Image: La Gran Vía destruida durante el franquismo: asignatura pendiente

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Arte

La Gran Vía destruida durante el franquismo: asignatura pendiente

4 enero, 2019 01:00

La Gran Vía de Madrid

Inaugurada, hace unas semanas, la reforma del broadway madrileño, las nuevas y holgadas aceras han cobrado mayor espacio peatonal y como resultado una mayor perspectiva visual de sus edificios. Ahora bien, con esa nueva perspectiva, la mirada del paseante percibe las huellas de algo que antes estuvo y que ahora ya no existe: la arquitectura desaparecida.

Resulta innegable, percibir el notable y del todo necesario cambio que ha significado la nueva avenida para sus paseantes. Si bien es verdad que se camina más cómodamente, no es menos cierto que las nuevas y amplias aceras de la Gran Vía permiten bascular la atención del peatón hacia algo que antes existía y ahora ha desaparecido.

Lo desaparecido tenía nombre: ornamentos, marquesinas de vidrio, pináculos, esculturas, frontones, volutas, escudos, florones, cúpulas, torreones o remates escultóricos. Antaño bellos voladizos que personalizaban cada uno de sus edificios y cuya presencia habitó un día desde las alturas, los frontispicios y sus cornisas, hoy son meros fantasmas presentes sólo en páginas de blanco y negro. Todos ellos conforman una larga lista del patrimonio destruido y por ende, ausente de las fachadas de la Gran Vía. La causa de su desaparición debe su autoría a reformas fallidas, precedidas muchas veces, por intereses económicos o bien debido a una carencia de escrúpulos, de negado respeto y falta de sensibilidad hacia la historia, el paisaje, la arquitectura y la identidad de la capital, acaecidas durante el franquismo. Este conjunto de elementos patrimoniales que embellecían y reafirmaban la idiosincrasia de esta calle, pasaron así de ser materia granítica y marmórea a vagar como espectros errantes, ávidos de reconquistar algún día las atalayas y fachadas que revistieron la afamada arteria y que muchos nostálgicos sueñan en volver a ver cómo, desde sus puestos de vigía, dominan de nuevo las alturas.

Tales vacíos arquitectónicos se perciben ya en el primer tramo. En el albor de la calle, en el curvilíneo Edificio Grassy de Gran Vía 1, nuestra retina capta ya las primeras huellas de los desmanes acontecidos durante la dictadura. Construido por Eladio Laredo en 1916 para uso residencial estaba coronado por un grupo escultórico de niños, así como de guirnaldas. Tales ornamentas se veían acompañadas por unos pináculos que rodeaban la linterna superior y por un remate en su capitel corintio que sostenía un trípode clásico de hierro, éste último, en alusión al oráculo de Delfos. Todos estos elementos fueron destruidos a finales de los años sesenta. En la misma ribera impar, en Gran Vía 3, en lo que hoy día ocupa un anodino edificio de mármol negro, en su pretérito se hallaba aquí la sede de la Mutua de Ahorros, Los Previsores del Porvenir. Construido por Luis y Javier Feduchi entre 1914 y 1916, fue demolido en 1973 para levantar la oscura fachada del Banco Continental, sede actualmente de la Consejería de Medio Ambiente, Administración Local y Ordenación del Territorio de la Comunidad de Madrid. A unos pasos, en la misma acera izquierda, llegamos a Gran Vía 13, edificio del Casino Militar, construido por Eduardo Sánchez entre 1914 y 1916. Si echamos una ojeada a lo alto, observamos en él la ausencia del escudo y el grupo escultórico que un día coronaron su lugar y que hoy día ya no existen sobre el último balcón del chaflán.

En Gran Vía 19, sede ahora de los Juzgados de lo Contencioso Administrativo, se alzaban antaño los Almacenes Rodríguez, construidos por Modesto López e inaugurados en 1921. En aras de seguir la estela de los gandes almacenes europeos, fue unos de los primeros centros comerciales de este tipo levantados en la ciudad. Dotado de nueve plantas, estaba especializado en la venta de tejidos, desde los de primera necesidad, a los de la categoría de novedades de París, tipo Galerías Lafayette. Tras más de medio siglo de vida, dieron sus últimos suspiros en 1977 cuando, tras el cierre del negocio, su fachada fue reformada por sus nuevos propietarios y cubierta por una cortina de cristal oscura. Los coletazos de la piqueta propagaron semejante acontecer en dirección Callao, acera derecha del primer tramo. Aunque esta vez sin derruir ningún edificio, se perciben elementos suprimidos en Gran Vía 10, edificio de Seguros La Estrella, levantado por Jerónimo Mathet, entre 1916 y 1921. La desaparición del gran torreón central de dos pisos de altura y rematado con una cúpula junto con su grupo escultórico son el legado de la supresión ornamental arquitectónica cometida durante el franquismo.

Antigua Plaza de Callao

Sucede algo semejante en Gran Vía 16, construido para viviendas en 1914 por Julio Martínez se aprecia cómo algunos de sus elementos decorativos ya no existen en su parte superior. Dos números después, en Gran Vía 18, se ubicaba el antiguo y suntuoso Hotel Roma. Construido por Eduardo Reynalds en 1913 fue el primer edificio levantado en esta famosa avenida. Las crónicas de la época, como el diario La Esfera, alababan entonces sus instalaciones como de lo mejor de cuanto existía en la capital, además de ponderar el exquisito gusto del mobiliario de sus lujosas habitaciones. Como elemento singular de su exterior destacaba el remate de su azotea, coronada entonces con una loba capitolina realizada en bronce. Con el cese del uso hotelero pasó a convertirse en la época franquista en sede bancaria y, con ello, desapareció tal primigenia escultura, además de varios de los elementos decorativos de la fachada.

Sin abandonar la misma acera llegamos a Gran Vía 26 con Hortaleza 1. Obra de Pablo Aranda por encargo de Jesús Murga para viviendas y oficinas, fue construida entre 1914 y 1916. Si alzamos la vista a las once resulta perentorio observar en su fachada cómo hoy día ha desaparecido casi toda la decoración original, habiéndose sustituido muchos de sus antiguos balcones de piedra por balcones metálicos. La pérdida más cristalina y no menos sangrante son los dos torreones que hasta la época y durante la II República presidían cada una de las esquinas de su azotea y cuyo rastro ya no existe. Como nota ilustrativa, destacar que este edificio recibió el premio de Arquitectura del Ayuntamiento del año 1918. Tras dejar nuestra mirada por la recia y austera grandiosidad del Edificio de Telefónica, la huella destructiva deja su firma en su edificio colindante, Gran Vía 32, antiguos almacenes Madrid-París, hoy sede de Primark. Construidos por Teodoro de Anasagasti en 1922 e inspirados en los parisinos almacenes Lafayette, fueron el primer y único de los establecimientos madrileños de esta época que consiguió aproximarse a las características de un gran almacén. El edificio estaba ataviado por dos grandes torreones blancos de piedra caliza que colmaban cada uno de sus laterales pero estos desaparecieron de su solana en 1956.

En la acera opuesta, unos metros más atrás, en Gran Vía 23 con Montera 47, se erige el que fuera el antiguo Hotel Metropolitano. Construido por Vicente Agustí y José Espelius entre 1917 y 1922, a día de hoy su azotea aparece exenta del frontón superior chaflanero que habitó en su pasado. Como consecuencia se cobra un edificio usurpado de personalidad y exento de empaque esquinero. El desaparecido frontón curvado estuvo presente hasta y durante la época tricolor. Concluido el segundo tramo, arribamos a la aledaña Plaza Callao. Allí se erigía el Hotel Florida. Construido en 1922 con fachada de mármol y con firma de Antonio Palacios. Con la eclosión de la Guerra Civil se hizo célebre por la llegada de ilustres intelectuales, escritores, periodistas y corresponsales de guerra: Robert Capa, Ernest Hemingway, André Malraux o John Dos Passos, entre otros, quienes pernoctaron en sus habitaciones en aras de informar sobre el conflicto bélico. Tras ello, el afamado hotel se convirtió en memoria y símbolo eterno de la resistencia republicana contra los embistes del fascismo. Sobrevivió a los numerosos impactos de las bombas, que fueron muchas, llegó a los cuarenta, rebasó la década de los cincuenta y expiró en 1964, cuando fue demolido en su totalidad. Su imagen se visualiza hoy sólo en postales antiguas. Actualmente es un centro comercial, propiedad de El Corte Inglés.

Sin abandonar Callao o lo que muchos califican como el Picadilly Circus madrileño; lugar de encuentro por excelencia, la piqueta se cobró otra víctima adjunta al famoso hotel, esta vez de hierro, la antigua farola central que ocupaba antaño lugar en la misma plaza. Si en términos comparativos el Picadilly Circus londinense tiene en su centro a su estatua Eros quien dota de personalidad icónica y prestancia a la singular plaza, no sucede lo mismo en Callao. Con la desaparición de dicho fanal la plaza madrileña perdió su guinda ornamental, que como icono central otorgaba al coso un rasgo único de belleza, armonía y monumentalidad que hoy ha perdido en buena parte.

Dos imágenes antiguas de la Gran Vía de Madrid

En conclusión, como capital mundial receptora de más de 6 millones de turistas en el pasado 2017 y candidata a integrar el Paseo del Prado en la lista de Patrimonio de la Humanidad, Madrid no puede permitirse ofrecer una imagen inacabada, dejada y con un patrimonio descuidado y desaparecido por las tropelías cometidas en su pasado en nombre de una modernidad mal entendida. Pero no sólo es de cara a los foráneos, sino más importante, de cara a sus ciudadanos.

Las plazas, edificios, avenidas y arquitectura de una ciudad evocan sus hechos históricos y son, a su vez, el legado de nuestro pasado que entreteje nuestra identidad urbana presente. Ese ejercicio de memoria urbana basado en el recuerdo colectivo del pasado nos permite reconocer en el aquí y ahora qué y quiénes somos y a hacia dónde nos dirigimos como metrópoli, pues sin una memoria urbana asimilada y consciente no hay espacio posible para la identidad de una ciudad. De ahí que tan importante es reivindicar la protección o reconstrucción de los edificios y espacios públicos que conforman nuestra memoria. Y del mismo modo que es capital recuperar la memoria histórica de un país, de sus ciudades, calles y gentes, de todo aquello que pasó en nombre de la barbarie bélica, no es menos imprescindible recuperar la memoria urbana y como consecuencia recuperar así el patrimonio, la arquitectura, el paisaje, la historia y en suma, la identidad de Madrid y de España entera, destruidas con saña y sin reparo durante la dictadura. Los errores de la historia y del urbanismo están en deuda con Madrid y es que los madrileños se merecen recuperar su arquitectura desaparecida, ergo, su identidad.

Como motivación activadora tenemos un buen ejemplo en la ciudad de Berlín, que ha recuperado su antiguo Palacio Real destruido por los ejércios rusos al final de la II Guerra Mundial. Madrid no puede quedarse atrás, debe y puede recuperar su patrimonio destruido. La negligencia y la desmemoria son el primer paso del extravío de nuestra identidad, en nuestras manos está mantener viva la llama de la memoria, sin ella no hay identidad y sin identidad no hay brújula, ni cultura, no hay futuro, sólo lo superficial, lo banal y el horizonte de la nada.