La fotografía me ha permitido aprender casi todo lo que sé. Lo dice Aleix Plademunt, un artista con mucho fondo que presenta en Madrid su exposición más importante hasta la fecha, en la que nos invita a compartir ese proceso de adquisición de conocimiento a través de las imágenes.
En verdad, si hubiera que atribuirle a este conjunto un género fotográfico el más cercano sería la ilustración científica que se desplegaba –noten el tiempo pasado– en libros y revistas especializadas: aunque Plademunt ha realizado la inmensa mayoría de las fotografías en los últimos nueve años tienen un aire antiguo, no solo por el uso extensivo del blanco y negro y la impresión en offset que le permite armar con ellas una hilación visual homogénea sino también por cierto tinte vintage en el estilo.
El desmedido empeño de Matter –materia, madre, cuestión–, del que ofreció un pequeño adelanto el MACBA hace unos meses en la colectiva Apuntes para un incendio de los ojos, es hacernos vislumbrar los orígenes de nuestro mundo, derivando en una meditación sobre su caducidad y en la proyección sobre todo lo orgánico e incluso sobre lo inorgánico de nuestros fútiles anhelos de inmortalidad.
Las fotografías tienen un aire antiguo, no solo por el uso del blanco y negro sino también por cierto tinte 'vintage' en el estilo
En realidad, lo que Plademunt hace –en diálogo con su comisario, el artista Antonio M. Xoubanova– es mostrarnos de manera que podríamos calificar de “neutral” un elevado número de fotografías en las que tienen especial peso las visiones cósmicas, los objetos arqueológicos y las instalaciones o artefactos de tecnología avanzada, a los que se añaden imágenes médicas, botánicas, geológicas, industriales… recogidas en muy diferentes entornos y en cerca de veinte países. Elegidas con mucha intención, aunque nos deja sacar nuestras propias conclusiones.
Es muy necesaria en la visita la hoja de sala que contiene los pequeños textos que nos ayudarán a identificar qué estamos viendo en cada fotografía y a “leer” las líneas de imágenes. Son, de nuevo, objetivos hechos o descripciones. Y, sin embargo, de las miradas relativamente frías y de las sobrias palabras se desprende, en la interacción visual y conceptual, una poderosa atmósfera poética. O la incorporamos nosotros: todo el despliegue expositivo se convierte en una máquina para conocer y sentir.
La emoción que se busca poner en primera línea de juego es el asombro. Sin renunciar en absoluto a la perspectiva crítica, que se aplica básicamente a cuestiones medioambientales y de explotación colonial pero también a algunas carencias sociales, Plademunt reivindica el reencantamiento de la realidad, no desde el misticismo sino desde la fascinación que suscita el más profundo entendimiento científico.
El montaje fija una estructura para la experiencia, basada en ejes y en figuras geométricas. A ambos lados de la entrada al depósito nos reciben dos soles casi iguales. Uno es realmente el Sol; el otro es su representación arquitectónica en el óculo del Panteón de Roma, un edificio que simboliza el cosmos clásico, divinizado.
La planta también circular del depósito marca un eje vertical que, hacia arriba, reproduce el más remoto origen del Universo a través de la radiación de fondo procedente del Big Bang, hace 13.800 millones de años –que se manifiesta en los rayos catódicos de los televisores–, y hacia abajo muestra la visión más lejana del planeta Tierra a 6.000 millones de kilómetros, sobre una cabeza cortada en un tzompantli de piedra mexica. Es el marco de dimensiones temporales y espaciales en el que se inserta nuestro conocimiento de lo existente.
Plademunt reivindica el reencantamiento de la realidad, no desde el misticismo sino desde la fascinación
En la primera planta se hace un compendio de la vida humana y la historia material, con sus implicaciones económicas y geopolíticas, en la sección más convencional –lineal– de la exposición. Más arriba, las agrupaciones empiezan a adquirir configuraciones elocuentes: desde las más sencillas parejas que provocan asociaciones de ideas a una escala, un muro o una pirámide.
Esta figura se vincula a las diversas alusiones en la muestra a la persecución de la inmortalidad, desde Gilgamesh a los robots o al organismo arbóreo más viejo del planeta, que tiene gran protagonismo en la película de 40 minutos en dos canales, realizada junto a Carlos Marques-Marcet y basada en la teoría sobre las imágenes del japonés Takuma Nakahira, con verborreica narración computerizada.
Matter es también un abultado (600 páginas) fotolibro, formato muy querido a Aleix Plademunt. Tanto que, como ya ha hecho en alguna otra ocasión, ha usado los pliegos como copias de exposición, recombinando imágenes para establecer nuevas lecturas de esos símbolos que, a través de la lente, afloran en lo real.
Aleix Plademunt (Hostalric, Girona, 1980), Premio Revelación PHotoEspaña en 2010, ha enlazado becas y residencias que le han permitido conocer diversas escenas artísticas. Ha mostrado su obra en galerías y centros de Francia, Suiza, Suecia, Italia y Portugal, y en 2016 expuso en el Centro de Arte Alcobendas. Ha fomentado el fotolibro desde la plataforma editorial Ca L’Isidret.