La verdad (a media voz) de Bores
Ceras inéditas
17 mayo, 2007 02:00Bodegón del pez: 1937-1939
Cuando teníamos la sensación de conocer la obra completa de Francisco Bores (Madrid, 1898-París, 1972), nos sorprende esta selecta, delicada, elegante y especial exposición, que le dedica el marchante Leandro Navarro en complicidad cordial con Carmen Bores -hija del pintor y celosa cuidadora de su memoria-, para desvelar una cuarentena de trabajos inéditos realizados -entre 1934 y 1967- con esa técnica tan singular y seductora al tacto que son las ceras de colores y tiza blanca sobre papel, a las que a veces se suman aquí el trazo aterciopelado del grafito y la luminosidad transparente de la aguada. Son obras "dichas" como en un "aparte", y que los especialistas situarán entre las excelencias de la creación colorista de Bores y las valoraciones formales y plásticas de su amplia producción de ilustrador.A la vez, este variado conjunto forma parte de un corpus específico de trabajos marcados por un sentimiento intimista, que, consecuentemente, los ha "obligado" a permanecer hasta ahora secretos: son obras que Bores realizaba en la sala o en el comedor de su casa, durante las horas del ocaso, cuando las primeras sombras de la noche le hacían abandonar el taller. Determinados trazos que remarcan en blanco o en luminiscencia fluorescente las siluetas de ciertas composiciones (Jarrón con pinceles, Interior en azul y verde, Luz y sombra) subrayan el carácter nocturno de su realización. Todas estas obras se entienden como autosuficientes, sin concebirse ni resolverse como boceto o apunte, y mantienen vivo el perfume suave y -algunas de ellas- la temática y calidez de lo doméstico, es decir, del "amor en las cosas": La merienda, Personaje bebiendo, Interior en morado, Cántaro, La carta, La cesta, Mujer con vaso, Jarrón, Personaje sentado, La toquilla amarilla… Sin embargo, el conjunto abarca temáticamente los tres repertorios genéricos fundamentales de su autor: composición de figura, bodegón y paisaje.
Además, y sobre todo, estas cuarenta y tres cartulinas y papeles pintados configuran una panorámica representativa y una secuencia cronológica de la madurez inequívoca y radiante del artista, definiendo su concepto, su mirada y su lenguaje sobre referentes fundamentales de la "escuela parisién", marcando sus preferencias por Matisse y por Picasso (con quienes, a la vez, Bores se vinculó personalmente durante las estancias vacacionales en que compartieron lugares de residencia), así como su admiración por el estilo particular de Bonnard. También este conjunto testifica el posicionamiento de Bores dentro de ese envidiable estado de plenitud al que sólo tienen acceso determinados elegidos -y que él alcanzó en las décadas de 1950 y 1960-, plenitud que faculta al artista a ser ya capaz de plasmar o hacer cualquier cosa que se proponga. Con todo, en esa etapa eminente Bores siguió pintando bajo su lema de que "la verdad ha de expresarse a media voz", realizando obras tan poéticas como mesuradas, desarrolladas sobre grandes estructuras que conjugan entre sí valoraciones cromáticas muy ricas y jugosas -las de su denominada, no en vano, "pintura-fruta"- y diseños formales imbricados en un propósito de síntesis y abstracción.
Exposición, pues, pequeña -que no "menor"- e intensa del mejor Bores, marcado indeleblemente por la llamada a la perfección, que él plasma, entre la espontaneidad y el lirismo, en un inconfundible y muy refinado estilo personal, en el que la discreción y el silencio forman parte de su exclusividad.