Jacobo Castellano retrata la España negra en las esculturas recuperadas de las ruinas
Su primera exposición individual en Maisterravalbuena después de veinte años de trayectoria funciona como antesala de su retrospectiva en la Sala Alcalá 31.
18 marzo, 2024 01:26Romper una escultura para curarla. Unir sus pedazos en formas nuevas: en vez de puntos de sutura, aplicar grapas; en vez de Betadine, pan de oro. Las piezas de Jacobo Castellano (Jaén, 1976) surgen de la herida y nos hablan de una España negra, negra como sus maderas de nogal español o roble, envejecidas, recias, resquebrajadas. Salvadas del derrumbamiento, renacidas tras la ruina.
Sus esculturas parecen haber vivido una vida pasada, como un paso de Semana Santa olvidado en el atrio trasero de una iglesia castellana, como restos de husos y de ruecas, como las vigas que sustentaron la casa del pueblo de sus antepasados, que además así fue como empezó todo, rescatando las vigas de su abuela y convirtiéndolas en arte.
Piezas como Personaje con capirote (2021), realizada en nogal español, roble, iroko, lino y óleo, evocan el folclore patrio. En sus esculturas hace Kintsugi, esta técnica japonesa ancestral que consiste en mezclar la porcelana con polvo de oro para arreglar las vajillas rotas, convirtiéndose así en objetos únicos y valiosos. Si miran bien verán filos, casi imperceptibles, de este material en las zonas visibles, pero también en las escondidas.
Anversos y reversos inesperados de estas esculturas que ahora habitan su primera exposición individual en la galería Maisterravalbuena, después de más de veinte años de trayectoria y en la que –algo poco habitual en el trabajo de Castellano– dialogan con la pintura, pero con una pintura escultórica, tridimensional, volumétrica, de telas arrugadas y colgadas de la pared, pintadas de un intenso rojo carmín con barras de óleo y que inundan las estancias con su característico olor.
Su contemporaneidad es antigua, como Goya, como las pinturas de Gutiérrez Solana, como el Barroco. Castellano se sitúa al lado del esperpento de Valle-Inclán, del alucine de Buñuel o Lorca, y reside en su amplia órbita de referencias estilísticas que van desde Joseph Beuys hasta María Luisa Fernández. Castellano se sitúa en esa España que intenta curarse las heridas abiertas y aún supurantes, pero que en medio de la catástrofe sigue jugando.
El juego también está muy presente en su obra, en los aviones de plomo, acrílico y latón que hay repartidos por las zonas altas de las paredes titulados Zapateo (2024), que a pesar de haber sido aplastados, ahí siguen, reflejando la luz.
También en los adornos de Mesa de corte (2023), una pieza compuesta de iroko, ébano, hierro y cera, donde sobre una enorme viga horizontal se enmarañan unas cuerdas a las que parece haberle atado unos juegos de palillos, como con los que jugaban los niños antiguamente, añadiendo estructuras hasta que aguanten.
Todo el relato de chorda Achillis (el talón de Aquiles) es coherente, sintético, verosímil, dialoga en interdependencia. El título alude a la novela de Olga Tokarczuk Los errantes, en la que en uno de sus capítulos narra la historia de un anatomista flamenco, Philip Verheyen, quien le escribía cartas a su pierna amputada y disecada.
Este capítulo conecta con uno de los temas recurrentes de Castellano, la herida o la brecha y su proceso de curación por la acción del arte. Sirve además, esta exposición, como antesala a la gran retrospectiva que se inaugurará en el mes de septiembre en la sala Alcalá 31 comisariada por Tania Pardo.
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Las heridas de Castellano sanan. A pesar de sus rudos materiales, la mayor parte encontrados, y en su metodología aplicada con una cierta brutalidad, brilla en los detalles que cierran las piezas, discretos, con sorprendente delicadeza. Un juego de contrastes que evoca ligereza y pesadez, vulnerabilidad y resiliencia, belleza y espanto.