Escultura fuera de horma
Hace tiempo que las fronteras entre los medios artísticos han saltado por los aires y la escultura se ha convertido en un fértil campo de cultivo. Recorremos el trabajo de 8 jóvenes artistas que moldean con tino su futuro
8 febrero, 2021 09:02Hace tiempo que las fronteras entre los medios artísticos han saltado por los aires. Los objetos dialogan con el espacio, son escenario de performances y materia prima de vídeos que acarician sus superficies. La escultura se ha convertido en un fértil campo de cultivo en el que sobresalen las mujeres. En El Cultural hemos destacado a ocho jóvenes imprescindibles a los que no hay que perder la pista. En sus trabajos subyace una preocupación por la realidad que les rodea, por las pequeñas historias. De delgadas láminas de madera a elementos de construcción, hierro, escayola, cemento pero también cerámica, vidrio, papel, textiles, pelo y agua. Lo cotidiano es político. Recorremos sus proyectos más recientes.
Cristina Mejías. Madera que suena
Hay un murmullo que atraviesa toda la obra de Cristina Mejías (Jerez, 1986) que tiene que ver con la tradición oral, la escucha y el relato. Ya estaba allí en su vídeo Temps vécu (2014), en el que entrelazaba sus manos con las de su abuela mientras dibujaban, juntas, y en su muestra en la galería The Goma de Madrid, la primera abiertamente escultórica. Recurría entonces a una paleta de maderas –láminas de abedul, abeto, palosanto, ciprés, ébano– que se inspiraba en la historia de su hermano, lutier de guitarras. También resonaba en la hermosa pieza textil que presentaba el año pasado en La Casa Encendida, en la que volvía sobre la importancia de la transmisión oral con un telar wayúu creado junto a una comunidad venezolana que se reúne para interpretar sus sueños.
Todo se sitúa siempre en un perfecto equilibrio en sus composiciones, en las que tiene en cuenta las sombras, los reflejos del cristal y las idas y venidas del sonido. Las formas se ondulan y superponen partiendo a menudo de materiales planos y maleables que sirven de telón de fondo para toda suerte de objetos. En los últimos tiempos ha comenzado a experimentar con cerámica, hueso, nácar y piezas de vidrio. Vive en Madrid y trabaja en 35.000 jóvenes, un estudio compartido en la zona de Carabanchel. Acaba de clausurar su individual más importante hasta la fecha, en el Centro Párraga de Murcia, y todavía tiene obra expuesta en la galería Alarcón Criado de Sevilla y en el CA2M de Madrid.
Nora Aurrekoetxea. Escultura relacional
Fue una de las sorpresas de la última edición de ARCO con sus esculturas hechas con pelo sintético que entrelazaba sobre estructuras tubulares en asientos o en forma de larga trenza. Las hizo en colaboración con una estilista, Milena, y forman hoy parte de la exposición Colección XVIII: Textil del CA2M. La obra de Nora Aurrekoetxea (Bilbao, 1989) parte de sus experiencias personales e incorpora, cada vez más, textos, objetos y performances. Aparecen referencias a la figura, o a su ausencia, traducciones de gestos y un diálogo permanente con la arquitectura. En Compré flores para mí, una de las exposiciones más interesantes de la pasada Apertura en Madrid, transformaba el espacio de la galería Juan Silió en una gran instalación con discretas paredes de pladur superpuestas a los muros del espacio. Eran el soporte de largas varillas metálicas de las que colgaban objetos metálicos –trenzas, anillos– cargados de significados que dialogaban con piezas de resina y texturas minerales apoyadas en peanas. “Siempre me ha atraído todo lo relacionado con la construcción –explica– que con el tiempo se ha ido vinculando a cuestiones de género y clase”. Metal, hierro, escayola y cemento son algunos de los materiales a los que más acude, junto con otros más delicados como la tela y el pelo.
Entre sus influencias reconoce la huella del contexto vasco –Asier Mendizabal, Ibon Aranbarri, Itziar Okariz, Ana Laura Aláez…– y de nombres internacionales como Anne Imhof por su acercamiento a la performance. Ha estudiado en el Royal College de Londres y vive en Holanda.
Fuentesal & Arenillas. Darse al juego
Julia Fuentesal (Huelva, 1986) y Pablo Muñoz de Arenillas (Cádiz, 1989) abordan su trabajo desde el juego, en un ejercicio muy táctil de dobleces, deslizamientos y perforaciones en el que siempre subyace la autoría compartida. Muchas de sus piezas se miran, en espejo, en moldes de tela que se repiten, tableros con piezas de madera que crean formas recortadas o en delgadas siluetas que se dibujan en el espacio. Hay una mirada atenta a las técnicas manuales visible en cómo tratan la madera o emplean los materiales que les rodean en el estudio –papel, cartón, crayón, grafito, madera, grapas, telas, latón…–. Sus piezas llaman al tacto, a la interacción. En GameShow, por ejemplo, invitaban al público de la Blueproject Foundation de Barcelona y de Circuitos, en Madrid, a tocar y apilar a su antojo una montaña de piezas de madera de haya de resonancias artesanales.
Trabajan con la galería Luis Adelantado de Valencia y en abril exponen en F2 de Madrid. Será sólo es uno de los proyectos que tienen por delante, se suman las ayudas de producción de Matadero Madrid, la residencia en el C3A de Córdoba y, en junio, una individual en Sala de Arte Joven de Avenida América (Primera Fase DKV), comisariada por Juan Canela. Entre todas las referencias que mencionan Eva Hesse, Lygia Clark, Franz Erhard Walther, Eva Lootz, Nacho Criado y Berta Cáccamo saltan a la vista.
Marina G. Guerreiro. Reciclaje preciosista
Tiene el estudio debajo de casa, en Valencia, y sube y baja varias veces al día cargada de materiales que ordena y desordena, pierde y encuentra en su taller, “un lugar de posibilidades, de juego y disfrute, donde los objetos se desprenden de su uso para generar otras formas posibles”. Para Marina G. Guerreiro (A Guarda, Pontevedra, 1992) el proceso creativo parte de la acumulación. Crea composiciones en las que los materiales precarios –objetos encontrados, baratijas que compra y residuos– se transforman en formas preciosistas. Dice que es ya una experta en la manipulación del plástico, lo moldea con agilidad, quema y agujerea y, últimamente, se ha acercado a la piedra y a la cerámica. Quizá una de las características más especiales de su obra sea el empleo del agua. “Me interesa mucho como materia. Lavo, tiño, friego, limpio, ensucio, encharco, se evapora, se seca, riego…”.
Lo vemos en su primera individual en la galería Rosa Santos de Valencia (todavía en curso), en una especie de lavadero-instalación con líquido en varias palanganas. Flotan en ellas pétalos de flores, pendientes y hasta un huevo, junto a pastillas de jabón y trapos cuyos dobleces nos remiten a los antiguos bodegones. Había agua también en sus piezas en Lifting Belly, en CentroCentro, y en los Charcos en la Sala de Arte Joven de Madrid donde las colillas flotaban recordándonos nuestra huella en el medioambiente. Hay en toda esta manipulación algo de alquimia. Un arte povera 2.0. Y por qué no, una reivindicación de lo cotidiano y del reciclaje.
Lucía Bayón. Pulpa de papel
Es la más joven de las artistas incluidas en esta selección, con un trabajo sólido y con mucho recorrido. Tras pasar por Berlín y Róterdam, lleva unos meses en Madrid, con su estudio en una nave compartida en Carabanchel, trabajando en Stubborn, una instalación de objetos escultóricos que se está ramificando en distintas presentaciones. Hablamos de Circuitos y de la exposición de Generaciones que abre hoy en La Casa Encendida, también del sabroso aperitivo de la galería Travesía Cuatro en verano. Lucía Bayón (Madrid, 1994) toma como punto de partida materiales “que no guardan una forma en estado sólido”. Esto es pulpa vegetal, papel y prendas desechadas que mezcla con la ayuda de una máquina industrial (la Hollander) con engrudos, escayola, cemento, tierra, resinas vegetales y cera. “El agua es un elemento presente en todos estos procesos –puntualiza– que al final se evapora”. El resultado toma, con ayuda de moldes, la forma de recipientes, de los mismos contenedores donde se lavan los tejidos o se mezclan los materiales que originan estas piezas.
“Lenguaje y objeto me fascinan, tienen trampas, huecos donde suceden cosas, no son neutrales, tienen una carga ideológica muy importante. Me interesa revisar cómo construimos y hacemos uso de ambos, explorar fricciones entre la repetición de un gesto, materia, función y forma”. Además de estas muestras de arte joven, participa pronto en las colectivas inaugurales de dos nuevos espacios en Madrid: Intersticio y Pradiauto, y es una de las Becas de Artes Plásticas del Centro Botín. No le pierdan la pista.
Esther Gatón. Escuchar el espacio
Dice Esther Gatón (Valladolid, 1988) que escoge los materiales de manera intuitiva. No le atrae ninguno per se, sino por sus condiciones específicas, transitorias, que tienen que ver con un color particular fruto del envejecimiento, su tamaño o estado (mojado, transparente, sucio, muy pulido...). Emplea aquéllos que puede manipular directamente para controlar su aspecto, su peso y su caída. Y los escoge en función del lugar en el que trabaja: “A menudo hago instalaciones específicas, utilizando las dimensiones del espacio, el tipo de materiales, condiciones o ambiente como punto de partida y parte del recorrido”. En Ugly Enemies, ahora en la galería Cibrián de San Sebastián, hizo todas las obras in situ, trabajando con arcilla directamente donde iba a colocar cada pieza. Ha sido, además, la primera vez en la que ha combinado su práctica espacial con la audiovisual, “utilizando la exposición como plató y generando una pieza de vídeo a partir de la instalación”. En ella encontramos obras cerámicas por el suelo, en un recorrido marcado por la luz y por unas piezas de PVC en forma de cortinas.
Vive entre Madrid y Londres, donde estudió en Goldsmith. Hay ahora píldoras de su trabajo en la galería Nordés y en CA2M. Y ha pasado por Injuve, Circuitos, y muchos espacios fuera de España. No es una artista lineal. Sabe darle siempre una vuelta de tuerca a cada nuevo paso que da.
Julia Varela. El cuerpo de las imágenes
Al poco de entrar en la primera de las salas de Bajo la superficie, en el madrileño Centro Condeduque, nos topamos con 34 cinturones de cuero marrón que abrazan un pequeño espejo en su interior. Se enroscan y distribuyen por el espacio como pequeñas serpientes de marroquinería. Para Julia Varela (Madrid, 1986), “la pieza alude a un cuerpo anónimo, fragmentado, que se dispone sobre el suelo en lo que podría parecer una posición de reposo”. El reflejo que nos devuelve, lo que nos muestra, y la percepción que tenemos del conjunto, es distinto según dónde nos situemos. “La imagen se desvanece y la obra se descompone. De alguna manera emula el comportamiento de los cuerpos a través de la pantalla”.
Estas reflexiones explican muy bien uno de los principales motores del trabajo de esta artista preocupada por la producción y el consumo de imágenes, ya sea en escultura, instalación o vídeo. Muchos la recordarán por las televisiones de plasma dobladas que presentó en Generaciones 2016, materiales, de nuevo, que reconocemos, que tienen una función, pero que transforma y carga de nuevos contenidos. Todos sus proyectos conllevan un proceso de investigación lento, contienen muchas intrahistorias que no necesariamente vemos luego en las obras. Está ahora de residente en Hangar Barcelona.