Image: Un diamante en bruto

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Arte

Un diamante en bruto

26 febrero, 2016 01:00

El Museo Palestino de Historia Natural, de Khalil Rabah

Año 35. Madrid. Varias sedes. Madrid. Hasta el 15 de mayo

Año 35. Madrid es una exposición diferente. Es una forma de celebrar el aniversario de ARCO, uno de los acontecimientos más importantes del calendario del arte contemporáneo en España y que gobernó la programación de las instituciones artísticas madrileñas durante años. Aunque ahora ya no todo gira en torno a esa feria que se ha distinguido por ser la más popular de todas. Con este proyecto de Javier Hontoria se recupera esa vinculación con la ciudad que la acogió cuando otras la rechazaron, rompiendo las fronteras de los pabellones de Ifema para extenderse por el centro de Madrid. No es una estrategia nueva: ARCO ya puso en marcha otros programas que llenaban las calles con intervenciones, algunas más espectaculares que otras, que pretendían integrarse en la dinámica urbana. Y otras ferias, como la de Basilea, la decana y en la que más ventas se producen, también han querido escaparse de sus límites, aunque sus intenciones, tampoco hay que engañarse, no son inocentes, tienen mucho de comercial, de engrosar los clips de prensa que son parte de los resultados que están obligadas a obtener.

Pero Año 35. Madrid es diferente por su planteamiento. No se trata de ocupar las calles de la ciudad, sino de integrarse en esos museos que suelen estar alejados del circuito del arte más reciente a partir, en su mayoría, de obras específicas, de nuevas producciones que los ponen en valor. Así, se hacen visibles para un público específico que no suele visitarlos, y al mismo tiempo, los problematizan, evidenciando algunas cuestiones incómodas de su historia, descubriendo las tácticas utilizadas para alcanzar sus intenciones originales y otras más nuevas. Muestran, así, algunos relatos que permanecían ocultos o discursos que no eran en absoluto obvios en los montajes de los fondos que guardan, objetos y obras que de repente también quedan desveladas.

De este modo, Fernando García (Madrid, 1975) trabaja sobre la pintura costumbrista decimonónica que alberga el Museo del Romanticismo, una falsificación maravillosa creada en los años veinte del siglo XX por el Marqués de la Vega-Inclán. Tan construido como ese pintoresquismo que convertía a España en un paisaje habitado por gitanas, toreros y bandidos siempre al acecho, que no era más que aquello que los viajeros románticos querían ver aquí, lo que esperaban encontrar y terminó asumiéndose como propio. Se trataba de Serranías de Ronda que el artista ha abstraído en esas vitrinas en las que los frágiles cristales acumulados se convierten en accidentes geológicos entre los que se esconden unos bandoleros envueltos en sus capas de vistosos colores que han transmutado en caracoles de armoniosas y delicadas cáscaras. Se llama Fleurs et escargots haciendo un guiño a esos franceses que venían en busca de "lo español" y solían regresar decepcionados porque veían que sólo lo podían encontrar en los teatros de París.

>Accesorios, de R. López Cuenca

Maravilloso es también el Museo Cerralbo, una cámara de las obsesiones que parece traducir en el espacio abarrotado y algo laberíntico el pensamiento de ese coleccionista compulsivo que fue su propietario, el marqués que le da nombre. Un lugar al que no se le puede añadir ningún objeto, como bien ha visto Oriol Vilanova (Manresa, 1980) que ha decidido hacer una instalación sonora. En ella recoge fragmentos de textos y canciones pop que hablan de amor, recuperando ese concepto de lo cursi que ha definido el gusto español y que habría que estudiar con interés porque es bastante particular.

Sobre las ideologías que se disimulan tras los museos y sus historias es el trabajo que Rogelio López Cuenca (Málaga, 1959) ha realizado en el Museo de Antropología. Con una intervención tan sencilla como añadir a las colecciones maniquíes decapitados vestidos con uniformes y libreas, ha sido capaz de resignificar y poner en crisis a la propia institución. Señala aquello que se ha querido excluir, lo que se ha preferido ignorar, las consecuencias del sistema colonial y del capitalismo. "¿Qué hizo Robinson cuando llegó al paraíso?", se pregunta. "Establecer una rutina de trabajo y buscar un esclavo", parece ser la respuesta.

Estas son tres de las nueve intervenciones que forman el recorrido de Año 35. Madrid, que hace que el centro de la ciudad tenga algo de diamante en bruto. Es también obligado visitar el Museo Arqueológico, con esa reconstrucción de una obra clásica de la pionera Fina Miralles, que da la vuelta al género tradicional del bodegón; el Museo Naval, con la intervención del fotógrafo Mikel Eskauriaza que analiza la pintura de marinas y pone en relación la historia heroica de la navegación española con la situación actual de los atuneros vascos en el Índico; Tabacalera, con el minimalismo perverso del brasileño Adriano Amaral; Casa Árabe, con los magníficos Proyectos a escala del palestino Khalil Rabah; la Embajada de Colombia, que acoge la obra de Johanna Calle, y la Casa de la Moneda, en la que se exponen los trabajos de las hermanas Wilson y Zachary Formwalt.