Image: Balthus, Derain y Giacometti, la amistad como motor del arte

Image: Balthus, Derain y Giacometti, la amistad como motor del arte

Arte

Balthus, Derain y Giacometti, la amistad como motor del arte

La Fundación Mapfre reúne 200 obras de estos tres artistas en una exposición que encuentra el hilo conductor en sus relaciones personales

31 enero, 2018 01:00

Balthus: Los días felices, 1944-1946

Los libros de Historia del Arte no siempre nos lo cuentan todo. En ocasiones se encasilla y encorseta a los artistas en determinados movimientos aunque estos durasen tan solo unos años y ellos siguieran su trayectoria por otros derroteros. Esto sucede con André Derain, al que se le reconocen sus obras fauvistas mientras que segunda etapa, a pesar de ser tanto o más interesante que la primera, queda en la sombra. Su relación de amistad con Giacometti y Balthus, que en estilo pueden diferir por completo, es el hilo narrativo que sigue la Fundación Mapfre en Derain/Balthus/Giacometti. Una amistad entre artistas, una exposición que se salta los guiones establecidos para acercarse a sus obras desde una perspectiva novedosa e inusual.

Fue Balthus, además, quien desató el pasado mes de diciembre la polémica en Estados Unidos con la petición formal (avalada por 10.000 firmas) de retirar Teresa durmiendo del Metropolitan. "Cuando estamos ante un cuadro suyo pensamos que lo que representa es la realidad pero hay que entender que son escenificaciones", arguye Pablo Jiménez Burillo, director cultural de la fundación. En el caso de la exposición de Madrid Los días felices, que se presenta en la segunda planta del edificio, retrata a una niña recostada con la falda ligeramente subida mientras un muchacho atiza el fuego.

Sin embargo, parece que cuando la niña de 11 años fue retratada allí no había ni hoguera ni chico. Balthus puede resultar un tanto impúdico "pero existe el factor de lo que queremos ver", explica. Con aquellos cuadros el pintor quería romper con la mentalidad burguesa de su época y en este sentido Fabrice Hergott, director del Museé d'Art Moderne de la Ville de Paris, afirma que en sus obras se autorretrata constantemente de modo que, en realidad, está "reconstruyendo su propia historia". Él mismo se hubiera sorprendido hoy de todo esto: "Hay que olvidarse del contenido. El tema sólo es una excusa", decía en su última entrevista publicada por El Cultural a los pocos días de su muerte.

Derain: Isabel Lambert, 1935-1939 y, a la derecha, Giacometti: Isabel en el estudio, 1949

La muestra, dividida en seis secciones, se compone de más de 200 piezas de Derain, Balthus y Giacometti. Unas obras que, sostiene Burillo, "nos ayudan a entender mejor a estos artistas y nos llevan a crear lecturas novedosas". Una de ellas es la revisión que los tres hicieron de los antiguos maestros. Los tres concluyeron que la modernidad residía en la renovación del pasado y así Derain descubrió obras de artistas de diferentes procedencias en la National Gallery y el British Museum de Londres, Giacometti vio en las esculturas italianas y africanas su manera de entender la disciplina y los frescos de Arezzo propiciaron las inquietantes y misteriosas imágenes de Balthus.

Todos ellos, además, lograron dotar a sus obras de una materialidad física alejada de la realidad tal y como la entendemos. Según Hergott, el realismo no es lo que vemos sino "lo que queremos ver de un modo brutalista". En este sentido, y como explica el comisario francés, las obras de Giacometti luchan con y contra la propia realidad y en ellas subyace la idea de que la realidad no es más que la forma en la que nuestros ojos quieren verla. En cambio, el orden, la armonía y las figuras sobre fondos oscuros de Derain y Balthus recuerdan más a los realistas del XVI.

La exposición también dedica una sección a los modelos que intercambiaron estos tres artistas: Isabel Rawsthorne posó para Derain y, más tarde, para Giacometti y resulta sorprendente el parecido de La sobrina del pintor del primero con las adolescentes de Balthus. Con todo, los cuadros y las esculturas que muestra la Fundación Mapfre argumentan la relación que estos artistas tenían con la realidad. Giacometti refleja la incapacidad que siente a la hora de representarla retratando en El hombre que se tambalea al ser humano de una manera precaria y desvalida en el mundo. Esa sensación de fracaso, no obstante, no lo frenó en su intento volver a ella una y otra vez.

Derain: El gaitero, 1910-1911 y, a la derecha, Giacometti: El hombre que se tambalea, 1950

Ese mismo sentimiento inunda las obras más tardías de Derai,n como Las bacantes o Gran bacanal negra. Sin embargo, es la luz la que finalmente gana la batalla en El claro del bosque y en el retrato Isabel Lambert, lienzo que tiene los ecos de su pasado fauve en cohesión con la delicadeza de la mirada que adquirió tras su paso por Italia. "Derain sale reforzado de esta relación ya que, por alguna razón, dejó de estar de moda", afirma Burillo. Lo mismo ocurre en Los jugadores de cartas y Los días felices de Balthus.

La muestra, por tanto, quiere poner en evidencia que hay muchas maneras de acercarse al arte y no solo como indican los libros de historia, donde estos tres artistas forman parte de capítulos diferentes y alejados entre sí. Son los intercambios entre los artistas y la amistad, unidos a otros aspectos, los que también pueden ofrecer una lectura más amplia. Con todo, su relación no fue suficiente para crear un estilo común sino que el ámbito surrealista en el que se conocieron a principios de los años 30 atacó a cada uno de ellos en su terreno.

@scamarzana