Arquitectura y delirio en los templos de la noche
- Un repaso a las extravagancias arquitectónicas que suscitó el mundo de las discotecas en su periodo de apogeo.
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Las discotecas de los noventa se convirtieron en "no lugares", espacios de anonimato, consumo y libertad. Zonas Temporalmente Autónomas (TAZ) donde la fiesta era además algo político, una revolución cultural que abrazaba el hedonismo en templos pensados para potenciar las experiencias sensoriales de los nuevos feligreses de la religión techno.
Sus tipologías imitaban los teatros o las óperas. Tenían una dramaturgia y una escenografía propias. Spook Factory, hito de la Ruta del Bakalao, se inspiró en el contexto político de la Guerra Fría y la paranoia nuclear para crear un espacio distópico. Su interior negro y sin ventanas rompía la secuencia día-noche.
Barraca utilizó una vivienda tradicional valenciana que ya existía, Louie Vega, en Castelldefels, encastró un avión en su fachada para recordar a la piloto homónima que se estrelló con su avioneta en ese mismo lugar en 1956 o Circus, en Valencia, que levantó una lona circense en plena pista.
No había reglas. El kitsch, el neorrealismo italiano o la estética poligonera e industrial convivían con los láseres estroboscópicos traídos de Berlín intentando dar cabida a aforos imposibles. Ibiza rompió la baraja con Ku, la discoteca más grande del mundo con capacidad para 10.000 personas y una impresionante cúpula central de 25 metros.
El sincretismo reinaba, lo industrial con lo rural, lo cool vs. lo autóctono: Silvi’s de Gavá estaba inspirada en las pirámides de Egipto, Chocolate se instaló en una cuadra de vacas e imitaba una tarta de chocolate con nata encima. ACTV transformó las Termas Victoria, una construcción modernista de 1918. La transgresión no tenía identidad. Lo importante era que los espacios detonaran el subidón y las relaciones sociales.