Judith Joy Ross: “Mis imágenes transmiten la humanidad tal y como la veo”
La Fundación Mapfre dedica una completa retrospectiva a esta fotógrafa que retrata a gente anónima en busca de nuestra vulnerabilidad
24 septiembre, 2021 09:07Una imagen de pequeño tamaño nos muestra a una mujer con su hijo en brazos en una playa. Su autora, Judith Joy Ross, comparte una reflexión sobre la misma: “probablemente a esa mujer no le guste la foto porque querría verse guapa como en un anuncio de comida para bebés”. Sin embargo, la fotógrafa ve la ternura de la maternidad en esa instantánea que rezuma humanidad. Esa es, precisamente, una de las cualidades que recorren la trayectoria de Joy Ross, a la que la Fundación Mapfre dedica una exposición de 200 piezas hasta el próximo 9 de enero. Antes de nada, la fotógrafa advierte: “aquí no hay ni barbies ni kens”. Tampoco hace falta pues sus retratos de gente anónima nos permiten descubrir cómo somos en realidad.
Judith Joy Ross nació en 1946 en Hazleton, una ciudad minera de Pensilvania, y no fue hasta 1966 cuando comenzó a retratar a los habitantes de su ciudad en un ejercicio de entender su mundo emocional. A partir de ese momento, su fotografía ha estado marcada por la influencia de colegas de profesión como August Sander, Diane Arbus y Lewis Hine. Una de las peculiaridades de sus retratos es que en su mayoría están protagonizados por gente anónima de clase trabajadora. “No conozco a demasiadas personas de clase media, solo a mis amigos pero a ellos no puedo fotografiarlos”, señala.
La belleza de lo anónimo
Comerciales de una empresa de alquiler de coches, bomberos, trabajadores de una gasolinera o profesores de español son los grandes protagonistas de sus series. “Tengo mucha obra y querría hacer más pero soy demasiado mayor”, comenta. Sin embargo, se siente orgullosa de haber fotografiado la escuela pública, los visitantes del Monumento a la Guerra de Vietnam, los miembros del congreso durante el escándalo Irán-Contra o lugares como Easton. Todos ellos han marcado, de una forma u otra, a la fotógrafa y son, por tanto, asuntos que en su día le "hicieron mucho daño" aunque ha tenido "la suerte de haberlo podido expresar”, se sincera Joy Ross.
Ross no tiene una rutina artística que aplique a cada una de sus series, no recorre las calles buscando algo que llame su atención, ni cita a sus retratados en su estudio. La fotógrafa selecciona los temas y acude al lugar con su cámara de gran tamaño. Uno de sus primeros trabajos fue Eurana Park, una arboleda en la que solía jugar con sus hermanos cuando era niña. Hasta allí acudió en 1982, un año después de la muerte de su padre en busca de consuelo, y en 1983 para retratar a los niños de la zona en una serie que transmite juventud e inocencia.
A la escuela pública le dedicó toda otra serie porque cree que “la educación no recibe la atención necesaria, aunque esto no cambie nada”, asegura. Allí estuvo fotografiando durante tres años. “Cuando haces arte -continúa- crees que puedes cambiar el mundo, es una visión muy naif. En ocasiones piensas que vas a fotografiar el Congreso y el mundo va a cambiar porque estás mostrando que son seres humanos, no lo capullos que en realidad son”. Sin embargo, a través de sus imágenes se observa algo mucho más profundo: la vulnerabilidad del ser humano. Pero Joy Ross no pretende mostrar el mundo de manera clara, esa nunca ha sido su intención como tampoco lo ha sido “mostrar imágenes muy oscuras aunque la vida sea complicada”.
Una cámara de gran tamaño
Judith Joy Ross no se ha pasado a la fotografía digital en ningún momento. Ella sigue teniendo una gran cámara con un trípode que se convierte en un buen cebo. La gente se fija en ella y de este modo se acerca a todo aquel que llama su atención. “Si me acerco a ti [con una cámara digital] y te pregunto si puedo retratarte seguro que huyes rápido. Cuando tomo una foto me tengo que poner debajo de un paño y lo veo todo al revés y boca abajo. Le tengo que pedir a la gente que no se mueva así que la fotografía la hacemos juntos. No me gustaría enfocar la cámara hacia alguien porque sentiría que le estoy haciendo algo mientras que con esta tan grande lo estamos haciendo juntos”, explica.
Esta manera de trabajar requiere tiempo al igual que la consiguiente impresión de las imágenes. Sin embargo, Judith Joy Ross se siente cómoda con el proceso: “el negativo se pone sobre papel en un marco y se expone a la luz del sol, la velas y ves los colores hasta que están en el tono que quieres”. Y el proceso continúa al introducirla en cloruro de oro. “El color -anota- tiene que ver con la emoción que veo en la imagen. La serie de Vietnam, por ejemplo, es gris pero en otras hay otros tonos”, puntualiza.
¿Colgarías el retrato de un extraño en tu casa?
Lamentablemente el papel que Joy Ross utiliza ha dejado de fabricarse de modo que tan solo existe una copia de algunas de sus instantáneas. Tampoco parece importarle demasiado pues “es muy poca la gente que las compra”. En realidad, prosigue, “¿quién quiere el retrato de una persona que no conoce? ¿quién colgaría en la pared de su casa el retrato de un profesor de español o la foto de tres chicas que van a ver al director de la escuela para ser regañadas?”.
En este sentido, nunca se le ocurrió “el hecho de que se supone que tienes que vender tu obra”. No obstante, sí quiere que sus imágenes sean vistas pues las toma con el objetivo de “mostrar nuestra humanidad, nuestra vulnerabilidad y también lo maravillosos que somos. No los voy a llamar defectos pero aquí no hay ninguna Barbie, ningún Ken, ni ninguna imagen estilizada. Yo transmito la humanidad tal y como la veo”, apunta.
Y esa es, precisamente, una de las razones por las que no puede retratar a sus amigos más cercanos. “Con ellos no puedo tomar la distancia que necesito, siento que pierdo el control y no soy capaz de ver su parte vulnerable así que me rindo muy rápido”, reflexiona. Es consciente, además, de que no se consigue nada tirando la toalla de modo que tampoco lo ha intentando demasiado “por miedo al fracaso inmediato”. Por eso, Judith Joy Ross busca la belleza en unos rostros anónimos en los que descubre el mundo y a través de los que intenta responder a preguntas existenciales como cómo luchar contra la tristeza, cuáles son los motivos que hacen que la vida merezca ser vivida o por qué existe la injusticia.