Víctor Erice captura el cielo de Oteiza
El cineasta escribe sobre 'Piedra y cielo', la instalación audiovisual que ha montado en el Museo de Bellas Artes de Bilbao
13 noviembre, 2019 13:37Piedra y cielo tiene como motivo el Memorial Aita Donostia situado en la cima del monte Agiña (Lesaka, Navarra), obra del escultor Jorge Oteiza (1908-2003) y del arquitecto Luis Vallet de Montano (1894-1982). Llevado a cabo a instancias de la Sociedad de Ciencias Aranzadi, que eligió el emplazamiento, e inaugurado el 20 de junio de 1959, consta de una estela funeraria y una capilla. La primera, creada por Oteiza; la segunda, por Luis Vallet.
El alto de Agiña (618 m) es de gran importancia más allá de su belleza como paisaje. Depósito de unas señas de identidad, forma parte de una estación megalítica que cuenta con ciento siete crómlech, once dólmenes, cuatro túmulos y un menhir, hitos asociados a espacios y ritos ancestrales que le otorgan una especial significación. La principal teoría existente acerca de su sentido es que se trata de enterramientos. Sin embargo, hay también estudios según los cuales los crómlech pirenaicos representarían en realidad estrellas y constelaciones, constituyendo las huellas de una religión astral precristiana. Sin olvidar que Urtzi, el nombre vasco de Dios -que parece datar del siglo XII-, significaba "firmamento".
El escritor José de Arteche, que acompañó a Oteiza en su primera visita a Agiña, ha contado la reacción de su amigo al ver los crómlech allí reunidos: "Oteiza se arrodilló con los brazos en cruz, diciendo que deseaba recibir las emanaciones telúricas. Parecía un niño. Vallet le ayudó a levantarse. Hacía frío... Oteiza derramó sobre el paisaje una mirada ansiosa. Otra vez parecía que entraba en trance: ‘Es preciso -dijo- llenar nuestro paisaje de estelas funerarias, de señales encendidas estratégicamente dispuestas en esta larga noche de la que no queremos despertar’".
"Nuestra prehistoria vasca -escribió Oteiza- es nuestra historia sagrada". Según él, lo específico del crómlech vasco sería el hecho de que en su interior no contiene nada, no es una tumba, sino ante todo un espacio protector del individuo y de su soledad, una forma de arte: "Un día, delante de estos pequeños crómlech en el alto de Agiña pensé en mi desocupación del espacio. Toda obra de arte, o es una realidad de formas ocupando un espacio, o es un espacio desocupado. Este pequeño tipo de crómlech es estatua y constituye una de las creaciones más importantes del genio creador del artista de todos los tiempos".
Situadas frente a la cámara de video, observadas por ella día y noche, la estelaescultura y la capilla del Memorial han sido sometidas en Piedra y cielo a un proceso de cinematización donde la luz, el sonido y el tiempo desempeñan un papel esencial. La visión diurna, presidida por el sol (Eguzki) desde que nace hasta que muere, establece un contraste con la nocturna. La primera ofrece unas imágenes donde la naturaleza convive con las huellas de la historia (la obra de los hombres: los crómlech, la estela de Oteiza deteriorada, la capilla de Vallet); la segunda intenta captar algo de la dimensión metafísica del escenario iluminado por la luna (Ilargi, es decir, la luz de los muertos). En definitiva, los elementos propios de lo que Oteiza identificó como la "Cultura del Cielo".
El escultor se reconoció a sí mismo como un artista del cielo en contraposición a los artistas de la tierra. El cielo fue para él su propósito: evocarlo con toda su inmensidad en la piedra y en el hierro forjado. A través de una experiencia de la infancia, contó de qué manera el cielo le proporcionó su primera comprensión estética del mundo. La gran bóveda celeste fue desde entonces para él su lugar de reposo y protección ante los miedos de la existencia.
Segundo proyecto de estatuaria pública -después de su escultura antropomórfica de Arantzazu-, Jorge Oteiza trabajó en la estela de Agiña a la vez que preparaba su participación en la Bienal de São Paulo de septiembre de 1957 mediante su Proyecto experimental. Considerada como una de sus creaciones más importantes, entraña una síntesis donde se dan cita la abstracción geométrica y la integración en la naturaleza, además de una proyección simbólica donde conviven lo religioso y lo político. El propósito de su despliegue formal -en palabras de su creador- fue claro: "Esta piedra debe producir una impresión de gravedad, de soledad, también de una presencia distante, irremisible, como la de las piedras que desde nuestra prehistoria la acompañarán, mucho más ciertamente que nosotros. El simbolismo geométrico del círculo y del cuadrado, levemente desviado en ese señalado lugar, como un ancla de rotación incesante del paisaje, se quisiera que lo desocupe todo, que nos ignorase con la indiferencia de todo lo que es Bueno y Eterno, que nos haga rezar y sentir lo poco que somos".
En cuanto a la capilla, la obra quizá más representativa de Luis Vallet, fue concebida formalmente como un sencillo paraboloide inclinado, que representa una embarcación varada en la montaña. Una estructura capaz -según declaró su autor- "de dar la sensación de condensar y reunir todos los sonidos y músicas de la naturaleza vasca, como lo hiciera el gran musicólogo que recordamos, que ha sido proyectada para ser realizada en hormigón armado, material de nuestra época tan imperecedero como el material neolítico”.
Dentro de ese conjunto de sonidos al que Vallet aludió en su propósito, Piedra y cielo incluye una obra del músico y religioso capuchino a quien el Memorial está dedicado: Aita Donostia, es decir, José Gonzalo Zulaika y Arregi (1886-1956). En concreto su Andante doloroso (interpretada por Josu Okiñena), la última de sus composiciones para piano, fechada el 1 de marzo de 1954. De igual modo, la instalación ha querido integrar en sus imágenes un pequeño testimonio de la escritura más íntima de Jorge Oteiza, su condición -menos conocida- de poeta. No en vano manifestó: "La poesía es lo que me cura, lo que me quita la angustia y me devuelve el equilibrio. La poesía es mi marcapasos".
Es preciso recordar que la estela de Agiña fue gravemente dañada el 30 de noviembre de 1992. Se atribuyó el atentado a un autodenominado Aralar Komando Kulturala. El escultor Koldo Azpiazu, discípulo de Oteiza, fue considerado protagonista intelectual del mismo, y denunciado por su maestro. Finalmente, en una carta pública, Oteiza se declaró -irónicamente- autor del atentado contra su propia escultura. Tiempo después pasó por Agiña y contempló su estela, declarando: "Encontré muy maltratada la piedra, magulladas las aristas. La encontré sufrida, envejecida, más entera y hermosa, indestructible, más viva y espiritual que nunca".