Javier Alkain
J. Alkain: Corazón de madera I, 2006
No es fácil escribir sobre la clase de pintura que lleva a cabo Javier Alkain (1960), al menos no sin emplear metáforas, sin una poética de evocación exaltada y algo metafísica que sublime lo visto. Las sugerencias que se desprenden de esta segunda individual de Alkain en Amparo Gámir son, a poco que uno se entusiasme, casi interminables. La impresión de lo visible en lo real (sobre todo si se usa esa percepción intuitiva, encandilada, poética) se cuela entre las rendijas de una tupida malla pictórica que, a decir verdad, es inapelablemente abstracta en los cuadros más recientes. Lo microscópico, lo macroscópico, pieles, amontonamientos de huesos, sirgas o peces (al parecer el artista es un apasionado de la pesca), superficies de rocas o planetas, tejidos y redes, campos magnéticos, de estática, campos o playas dominados por impenetrable niebla (a veces hasta se intuyen dos o tres planos más allá), ondulaciones, superficie acuática, corrientes marinas o partículas cuánticas… un sin fin de concomitancias fructifican en estos paneles a medida que uno los contempla. Formalmente hablando, con quién más rápido se encuentra parentesco en estas obras quizá sea con el nunca justamente ponderado Mark Tobey y con su trabajo menos "urbano". Comparten sensibilidad parecida, casi zen, una capacidad plástica minuciosa y sutil a la vez que errática y con algo de salvaje, y el uso obsesivo de la línea. Todo ello comunica las obras del donostiarra y el estadounidense. En su particular más allá de la materia, en su zona cero de la pintura, indeterminada y polisémica, estas obras meditativas, por su voluntad, movimiento y vibración rizomáticos, desprenden un alto voltaje que comunica la experiencia de ver con cierta clase de infinito.