Image: Daan van Golden

Image: Daan van Golden

Arte

Daan van Golden

WIELS, Bruselas. Hasta el 29 de abril

14 marzo, 2012 01:00

Daan Van Golden: Celuy qui fut pris, 2007.

Daan van Golden es uno de esos pintores silenciosos de producción lenta. Su obra se basa mucho más en la observación que en la gestión de los recursos pictóricos.

Aunque su actividad artística está a punto de alcanzar las cinco décadas, Daan van Golden es un pintor discreto, de producción corta. Nacido en 1936, goza de un prestigio incuestionable, aunque su obra no ha tenido tal vez todo el reconocimiento que debiera. Se ha visto recientemente en centros y museos como el Camden Arts Center, el MAMCO de Ginebra o la portuguesa Culturgest. En 1999 representó a los Países Bajos en su pabellón de la Bienal de Venecia. En España, su trabajo es poco o nada conocido.

No es un artista que se prodigue en exceso. Sus exposiciones son una experiencia penetrante siempre dentro de lo sutil, de lo contenido. Son cuadros de pequeño y medio formato que concentran una intensidad basada en las relaciones entre líneas, siluetas, cromatismos leves y también agitados, sombras... Durante los sesenta pasó una temporada larga en Japón. Ahí descubrió motivos que le cautivaron de inmediato, así los patrones de las servilletas, que trasladó a sus soportes con placer verdadero. Algunos de ellos, férreamente geométricos, le recordaron a Mondrian, faro de toda esa generación de artistas, y a De Stijl, y vertió en sus cuadros la mística propia de los maestros holandés junto a la experiencia de lo cotidiano de la que disfrutó en el país nipón.

Esta exposición en WIELS, un estupendo centro de arte contemporáneo en el sur de Bruselas (ya dimos cuenta en este sitio de una extraordinaria exposición dedicada aquí al artista belga David Claerbout), ha sido comisariada por Devrim Bayar y arranca con un cuadro de Buda realizado a principios de los setenta. La pieza es considerada por muchos un autorretrato por la profusión de colores dorados (Golden, sabemos, significa dorado) que se concentran tanto en el rostro del dios como en el marco del cuadro. De la cabeza, exenta, caen flores secas en otra alusión a las estéticas orientales que tanto atrajeron al artista.

De ahí en adelante, todo un torrente de motivos decorativos y geométricos que dan pistas sobre un quehacer sistemático y conciso. Van Golden tomó como referencia los papeles pintados que encontró en innumerables espacios interiores, sus alfombras, cortinas... La voluntad del artista de diluir la separación típicamente moderna que se daba entre el arte y la vida aparece en toda su pintura, y estos cuadros de motivos domésticos son buena prueba de ello. De ellos se desprende, paradójicamente, un interés por la abstracción que nace de estos patrones "domésticos", tan cercanos. Van Golden se detiene ante motivos florales que encuentra en tejidos árabes y se acerca a ellos con mirada fotográfica, como ampliando dramáticamente el zoom. El resultado son imágenes ilegibles que delatan su condición fragmentaria y abstracta. Son cuadros que recuerdan a los que Gary Hume pintaba en los años noventa, con formas ampliadas que hacen crecer la sospecha de pertenecer a un todo mayor.

Y es que la fotografía es una herramienta que Van Golden ha cultivado con asiduidad. Fotografió sistemáticamente a su hija Diana, su gran pasión, desde su nacimiento hasta que cumplió 18 años, y extrajo de ella la belleza que siempre ha logrado asociar a toda observación de lo real. Una de las series de trabajo centrales en esta exposición belga es la de las fotografías reunidas bajo el titulo Agua Azul. Se trata de un proyecto de intervención en el centro de Amsterdam dirigido por el hoy director del Boijmans van Beuningen Museum, Sjarel Ex, en el que Van Golden participó cubriendo los pasillos del jardín botánico de la ciudad de grava azul. Este color, como se advierte tras recorrer esta exposición, fue uno de los que más utilizó, en homenaje a uno de sus artistas predilectos, el francés Yves Klein. Van Golden documentó la intervención con fotografías de formato medio que se exponen en una sala estrecha que tiene algo aurático, casi místico.

De la fotografía tomó el concepto de reproductibilidad, que pronto asoció a su pintura. Son conocidas las series de cuadros que pintaba cuatro veces, siguiendo no sólo los procesos mecánicos del medio sino también la cualidad simbólica del número cuatro. En otras pinturas desarrolla el asunto de las siluetas, partiendo también de fotografías. Son formas que adquieren un estatus espectral, siguiendo los preceptos de autores como Roland Barthes.

Es la suya, en definitiva, una pintura sencilla y compleja a partes iguales. Tiene la sobriedad típicamente nórdica pero también el carácter lúdico que nace de la desmitificación y la ironía. Se trata, esencialmente, de una persona fascinada por la naturaleza poliédrica de las imágenes, que fluyen con velocidad pero ante las que se detiene en exámenes minuciosos. Son imágenes que parecen, en sus cuadros, lenta y sigilosamente tejidas.