Thomas Demand: "Busco que el espectador quiera habitar mis fotografías"
La fotografía de Thomas Demand llega al Centro Botín de Santander el 9 de octubre. Una realidad inquietante en la que siempre introduce algún elemento ‘fake’
5 octubre, 2021 09:05El estudio de Thomas Demand (Múnich, 1964) en Berlín no tiene ni una sola columna, algo que –subraya el artista– no es fácil de conseguir en esta ciudad. Puede parecer un detalle sin importancia tratándose del taller de un fotógrafo, pero es que Thomas Demand es, además, escultor. Así dio sus primeros pasos en el mundo del arte y así llegó a esas fotografías hiperrealistas de arquitecturas y paisajes que hace a partir de maquetas de papel y cartón. Las construye él mismo a tamaño real y, una vez fotografiadas, las destruye.
Habla a toda velocidad al otro lado de la pantalla, didáctico y preciso, eso sí, explicando con detalle los entresijos de su obra y mostrando cada rincón de Mundo de papel, su próxima exposición en el Centro Botín de Santander, que inaugura el 9 de octubre, y el diseño del catálogo pop up en el que ha conseguido que escriba Vargas Llosa, del que nunca olvidará su novela Conversación en la catedral (1969). A su espalda, un árbol de frondoso follaje se mece atusado por el viento, "tiene más de 100 años y nos recuerda –apunta fastidiado– que el otoño ha llegado a Alemania antes de tiempo".
“Las fotografías funcionan como ventanas. Da la sensación de que entramos en un escenario”
Sus obras son perfectamente reconocibles. Muchos le recordarán por su individual en Fundación Telefónica, hace ya 13 años, o por alguna de las tres exposiciones que le ha organizado también en Madrid la galería Helga de Alvear, a donde regresa en diciembre. Aunque el trabajo fotográfico de Demand parte de la escultura y del análisis de las imágenes, trabaja a menudo con arquitectos. Ha expuesto 4 veces en la Bienal de Venecia de Arquitectura y una en la de Arte. Él dice que trabaja lento –cada maqueta le lleva dos o tres meses de media– y que por eso no puede atender todas las invitaciones de exposiciones que recibe. Diseña cada una de ellas en concienzudo diálogo con el espacio. La última le ha llevado al Garage Museum de Moscú, su primera exposición en Rusia, y la siguiente parada es ya Santander, donde prepara una escenografía que nos hará levitar en un paisaje ficticio de edificios y árboles organizado en ocho pabellones colgantes.
Pregunta. No hay nada en esta exposición que toque el suelo, ¿qué le hizo fijarse en el techo?
Respuesta. Siempre me llamó la atención este edificio de Renzo Piano elevado sobre pilares. Desde lo alto se ve la ciudad y el mar, y en la cubierta del interior de las salas, muchos de sus elementos estructurales. La propuesta la hice hace tres años y medio pero con la pandemia se añadió una segunda capa de significado: todo está suspendido en el aire. Esta escenografía tiene algo de ciudad voladora y nos recuerda que las cosas no son tan sólidas como pensábamos. Las habitaciones de cartón que hago en mi estudio parecen reales igual que estos pabellones que se despliegan en el espacio. Me gusta además la idea de no ver todo al entrar en una sala, crear una narrativa.
Imágenes en el aire
P. ¿Cómo lo ha conseguido en el Centro Botín?
R. Nada más entrar solo se ve un panorama con mis Nenúfares de Monet, un largo panel tras el que emerge una especie de ciudad con edificios a distintas alturas y paredes forradas con un wallpaper que parece un bosque. Las fotografías funcionan como ventanas y da la sensación de que entramos en una simulación, en un escenario. Cuando hago estas esculturas hay un momento de suspense en el que todo es muy frágil. Quiero que el espectador se sienta dentro de esos volúmenes.
P. ¿Qué suman estas maquetas originales a sus obras?
R. No me interesa que se entienda mi trabajo como algo artesanal. Son construcciones muy sencillas que solo requieren de tiempo y atención. Tienen algo de novelas, trabajas durante un tiempo en una historia, desechando lo que no necesitas y centrándote en lo importante. Hay que tomar decisiones, traducir y trasladar lo que vemos en una fotografía a la realidad del estudio
P. ¿Y por qué las destruye una vez fotografiadas?
R. Tiene una doble explicación. Una más profunda que tiene que ver con nuestro propio destino: todos terminaremos desapareciendo. Y nada de lo que vemos en una fotografía permanecerá exactamente igual, ni siquiera nuestro ojo es el mismo de un día para otro. Por otro lado, hay también una razón práctica: un escultor necesita un gran almacén y desde muy joven tuve que elegir. Al principio me guardaba las mejores piezas hasta que decidí que si en algún momento tenía una exposición iría a una tienda, compraría papel y las haría de nuevo. Como me dijo un profesor: 'las ideas permanecen en la cabeza, fotografía las obras antes de tirarlas'. Y así fue como empecé a hacerlo y a darme cuenta de cómo lucían en este soporte que es un lenguaje distinto en el que hay que tener en cuenta las líneas, la perspectiva, la luz… y en el que en cierto modo soy amateur.
“Esta escenografía tiene algo de ciudad voladora y nos recuerda que las cosas no son tan sólidas como pensábamos”
P. ¿Dónde busca la inspiración?
R. En los medios de comunicación, las redes sociales, la naturaleza… Tengo muchas ideas que se me olvidan y sobre las que regreso después, de repente, cuando veo una imagen que encaja con ellas, como en Markise / Canopy (2020).
P. Esa fotografía y sus balcones y ventanas hace pensar en los días de confinamiento. ¿Fue ese su origen?
R. Sí, era un momento en el que todos teníamos que estar en casa, metafóricamente con las ventanas cerradas. Ocurre lo mismo en Princess, que hice en abril de 2020 y que estará colocada en el otro extremo de la sala del Centro Botín, mirando al mar. Recuerda a ese crucero que estuvo en cuarentena en el puerto de Yokohama sin que los turistas pudieran abandonarlo. Explica muy bien el funcionamiento del mundo: los camarotes tienen distintas categorías, son más o menos amplios, tienen balcón o ventanas… Todos esos compartimentos me recordaron a los cubículos de la oficina de la película de Jacques Tati Playtime.
P. ¿Hay detrás de sus fotografías una reflexión política?
R. No es un trabajo político pero sí habla de sucesos políticos. Por ejemplo, en Backyard (2014) reproduje la casa de los hermanos del atentado del maratón de Boston. Vivían en una casa en Cambridge con el típico patio al fondo que pudimos ver hasta la saciedad en los medios. El mensaje de la fotografía era algo así como: aquí vive gente mala, pero al fondo encontrábamos una imagen realmente hermosa de un cerezo en flor que normalmente asociaríamos con juventud, amor, futuro, primavera. Y eso fue lo que me interesó: cómo una misma imagen puede tener dos mensajes tan opuestos, la contradicción entre lo que se supone que tenemos que ver en la fotografía y lo que realmente vemos. ¿Podemos encontrar bello algo realmente terrible?
La Trump Tower
Otro de los pabellones, con una gran imagen en la que aparecen varias taquillas, está dedicado a una rueda de prensa de Trump junto a una montaña de sobres. "Me pareció una imagen fantástica –ilustra Demand– por un lado, porque era papel y, por otro, porque aun tratándose de sobres vacíos ejemplifica a la perfección el poder de una imagen para convencer a la gente. Esta es una exposición sobre lo rico que es nuestro mundo a través de las imágenes, qué nos aportan, cómo las leemos y compartimos todo el rato".
P. Esta exposición reúne obras de 1996 a 2021. ¿Cómo ha cambiado nuestro consumo de las imágenes en estos 25 años con las redes sociales?
R. Al principio las fotografías las hacían profesionales que nos mostraban lo que estaba ocurriendo en el mundo. Más tarde aprendimos que era importante comprobar también la autoría. Esto quedó muy claro con el 11 S cuando fueron mucho más importantes las instantáneas de los transeúntes que las de los periodistas un día después, cuando la imagen de mayor impacto es el momento en el que el avión choca con las torres.
“Me interesa la contradicción entre lo que se supone que tenemos que ver en la fotografía y lo que realmente vemos”
P. El silencio que transmiten sus obras recuerda a las de Candida Höfer, en las que tampoco aparece la figura humana. ¿Huye de ella?
R. Si en una de las bibliotecas de Candida Höfer aparecieran dos personas sentadas, nos preguntaríamos por la relación que les une, por lo que están leyendo… y la biblioteca perdería potencia como metáfora. Quiero invitar al espectador a reflexionar sobre cómo sería habitar ese espacio sin caer en la anécdota.
P. ¿Qué otros artistas le interesan?
R. Mi amor por Matisse queda claro en una de las fotografías de esta muestra, también mi admiración por Donald Judd. Hace 10 años comisarié una exposición en Mónaco en la que incluí al fotógrafo Luigi Ghirri, al que hasta ese momento se había mirado desde otro prisma. También está Magritte, por su manera de usar la naturaleza, una hoja, un árbol, una manzana que no son lo que parecen. Marcel Broodthaers, Jeff Wall…
P. Escultura, fotografía, comisariado, ¿qué le queda por hacer?
R. Estoy construyendo tres edificios en Ebeltoft, en el norte de Dinamarca, un centro de conferencias que estará listo en diciembre. Es un encargo que raramente se hace a un artista, he diseñado hasta las mesas, las lámparas, los picaportes y la cocina.