Louis Stettner, el fotógrafo de la belleza real que leía a Walt Whitman
La Fundación Mapfre nos descubre a este alumno aventajado de Brassaï a través de ciento ochenta instantáneas que recorren toda su trayectoria
8 julio, 2023 02:29Los primeros versos de “Canto a mí mismo”, ese poema tan hermoso, dicen: “Me celebro y me canto a mí mismo. / Y lo que yo diga ahora de mí, lo digo de ti, / porque lo que yo tengo lo tienes tú / y cada átomo de mi cuerpo es tuyo también”. Pertenecen al libro Hojas de hierba, de Walt Whitman (1819-1892) y están subrayados en el ejemplar del fotógrafo que se muestra en esta exposición.
Louis Stettner (Nueva York, 1922 - París, 2016) sentía devoción por el poeta norteamericano, cuya visión ecuménica y humanista fue central en su pensamiento y en su actitud como fotógrafo. Y quizá esa combinación de interés fraternal por los otros, pero también embeleso por la belleza esencial, sea la clave de una trayectoria que atraviesa distintos géneros y poéticas. Un asunto –no adscribirse a un solo estilo– que, según el texto del catálogo, podría ser la razón por la que no ha obtenido el reconocimiento que merece.
Otros de sus intereses intelectuales fueron la filosofía griega y Karl Marx. Y si me detengo en el aspecto literario es porque una peculiaridad de Stettner fue que además de hacer fotografías, escribió profusamente sobre la fotografía y los fotógrafos. Tuvo una columna en la revista Camera 35, titulada primero “Speaking Out” (Hablando claro) y después “A Humanist View” (Una visión humanista). Curiosamente, en cambio, no publicó su primer libro hasta 1979: Sur le tas (En el tajo), donde recoge sus series de hombres y mujeres trabajando.
Soldados, soldadores, ordenanzas... Lo que no hay en estas fotografías son familias pasando un buen rato
Un precocísimo Stettner de 13 años ya visitaba el Metropolitan Museum y a través de la revista Camera Work se sintió atraído por las imágenes soñadoras y sugerentes de Alfred Stieglitz o Paul Strand.
No mucho después entraba con su cámara bajo el brazo en las salas de la legendaria Photo League, donde se discutía a diario sobre las relaciones entre fotografía y política y la importancia de la denuncia social. Allí conoció a campeones del fotoperiodismo como Weegee, del que se decía que llegaba al lugar del crimen antes que la policía, y Sid Grossman, un activo izquierdista. Cuando fue contratado era el profesor más joven de la asociación.
En esos años se enroló en el ejército como fotógrafo de guerra en el Pacífico. En 1947, gracias a una beca del ejército, se instaló en París para estudiar cine, pero prolongó la estancia cinco años. Terminó preparando la primera exposición de fotografía francesa en Estados Unidos, lo que dio lugar a una estrecha amistad con Brassaï, cuya influencia es visible en su obra.
Viajó por Europa en las décadas de 1950 y 1960, especialmente por el Levante español, de lo que hay elocuentes testimonios en esta exposición. En la década de 1970 se instaló en Nueva York, donde su activismo político le llevó a manifestarse contra la guerra de Vietnam y en apoyo de los Panteras Negras. Hasta su fallecimiento, alternó la residencia en esta ciudad y París.
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La muestra, la primera antológica que se dedica al fotógrafo y la primera en España también, reúne más de ciento ochenta fotografías, algunas inéditas, que recorren toda su trayectoria. También se exponen por primera vez sus fotos en color.
Su obra fotográfica se sitúa entre dos polos: la fotografía social y el lirismo urbano, Weegee y Brassaï, podríamos decir. Y pueden coincidir acaso en la misma imagen, como en las series de viajeros de tren.
Las primeras, a corta distancia de los pasajeros (mientras aparentaba arreglar la cámara) y las últimas, a través de las ventanillas, fisgando en su relajada intimidad. O en ese notable retrato del parroquiano con el sombrero cubierto de nieve, contando monedas ante la mesa de un bar. Commuters de Pennsylvania Station, retratados como masa laboral, pero tratados con la misma dignidad que los obreros de las cadenas de montaje, los limpiaventanas o los pescadores.
Soldados de la armada derrumbados por la borrachera, soldadores descansando en una zanja, ordenanzas sentados en el suelo impoluto de un hall. Lo que no hay es familias pasando un buen rato. La inmensa mayoría es gente atareada en vivir, casi siempre retratada individualmente.
A partir de los ochenta su fotografía se estiliza y se vuelve más conceptual, más desnuda
Destaca la serie dedicada a dos pescadores de Ibiza, toda ella en primeros planos de los gestos con que se maneja el aparejo y se gobierna la embarcación. Los prodigiosos claroscuros del revelado componen escenas a la vez documentales y poéticas, como en la titulada Saratoga Train Station (1954). Y poéticas también son las notables escenas del París desértico de la inmediata posguerra, de una melancólica gravedad.
A partir de los ochenta su fotografía se estiliza y se vuelve más conceptual, más desnuda. Por eso no me acaban de convencer las obras en color de sus últimos años. La búsqueda de cacofonías visuales, el gran formato, no parecen corresponder a su estilo personal.
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Al recorrer la exposición encontraremos ecos de muchos fotógrafos, empezando por el William Klein del Nueva York callejero. He recordado especialmente a Nicolás Muller, el fotógrafo húngaro radicado en España, que también se interesó por plasmar el lenguaje universal del trabajo manual y cuya mirada empática tiene mucho en común con la de Stettner.