Image: Ángel Marcos, desde Senegal

Image: Ángel Marcos, desde Senegal

Arte

Ángel Marcos, desde Senegal

El fotógrafo ocupa este año el stand de El Mundo

19 febrero, 2010 01:00

Ángel Marcos: De la serie La mar negra, 2007-2010

Exclusión y sueños rotos definen el proyecto que presenta Ángel Marcos en el stand de El Mundo. Una mirada crítica que habla de memoria e identidad.

Dos motivos fundamentales recorren el extenso trabajo fotográfico de Ángel Marcos (Valladolid, 1955), el paisaje, tanto urbano como natural, aunque con mayor insistencia en el primero, y las personas; y ambos temas son abordados con tanta carga poética como visión social. Desde esta toma de posición civil ha abordado su intervención en el stand de El Mundo, en la que prolonga la que realizó en 2007 en la Bienal de Arquitectura, Arte y Paisaje de Canarias, titulada como ésta, La mar negra. Una serie que trataba de la inmigración africana a las islas, y que escenificó en una colección de retratos de senegaleses realizados tanto en el Puerto de los Cristianos, de Santa Cruz de Tenerife, donde desembarcan las pateras, como en Saint Louis, la capital de Senegal.

Ahora, trece luminosos retratos de una serena belleza y de dramática intensidad rodean una mesa sobre cuya superficie aparecen fotografiados los restos de un banquete al que todo hace suponer que, o no han sido invitados o, sí lo han hecho, no han podido disfrutar de él dado su falsedad y su imposible acceso. La distancia entre el simulacro y la veracidad que proyectan esos seres que habitan entre nosotros, o bien quieren hacerlo, resulta especialmente insultante en la apacible impasibilidad que fuerza la fotografía.

Un fresco social Hay que decir que Ángel Marcos no es un artista temprano, sino que descubrió sus posibilidades tras una brillante carrera de fotógrafo profesional, lo que avala su pulcritud técnica, el extraordinario acabado y la notable factura de sus obras. Sus primeras series, de finales de los noventa, Los Bienaventurados, Obras póstumas o La Chute estaban protagonizadas por personas de distintas extracciones sociales quienes, con sus diferencias, constituyen un fresco de escenificaciones que representan una realidad tan artificiosa como yerma y devastada.

La entrada en el siglo abrió un frente de trabajo sustentado en los viajes y en la visión que el artista podía ofrecer de ciertas realidades que aparecían ante sus ojos y que componían un fresco de diferentes concepciones de lo social y lo político. Primero fue Nueva York, y la serie Alrededor del sueño, de 2001, en la que Marcos contempla la isla de Manhattan desde sus alrededores -una carretera comarcal, un apeadero de ferrocarril, las cercanías de un atracadero-, a la vez que inserta, como si fuese un collage, imágenes publicitarias que hacen aún más presente la ciudad y su reclamo permanente de deseos incumplidos. En 2008, realizaría una segunda serie americana, Un coup de dés, hecha en Las Vegas que, a pesar de su guiño a Mallarmé, no trata tanto de abolir o no el azar como de considerar el trágico final de las ilusiones vacías.

El segundo destino, en 2004, fue Cuba, país en el que ha trabajado en varias ocasiones, y del que traza un retrato tan cálido como devastador al dirigirse a los arrabales o al recoger los edificios amenazados por la ruina. Ya sea en los descampados o en las calles desiertas, reconocemos en vallas o muros los rostros del Ché Guevara y otros símbolos revolucionarios que ocupan el lugar de la publicidad comercial neoyorquina. Otros sueños, otros deseos, que muestran su vacua cáscara propagandística.

La trasnformación de las ciudades
Y tercero: China, de la que ha visitado Hong Kong, Pekín y Shangai en 2007 y recogido la brutal expansión de las ciudades, que se ha llevado por delante barrios antiguos enteros, ha transformado la existencia de millones de personas y ha puesto en peligro la conservación de modos tradicionales de vida que, como la subjetividad, son arrasados por el colectivismo capitalista del régimen.

En estas fotografía de La mar negra, una vez más la distancia entre el deseo, el sueño y la realidad resulta insalvable para los actores de un drama que, en este caso, a diferencia del consumismo norteamericano, de los anhelos revolucionarios o de la ambición china, es ajeno a sus protagonistas, a los que únicamente resta el empuje de la supervivencia. Algo hay también de religioso o de invocación en el número de comensales que, siendo trece, no tienen sin embargo un dios que los bendiga.