Pasado y presente en un futuro sin porvenir
La exposición '2120' nos pone en guardia y nos informa sobre lo que quizá ya conocíamos, al tiempo que nos ofrece en primicia un modo de ver que está por llegar
22 junio, 2020 05:04Cuando se inauguró esta exposición no habíamos incorporado aún a nuestros hábitos la práctica del confinamiento ni las llamadas diarias al teléfono de atención al ciudadano para consultar si entramos o salimos de la Segunda Fase o de la número 3 y en qué condiciones. Al poco de abrir en febrero sus puertas, tuvo que cerrarlas temporalmente, porque en el exterior había ocurrido lo más parecido a lo que dentro anunciaba su título: el Acontecimiento. A decir verdad, el Estado de Alarma y el Acontecimiento no guardan tanto parecido, pero inciden en nuestra percepción de las cosas con similar efecto perturbador. El Acontecimiento –o la Gran Aceleración, en el vocabulario de otros–, nombra un conjunto de fenómenos sociales, económicos, naturales y, por supuesto, culturales que resultan de un agravamiento de la crisis climática mundial, previsto para el presente siglo. La exposición observa desde un 2120 posterior a la proclamada hecatombe los bienes culturales contemporáneos como objetos de interés arqueológico para la reconstrucción de un pasado culpable. Se nos sitúa en una ficción historiográfica futura, pero marcada por circunstancias ciertas, es más: irrebatibles. La arqueología practicada es ficticia y, no obstante, se ocupa de cosas reales, nos muestra piezas de colección de arte español de los siglos XX y XXI tan auténticas como las que custodia el Museo Patio Herreriano.
Es una muestra que nos pone en guardia. Coloca las obras en ambientes de colores que dan testimonio del gusto futuro y nos previene de un tema, te una alerta
Sea desde las Ciencias de la Tierra (Valentí Rull), sea desde la Politología (Manuel Arias Maldonado), sea desde la teoría del arte (Juan Martínez Moro), el saber de nuestro siglo coincide en denominar Antropoceno la era a la que el mundo ha llegado. Lo que distingue a esta edad geológica –aquí episodio de atención historiográfica– es una crisis que no viene provocada por glaciaciones o condiciones posglaciales, sino por un impacto demoledor de la actividad humana sobre el ecosistema. ¿Quién no ha ocupado durante los meses de confinamiento parte de sus horas con lecturas y conversaciones acerca de una biodiversidad y un equilibrio ecológico dramáticamente amenazados? La pandemia que forzó universalmente la conciencia de una crisis planetaria ha provisto de argumentos al visitante de 2120 para situarse en ella menos supeditado a la naturaleza distópica de su discurso que a un sobrio e inquisidor entendimiento del ángulo de visión bajo el que se nos muestra la modernidad artística.
Es una muestra que nos pone en guardia. Coloca las obras en ambientes pintados en rojo escarlata, amarillo limón, azul rey, verde puro y el color naranja menos discreto, que dan testimonio del gusto futuro por una pigmentación plástica penetrante, cuyo efecto sobre nosotros se parece al de la señalización de las alertas, las advertencias, las alarmas y los avisos. Cada color nos previene de un tema, hasta componer las cinco secciones sometidas a examen: las personas, las aguas, el calentamiento del planeta, la dilapidación energética, la tecnología predigital. Y entre esas cinco bazas hallamos distribuida la selección de un centenar largo de obras de la colección, en espacios en los que se cruzan con feliz osadía piezas de Moisés Villèlia y Alberto Sánchez, de Rogelio López Cuenca y Luis Gordillo, de Maruja Mallo y Pierre Gonnord, de Ángel Ferrant y Juan Ugalde, de Joan Rabascall y Manolo Millares, de Cristina Lucas y Rafael Barradas, de Carlos Alcolea y Honorio García Condoy. Desde un futuro sin porvenir se conjugan con, cómo no, enunciados inéditos de nuestro presente y nuestro pasado.
El Museo Patio Herreriano ha puesto en manos de un poeta la presentación de sus colecciones. Periódicamente hace ensayos nuevos con la disposición de sus fondos, pero no recuerdo allí ninguna otra apuesta tan protegida por la libertad como esta expografía creada al cuidado de José María Parreño. A cuantos la hemos visitado se nos ha pasado por la cabeza que había alguna pieza que quitar y alguna otra que poner, una que recolocar y otra que perder de vista. Nos ocurrió solo hasta caer en la cuenta de que era necesario trasladarse a la sensibilidad del aún lejano siglo XXII para tomar algunas decisiones; quien hizo por nosotros ese viaje da testimonio de nuevos parámetros historiográficos imperantes, de búsquedas en devenir y de cánones de sensibilidad poco menos que inaccesibles para quien no tiene experiencia del futuro. El montaje de 2120 nos informa sobre lo que quizá ya conocíamos, al tiempo que nos ofrece en primicia un modo de ver que está por llegar.
En este combinado de circunstancias ha intervenido la sinrazón de los acontecimientos de marzo, abril y mayo del año corriente de tal manera que todo visitante potencial está ahora, a instancias de un drama, mejor preparado para entender las intenciones, hipótesis y discurso de una propuesta que hasta hace nada hubiera pasado por caprichosa o elitista para muchos. Llegada su reapertura, la dimensión de la muestra es otra en relación a la que planteaba cuando se inauguró. La exposición es la misma pero el público ha cambiado. Parecía difícil que una sugestión museográfica destinada a concienciarnos acerca del fracaso de la cultura cobrara semejante actualidad. Recibe merecidamente esta exposición el beneficio de la prueba.