de AVAM de una encuesta sobre la “Retribución del artista” que patentiza que éste es un colectivo afectado por la crisis de la política laboral, como cualquier otro. La espiral especulativa de fetichización de la mercancía artística, tan en boga en el mercado europeo desde Saatchi y sus nuevos talentos tratados como meros valores bursátiles basura, es denunciada en la subasta de una “obra nueva que no existe todavía”, a través de la puja en red hasta el día de la clausura.

Órdago al coleccionismo

El Museum für Moderne Kunst de Frankfurt ya posee la pieza presentada por Tania Bruguera en la Documenta 11, la performance-instalación Sin título (Kassel, 2002): “Ellos tienen dos opciones, o reproducen la experiencia tal cual fue, convirtiéndola en un documento histórico, o la rehacen, incorporándole elementos contemporáneos, haciéndola más ‘viva’ de alguna manera”. Un granito de arena a favor de que el museo se convierta “en un archivo de emociones y experiencias y no de objetos”. La artista no vende fotografías ni vídeos de sus acciones que define como “arte de conducta” (ética y subversiva, por supuesto).