Arte

Lo mejor de Egon Schiele

Klaus Albrecht Schröder, director del Albertina de Viena y comisario de la muestra dedicada al artista en el Guggenheim, selecciona las 10 mejores piezas

1 octubre, 2012 02:00


Es uno de los artistas más representativos del siglo XX y uno de los grandes del expresionismo austriaco. Intenso y radical, apasionado y desconcertante, Egon Schiele (1890-1918) llega al Guggenheim de Bilbao procedente de la Albertina de Viena. A pesar de su muerte temprana, a los 28 años, dejó una obra sorprendentemente rica de más de 2.500 obras sobre papel a las que el artista daba la categoría de arte; dibujos, acuarelas y gouaches más libres y expresivos, si cabe, que sus pinturas. El comisario de la muestra y director del museo vienés, Klaus Albrecht Schröder, selecciona para elcultural.es las 10 mejores piezas de las 100 que, hasta el próximo 6 de enero, podrán verse en el centro bilbaíno. La crítica, el viernes en El Cultural.


Autorretrato tirando del párpado hacia abajo, 1910

En esta obra Schiele tira de su párpado derecho hacia abajo con la mano, arqueando a la vez las cejas. La cabeza ni siquiera se apoya en la mano; más bien se inclina, apartándose de la mano, que, a su vez, tira activamente del párpado e incluso de la comisura de los labios hacia abajo: dos ojos, dos mitades del rostro, dos orejas separadas desigualmente, dos hombros a una altura diferente y dos mitades distintas del cuerpo. En este autorretrato todo se ha desviado del eje central. La caligrafía del pincel, trazada a base de feroces bucles con ayuda del aglutinante, desestabiliza la forma interior de la camisa, del mismo modo que la composición excéntrica y asimétrica desestabiliza la figura. Este autorretrato tiene como pareja el Autorretrato con mueca del Leopold Museum.


El violonchelista, 1910

Este retrato intimista de la Albertina se cuenta entre los más bellos dibujos tempranos de Schiele. Es significativo que el artista no se adhiera a ningún tipo de retrato convencional, contrariando las normas del género. Incluso los retratos de Kokoschka muestran una variedad mucho menor que los de Schiele. Schiele era capaz, como nadie, de establecer un equilibrio entre la imitación y la abstracción, entre el contorno que se ciñe a las cosas por su silueta y la geometría de la composición rigurosa. A la vez, en los primeros retratos de 1910, consigue expresar el estatus social de la persona a través del gesto y de la postura. En el retrato del violonchelista, como en otras obras de este tipo y contraviniendo por completo la apariencia natural, Schiele ilumina las cavidades oculares, que en realidad deberían quedar oscuras al incidir la luz desde arriba. La mirada del músico -el artista lo inmortalizó en un segundo dibujo sin colorear- se dirige hacia la partitura que tiene delante: de ahí su concentración.


Gerti ante telas ocres, 1910

Este retrato representa a la hermana del artista. El hecho de colocar a Gerti ante un fondo de telas ocres, algo muy infrecuente en la obra de Schiele, diferencia este dibujo del desnudo paralelo, Muchacha desnuda sentada, que carece de toda referencia espacial. Además, a la mirada autosuficiente de Gerti por encima del hombro, la muchacha desnuda responde disimulando, coqueta, su pudor. Enormemente alargado, el brazo cuelga en ambas obras hasta muy abajo y se hunde, en el caso de Gerti, en una cartera de color negro azulado.


Dos niñas sentadas, 1911

Las imágenes de los niños de 1911, con sus variadas caracterizaciones, se cuentan entre las principales obras de Schiele. En este año predomina la acuarela, no el gouache, con su flujo libre pero controlado. Por su técnica, Dos niñas sentadas, constituye una obra maestra en cuanto a la aplicación del método tradicional de la acuarela de pintar húmedo sobre húmedo. Las dos niñas sentadas, pegadas una a la otra, se ciñen a la vertical. Para crear un efecto psicológico de complicidad de la pareja, Schiele también cierra el contorno exterior que envuelve a ambas y evita representar los pies y las piernas.


La puerta a lo abierto, 21.IV.12, 1912

El 13 de abril de 2012, Egon Schiele fue detenido -de forma inesperadamente para él- por el supuesto rapto y violación de una niña de 13 años. Aun cuando los cargos por rapto de una menor de edad tuvieron que anularse por insostenibles y, finalmente, Schiele fue condenado en total a solo 24 días de reclusión, acusado de difundir dibujos obscenos que los niños podían ver en su taller, el artista vivió ese tiempo relativamente corto de condena como una profunda y lesiva intromisión en su existencia. Las 13 obras que Schiele hizo entre el 19 y el 27 de abril ilustran la angustia que sentía, en dramático in crescendo, ante la posibilidad de una sentencia dura. La Albertina posee los 10 principales dibujos realizados en prisión.


Redención, 1913

La compacta secuencia de los correspondientes gouaches de 1913/1914 permite intuir el efecto arcaico que debía de emanar de la procesión, a modo de friso, de esas figuras ataviadas como monjes con hábitos: "Un grupo de una doce figuras, casi a tamaño natural, llenaba […] el espacio del cuadro, de pie, andando […] amigos, personas cercanas a Schiele, entre los que se reconocía a Klimt, a mi padre [i.e. Heinrich Benesch]; en los rasgos de un joven me reconocí a mí mismo [i.e. Otto Benesch];. Todos llevaban largos hábitos, como monjes". Así pues, este tradicionalismo simbolista, que siempre se percibió en las pinturas de Schiele como un elemento de confusión, debido a su carácter retrospectivo, también caracteriza hacia 1913 los dibujos comúnmente considerados modernos debido a su ausencia de tema.


Desnudo femenino yacente con las piernas abiertas, 1914

En este dibujo sobresalen, brillantes, los labios rojos y los pezones anaranjados, frente al negro del cabello, del paño y de las medias. A ello se une, como si perteneciera a un eje auxiliar, el oscuro vello púbico en medio de la clara encarnación. Ningún coetáneo vio la realidad sexual de un modo tan libre de prejuicios como Schiele. El cuerpo tendido con holgura está compositivamente anclado a la diagonal de la hoja: esto le asegura una unión decorativa de la superficie. La estática de la postura yacente es, sin embargo, precaria, debido a la falta de entorno espacial; esta ausencia de quietud perturba la fijeza de la mirada voyeurística sobre el desnudo.


Autorretrato con chaleco amarillo, 1914

En estos autorretratos, Schiele no se ve simplemente a sí mismo, con su apariencia natural. Más bien se infiltra teatralmente en los papeles de otros. La esencia de estas obras consiste precisamente en no ser el resultado artístico de un estado psicofísico. La práctica de la dramatización de Schiele está inspirada en el teatro, en el papel del mimo, con su inagotable repertorio de máscaras.


Pareja sentada, 1915

La representación de una pareja de enamorados es para Schiele un singular desafío, ya se trate de una pareja heterosexual o lésbica. En su obra subyace la convicción de que, en el fondo, el ser humano está solo y, en las pinturas monumentales, el encuentro entre hombre y mujer se convierte en una alegoría del encuentro entre la vida y la muerte. En el gouache de la Pareja sentada, Schiele vuelve a dar una forma elocuente a este pesimismo existencialista. Aun cuando el evidente parecido de la mujer con el rostro de la esposa del artista, Edith, sugiere que la imagen representa un acto amoroso, Schiele pone de manifiesto la escisión fundamental existente entre los sexos. Independientemente de que sean reconocibles los modelos, Schiele realiza aquí una variación del vínculo fracasado entre una mujer y un pelele. Como un exánime muñeco articulado, el hombre cuelga entre los brazos de la mujer, que se aferra a él por detrás.


Retrato de la cuñada del artista, Adele Harms, 1917

En 1917, según parece, Schiele dibujó una serie de desnudos y retratos de su mujer Edith, y de su hermana mayor, Adele Harms. Si ya su sola semejanza fisonómica no hace fácil distinguir a ambas hermanas entre sí como modelos, la identificación se hace más difícil por el hecho de que, en la coloración del cabello, Schiele obviaba a menudo el modelo natural. En 1917, la identificación certera de Edith y Adele se convierte en un juego de adivinanzas. En estos retratos, el marcado naturalismo de los rostros va acompañado de una moderada estilización de la vestimenta; se desarrolla un juego de alternancias entre el vacío y la plenitud, el peso cromático y la ligereza gráfica.