Antoni Tàpies: 'Gafas', 1984. Colección particular, Barcelona

Antoni Tàpies: 'Gafas', 1984. Colección particular, Barcelona

Arte

La abstracción radical de Antoni Tàpies, al completo en el Museo Reina Sofía

La exposición 'La práctica del arte' es la gran exposición del artista catalán en el año de su centenario, con 220 obras que abarcan toda su trayectoria.

14 marzo, 2024 02:11

Durante al menos tres décadas (de 1960 a 1990) Tàpies fue el gran patriarca del arte español. Por su reconocimiento internacional: representado por galerías como Martha Jackson en Nueva York o Maeght de París, era invitado frecuente de las bienales de Venecia y São Paulo, y lo fue también en la histórica Documenta III de Kasel en 1963.

Por su producción artística, que fue, durante casi cuarenta años, original, radical y de sostenida calidad. Por su compromiso político, primero contra la dictadura y luego a favor del nacionalismo, cimentado en hechos como su detención en 1966 por intervenir en una asamblea clandestina o su negativa a participar en exposiciones oficiales del franquismo.

También por su carácter combativo y la firmeza de sus ideas, como prueba la polémica que mantuvo en prensa a comienzos de los setenta con el incipiente arte conceptual, cuyas prácticas descalificaba como “realismo socialista encubierto”. Esta presencia pública se completaba con la intermitente pero significativa publicación de sus escritos sobre arte.

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Ahora, con motivo del centenario de su nacimiento, se celebra una exposición cuyo título, La práctica del arte, fue también el de la primera compilación de sus escritos. Constituye la mayor retrospectiva que se le ha dedicado nunca, con un conjunto de 220 obras de muy variada procedencia, que abarcan toda su trayectoria.

Empezamos el recorrido por la presentación del joven artista, a través de una serie de autorretratos de línea, muy picassianos, de la década de 1940. Pero también otros retratos muy distintos, matéricos, que recuerdan a Dubuffet, aunque la influencia probada es la de las fotos de grafitis de Brassaï.

Vista de la exposición en el Reina Sofía con 'Puerta metálica y violín', 1956, a la derecha. Foto: Museo Reina Sofía

Vista de la exposición en el Reina Sofía con 'Puerta metálica y violín', 1956, a la derecha. Foto: Museo Reina Sofía

Es sorprendente encontrar ya aquí, con apenas veinte años y en un contexto figurativo, los que serán rasgos característicos en su obra de madurez: la rotundidad del cuerpo, la centralidad de los materiales, los símbolos como la cruz o las incisiones en el lienzo. Tàpies pasó en esos años por una grave enfermedad pulmonar que le mantuvo recluido.

Su vuelta a la actividad está marcada por la fundación, en 1948, junto con el poeta Joan Brossa, el teórico Arnau Puig y otros pintores como Joan Ponç, Modest Cuixart y Joan-Josep Tharrats, del grupo de vanguardia Dau al Set. Ya desde el mismo nombre (un enunciado imposible, Dado al siete), se manifiesta el talante irracionalista del proyecto.

La obra de Tàpies es una abrumadora exploración de las posibilidades artísticas de los materiales más triviales

Tàpies va a explorar una representación de tintes mágicos y líricos, con fuerte presencia del color y de la geometría. Sus obras comparten el carácter visionario de las escenas de Ponç y las geometrías evanescentes de Cuixart.

Entre 1950 y 1951 Tàpies residió en París, gracias a una beca del Instituto Francés de Barcelona. Allí conoció a Picasso y entró en contacto con la vanguardia internacional. A su vuelta empezó una intensa búsqueda de un lenguaje personal, que le hizo abandonar la figuración e iniciar una relación nueva y distinta con los materiales.

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Es entonces cuando Tàpies empieza a ser Tàpies, ese artista que parece edificar más que pintar, creando superficies densas como de muro, en el que se despliegan marcas, huellas e incisiones. Su obra es muy personal, pero en ella reverberan las corrientes de la abstracción europea y norteamericana. Esto le va a granjear un amplio y temprano reconocimiento internacional.

En la década de 1970 empiezan a vislumbrarse en sus cuadros abstractos referencias figurativas. Pero también ambiguas, por su monumentalidad y fragmentación, cuyo mejor ejemplo es Materia en forma de axila (1968).

Vista de la exposición. En el centro, '7 de noviembre', 1971. Foto: Museo Reina Sofía

Vista de la exposición. En el centro, '7 de noviembre', 1971. Foto: Museo Reina Sofía

Sus mencionadas preocupaciones políticas tienen un reflejo en obras como A la memoria de Salvador Puig Antich (1974), o El espíritu catalán (1971). También es en esa década cuando empieza a incorporar objetos tridimensionales (sillas, trapos, cuerdas…), lo que confiere una marcada “realidad” a las obras.

A mediados de la década de 1980 inicia una serie de experimentos con barnices sobre la tabla que constituyen una novedad, por la ligereza, transparencia y tonalidad. Una obra famosa, Celebración de la miel (1989), se refiere al concepto hindú de la miel como material espiritual que enuncia la esencia del universo.

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A partir de estas fechas comienza lo que podemos considerar su última etapa. En ella va a mostrar un giro dramático, consecuencia tanto de la proximidad de la vejez y su séquito de dolencias y limitaciones, como de la frustración que le producen los acontecimientos, desde el fracaso de la utopía socialista a la guerra de Yugoslavia. Llevará a cabo también algunas obras de extraordinaria rotundidad, como Estera (1994), Cuerpo y alambres (1996) o la tremenda Prajna=Dhyana (1993).

Vista en conjunto, la obra de Tàpies es una abrumadora exploración de las posibilidades artísticas de los materiales más cutres y triviales, desde el cartón al trapo, pasando por la paja o el yeso. En sus superficies y combinaciones despliega toda una gama de arrugas, flexiones y desgarros.

Vista de la exposición 'Antoni Tàpies. La práctica del arte'. Foto: Museo Reina Sofía

Vista de la exposición 'Antoni Tàpies. La práctica del arte'. Foto: Museo Reina Sofía

Las referencias son el mencionado art brut de Dubuffet, los lienzos torturados de Millares, los assamblages y el arte povera. Una austeridad característica de recursos y una limitada gama de colores: grises, marrones, blanco y negro.

La impresión de conjunto es de seriedad y contención, cuando no de tragedia. Un espejo fiel de un tiempo y un país, pero también una elección personal en cuando a la forma de contarlo, apegado a los objetos cotidianos, sí, pero en el extremo opuesto al arte pop. Es divertido que lo llamemos arte abstracto cuando está hecho de elementos tan reconocibles y concretos.

[Conversaciones con Tàpies]

Mi objeción a la exposición es su extensión. Alcanza momentos de una intensidad extraordinaria, que te hacen vibrar por la belleza y la sorpresa. Pero junto con un puñado de obras maestras hay muchas otras que completan ciclos y temáticas, pero diluyen estos hitos. Dado que concibo una exposición como un acontecimiento estético (sensorial) más que intelectual, es importante no perder de vista ese objetivo.