Era de esperar. En medio de una guerra, pasando frío por los cortes de energía rusos y otros padecimientos indecibles, tener a mano y sin vigilancia una obra de uno de los artistas más cotizados del mundo es toda una tentación.
Un grupo de personas ha intentado robar uno de los siete murales pintados por Banksy en Ucrania recientemente. Se trata de una pieza en la que se ve a una mujer ataviada con una máscara de gas, una bata y rulos en la cabeza, sosteniendo un extintor, pintada por el famoso grafitero de Bristol en la fachada de un edificio dañado por el fuego en la ciudad de Hostomel, cerca de Kiev.
Los sujetos consiguieron arrancar el trozo de pared que contenía la obra, pero fueron vistos y la policía recuperó la obra, que se mantiene intacta, según dijo el viernes el gobernador de Kiev, Oleksiy Kuleba.
“Estas imágenes son, después de todo, símbolos de nuestra lucha contra el enemigo… Haremos todo lo posible para preservar estas obras de arte callejero como símbolo de nuestra victoria”, dijo el gobernador.
[Banksy: ¿obra maestra del marketing o burla al mercado?]
No es la primera vez que obras de Banksy, cuya identidad permanece oculta, aparecen por sorpresa en una zona de conflicto para mostrar su compromiso antibelicista. Obras suyas pueden verse, por ejemplo, en el muro de separación levantado por Israel en Cisjordania, donde también colaboró en la decoración de un hotel frente al muro que se anuncia como "el hotel con las peores vistas del mundo".
Revolucionario para unos y cómplice del sistema para otros, lo cierto es que Banksy se burla del mercado del arte del que también obtiene cuantiosos beneficios. El mejor ejemplo de ello es la obra que se autodestruyó parcialmente en el mismo momento en que se vendía en una casa de subastas por 1,2 millones de euros. Lejos de depreciarse, el revuelo que causó el suceso multiplicó el valor de la obra, que se vendió en 2021 de nuevo por 21 millones de euros.
En el lado positivo de la balanza, una obra suya que dedicó a los sanitarios durante la pandemia se vendió por 20 millones de euros, cuyos beneficios se destinaron a la sanidad pública británica.