Joyce Carol Oates. Foto: Dustin Cohen

Joyce Carol Oates. Foto: Dustin Cohen

Letras

'Carnicero': Joyce Carol Oates no escatima detalles repulsivos en su obra más surrealista y truculenta

7 octubre, 2024 02:25

Hay muchas cosas que se podrían destacar de la dilatada carrera literaria de Joyce Carol Oates (Lockport, Nueva York, 1938), entre ellas su legendaria prolificidad. Dotada de un talento proteico, ha pasado de un género literario a otro, ya sean novelas, cuentos, memorias, poesía, libros infantiles, ensayos, obras de teatro o libretos. Para envidia, admiración y fastidio de los escritores menos fluidos, está claro que Oates nunca ha sufrido el bloqueo del escritor.

Carnicero

Joyce Carol Oates

Traducción de Nuria Molines. Alfaguara, 2024. 424 páginas. 22,90 €

De hecho, hay algo casi compulsivo en su necesidad de escribir. Carnicero es su 63.ª novela, y el libro tiene la energía febril, la propulsión narrativa y la amplitud descriptiva –a veces excesiva– de gran parte de su obra anterior.

Incluso cuando Oates no escribe de forma explícitamente gótica, como en Bellefleur (1980) o en Mi corazón al desnudo (1998), siempre le han interesado las insinuaciones de lo siniestro, la forma en que se presenta de repente en un día normal de verano. "En la periferia de muchos de mis poemas y obras de ficción", comentaba una vez, "hay a menudo un elemento grotesco o surrealista".

El título de Carnicero, su crudeza, da una pista sobre la escabrosa historia que Oates nos tiene preparada. Al igual que en otras obras anteriores, se inspira en parte en criminales reales. En este caso se trata de un médico sin la formación adecuada, J. Marion Sims, que en la década de 1840 empezó a realizar operaciones experimentales a mujeres que se recuperaban de partos difíciles.

Aquí, el "Carnicero" del título se llama ahora Silas Aloysius Weir, y durante 35 años trabaja en el Manicomio Estatal de Nueva Jersey para Mujeres Lunáticas, donde las condiciones van de pésimas a horripilantes. Su instrucción médica es mínima, pues solo posee cuatro meses de formación, aunque está encantado de contarle a todo el mundo que procede de una familia distinguida (uno de sus tíos es un reputado astrónomo de Harvard, donde también se han licenciado dos hermanos; Weir es la oveja negra).

Silas llega a ser reconocido y posteriormente detestado como un pionero en el campo de la ginopsiquiatría, a través de cuya gasa misógina ve la vagina como "un verdadero infierno de suciedad y corrupción" y los genitales femeninos como "repugnantes por su diseño, función y estética".

Es una época en la que la histeria se relaciona con el útero, y los molestos clítoris –"el pequeño y ofensivo órgano en la boca de la vagina... como un órgano masculino en miniatura, con un fuego obsceno que se enciende desde dentro"– son considerados responsables del comportamiento escandaloso de las mujeres jóvenes y amputados sin miramientos.

Diversas dolencias se tratan, sin anestesia, con bisturí y a veces con un punzón de zapatero, y la cura más frecuente es la flebotomía o sangría, aunque en muchos casos cause la muerte. El arsenal de fármacos incluye láudano, mercurio, belladona, "pequeñas cantidades de arsénico" y gotas de cocaína.

Carnicero está narrado por distintos personajes, que se alternan para arrojar luz sobre Weir y su compromiso divino (o eso cree él) con los pacientes a su cargo. Desde el principio, se nos da una idea de su desazón y falta de atractivo: "Su cabeza era demasiado grande sobre los hombros encorvados y enjutos; el pelo de su tieso copete no tenía un matiz discernible... los ojos estaban más bien hundidos en sus órbitas, como los ojos de un roedor, húmedos y cambiantes". (Cuando lo leí, me surgió la duda de si los ojos de un roedor están, de hecho, hundidos. Pero eso es una objeción menor).

'Carnicero', una de las obras más surrealistas y truculentas de Carol Oates, no escatima en detalles repulsivos

Cuando Weir utiliza unos alicates para recolocar las placas craneales de una bebé de 5 meses, provoca la muerte de la niña –aunque alivia su culpa señalando que era "de linaje muy pobre, prácticamente infrahumana"–, y se ve obligado a abandonar su comunidad. Poco después, es llamado al manicomio, donde, con la ayuda de una comadrona experta, ayuda a dar a luz a una sirvienta irlandesa albina y huérfana llamada Brigit, que supuestamente también es sorda y muda. (El niño, naturalmente, le es arrebatado de inmediato.)

Con el tiempo, Brigit se convierte en su ayudante y Weir se obsesiona con su belleza sobrenatural, convencido de que entre ellos existe una especial comunión tácita. Es uno de esos hombres cuya ignorancia es equiparable a su arrogancia, que espera alcanzar fama mundial encontrando una forma de curar la locura extirpándola literalmente del cuerpo; y a medida que avanza la novela, sus métodos se vuelven cada vez más osados.

Utiliza una cuchara deslustrada para los exámenes íntimos, así como fórceps calientes, seguro de que, "como es sabido, el interior de la vagina es insensible a las sensaciones, como el canal del parto. No hay terminaciones nerviosas en estos órganos".

Sus ambiciones solo parecen limitadas por lo que puede conseguir en una serie de experimentos cada vez más depravados, realizados en su laboratorio privado. Pero, finalmente, las internas se rebelan, en una escena que Oates esboza con grotesca especificidad. Carnicero es sin duda una de sus obras más surrealistas y truculentas, en la que no escatima detalles repulsivos ni impulsos perversos.

Al final, sin embargo, el alcance de la novela es más amplio, convirtiéndose en un comentario empático y perspicaz sobre los derechos de la mujer, los abusos del patriarcado y la servidumbre de los pobres y los marginados. Oates, como es habitual en ella, consigue crear un mundo que se aparta del nuestro pero que nos resulta familiar, lo que hace que resulte imposible desestimar sus observaciones sobre los temperamentos retorcidos y los actos de violencia aleatorios.

La pregunta que siempre me hago sobre Oates es de dónde proceden sus fantasías imaginativas, que siempre me han parecido un misterio. No nos hacemos una idea de quién está detrás de lo que escribe, como ocurre, por ejemplo, con John Updike o Alice Munro. Pero es posible que esta impersonalidad inexorable sea lo que ella quiere.

Nos hemos acostumbrado tanto a la noción del escritor o escritora reconocible que brilla a través del artificio de la ficción y llama la atención sobre sí mismo o sí misma que el enfoque de Joyce Carol Oates –no muy diferente de la insistencia de Gustave Flaubert en que "un autor en su libro debe ser como Dios en el universo, presente en todas partes y visible en ninguna"– parece singularmente inusual. Que dure mucho tiempo.