Ángeles Santos se lleva el enigma
Ángeles Santos junto a su Autorretrato de 1928. Foto: Carlos Arranz
Fallece en Madrid, a punto de cumplir 102 años, una de las artistas más particulares del arte español de la primera mitad del siglo XX. | Con 'Un mundo' o 'La tertulia' sorprendió a la crítica de los años 30
Se va Ángeles Santos, acompañada estos últimos años en todo momento por su hijo, el pintor Julián Grau Santos, sin desvelar el enigma que rodeó su vida. O, mejor, la primera parte de su vida. La pintura metafísica, casi surrealista, impregnó sus primeras pinturas. Misteriosas, potentes, con niñas muertas o vestidas de negro, jóvenes fumando y miradas llenas de secretos. Un mundo, ese que retrató en 1929, diferente, de sombras más que de luces.
Empezó a pintar en Valladolid, la misma ciudad que hace 10 años celebró su gran retrospectiva, en el Patio Herreriano. Allí, en 1928 tuvo que sorprender a su entorno más cercano con ese Autorretrato, vestida de negro, seria, "ambigua", que diría Rocío de la Villa en su centenario. Entonces leía a Juan Ramón Jiménez y pintaba sin parar: Francisco de Cossio recomendó a su padre que se dedicase a la pintura por completo.
No pasaron ni doce meses y el Ateneo de Valladolid celebró su primera individual. Es el año de La tertulia, uno de sus óleos más icónicos. Cuatro mujeres con aire intelectual leen y fuman. Un cuadro que, como ha escrito Guillermo Solana "no parece pintado por una muchachita de Valladolid, sino por una compleja y atormentada moderna de Berlín". Ramón Gómez de la Serna (con quien mantuvo una estrecha relación epistolar), Federico García Lorca y Jorge Guillén admiraron entonces su trabajo.
Detalle de La tertulia, 1929
Llegarán luego La niña de los huevos, Anita y las muñecas o La niña muerta. Son dos años intensos, quizá demasiado para una joven de apenas 20 años. Una crisis la lleva al internamiento y, en 1935, su vida cambia definitivamente en Barcelona. Allí, en el contexto de una exposición en la galería Syra, conocerá al también pintor Emilio Grau Sala. Tras la boda, nace Julián y poco a poco dejará de pintar.
Pero en 1967 vuelve. Un homenaje en el IV Salón Femenino le lleva de nuevo a coger los óleos. Aunque ahora son tubos de colores claros, para las flores, los paisajes y las vistas desde el balcón. Con la edad se rejuvenece su pintura. Se suceden las exposiciones de su obra nueva y las retrospectivas. En 2004 recibió la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes y un año después, la Cruz de Sant Jordi de la Generalitat de Cataluña. El último reconocimiento vino del Ayuntamiento de Majadahonda, donde residía y donde ha fallecido: en 2008 bautizó con su nombre la sala de exposiciones de su Casa de la Cultura y organizó una exposición a modo de homenaje. "Habría que inventar un reconocimiento para esta artista superviviente que nos ha enseñado a vernos", escribía Rocío de la Villa.
Ángeles Santos y su hijo Julián Grau Santos, pintando juntos en su jardín
"En los últimos años, hemos pintado mucho juntos…", dice Julián. Con esa imagen nos quedamos. El enigma se lo ha llevado ella.