Al fin, Rafael Tegeo
Rafael Tegeo, 1798 - 1856
7 diciembre, 2018 01:00Episodio de la Conquista de Málaga, 1850
Conocemos mejor la pintura de la segunda mitad del siglo XIX -que es la de las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes, la gran pintura de historia, el paisaje como Dios manda y los retratos sofisticados- que la primera, caracterizada por Juan Antonio Gaya Nuño como "el medio siglo ingenuo, arrebatado, pródigo en indecisiones, ocurrente, irreflexivo, desorganizado". En ese período, la realeza, la aristocracia y la Iglesia dejan de constituir la principal clientela de los artistas, que adaptan su producción a una burguesía en alza más o menos culta y deseosa de seguir las modas internacionales. Y así surge, junto a la demanda de pinturas costumbristas, bodegones y paisajes, un nuevo tipo de retrato al que no se ha prestado suficiente atención, uno de cuyos más brillantes formuladores es Rafael Tegeo (Caravaca de la Cruz, 1798 - Madrid, 1856), a quien el Museo del Romanticismo dedica, ¡por primera vez!, una exposición. Importantísima. No hay ni una sola tesis doctoral sobre Tegeo y solo dos oscuras monografías se le habían dedicado, por lo que esta muestra, comisariada por Asunción Cardona (directora del museo) y Carlos G. Navarro (técnico de conservación de pintura del XIX en el Museo del Prado), y su catálogo eran del todo necesarios. El Prado, por cierto, presta siete obras de las catorce que posee, solo una de las cuales estaba en salas, y recibirá pronto en donación el Combate de lapitas y centauros aquí expuesto.Tegeo es ante todo un gran retratista. Si bien, en consonancia con el modelo académico, quiso demostrar su valía a través de grandilocuentes composiciones de tema mitológico o histórico, su éxito se debió y se debe a sus retratos, que rara vez fueron de reyes -como pintor de cámara retrató a Isabel II y a Francisco de Asís- o nobles, trabajando para una clase media-alta de filiación liberal, que él defendió en la escena política. En esa primera mitad de siglo, como decía, entre la singularidad inimitable de Goya y el rotundo triunfo de Federico de Madrazo, que se comen a todos los competidores, se forja un estilo de retrato que hoy nos resulta muy atractivo: efigies austeras, perfiladas y a veces duras, con algo de primitivismo, algo de elegancia francesa, casi nada de afectividad inglesa y no poco de tradición española, ni del todo neoclásicas ni del todo románticas. Me refiero a los retratos de José de Madrazo, Juan Antonio de Rivera, Zacarías González Velázquez, Francesc Lacoma, Vicente Rodés, Luis de la Cruz, Valentín Carderera... y Tegeo, que es uno de los mejores.
Se han seleccionado 28 obras que, según Cardona, incluyen casi todo lo mejor de su producción. En la sala de exposiciones del museo se ha dispuesto una maravillosa galería de 15 de los retratos, repartiéndose el resto de ellos en diversas estancias de la casa-museo, lo cual tiene sus ventajas -ver las obras en ambientes similares a aquellos para los que se crearon- y sus inconvenientes -se pierde la visión de conjunto-. En el oratorio se han colocado los tres cuadros religiosos, en los que pesa la tradición tardobarroca, en respuesta quizá al gusto de los comitentes; destaca allí la clasicista Virgen del jilguero, cuya adquisición por el Ministerio para el museo dio pie a la organización de esta exposición. Y en la sala final de la colección permanente, que se ha desmontado, se han reunido los cuadros de historia: los dos que le encargó el infante Sebastián Gabriel de Borbón, Antíloco lleva a Aquiles la noticia del combate sobre el cadáver de Patroclo (h. 1846) y Diomedes, asistido por Minerva, hiere a Marte, que son como todas estas pinturas españolas con ínfulas grecorromanas muy empachosas para el paladar actual, con tanto ademán conmocionado, tanto ojo vuelto al cielo y tanta pierna depilada. Y, aun así, las composiciones de Tegeo eran mejores que las de su maestro, José Aparicio, que fue discípulo del mismísimo David. Pero cuando ya al final de su vida se pasó al medievalismo, uniéndose al revival romántico, ganó mucho en potencia dramática y en calidad pictórica. Su Ibrahim-el Djerbi o el Moro Santo, cuando en la tienda de la marquesa de Moya intentó asesinar a los Reyes Católicos es un cuadrazo. En más de un sentido, pues Tegeo se adelanta a los grandes formatos que impondrían después las Exposiciones Nacionales a la pintura de historia. Pintado para el rey consorte con motivo del primer intento de asesinato que sufrió Isabel II, muestra el momento del prendimiento del frustrado regicida, que es el auténtico héroe de la escena.Para esta exposición se han seleccionado 28 obras que incluyen casi todo lo mejor de su producción
Tegeo abordó otros temas románticos. Lástima que se perdiera la pintura del bandolero contemplando filosóficamente la cabeza de un colega en la pica, del que queda un grabado que se expone, y que no se haya traído ninguno de sus paisajes, que varios estudiosos alaban y que confieso no haber visto nunca. De ellos es posible, no obstante, hacerse una idea a través de los que aparecen en los fondos de algunos de sus retratos, como el de José María Benítez Bragaña y el de la niña sentada del Museo del Prado que son dos de los retratos más emocionantes de todo el XIX español.
@ElenaVozmediano