Un milagro convertido en museo: así se gestó el primer centro español de arte contemporáneo
Una exposición de la Fundación Juan March celebra el Museo de Arte Abstracto de Cuenca, creado en 1966 como un espacio de libertad único.
29 abril, 2024 02:26Érase una vez un país sin museos de arte contemporáneo. No había cubos blancos, ni piezas que dialogan entre sí, como exigía la nueva museología que triunfaba en Nueva York.
Esta historia que les vamos a contar es tan inverosímil y mágica como real; un trabajo en equipo formado enteramente por artistas, aunque uno de ellos brille con luz propia: Fernando Zóbel (Manila, Filipinas, 1924-Roma, 1984).
No podía ser en otro lugar que no fuera un abismo. Nuestra versión de la Casa de la Cascada de Frank Lloyd Wright son las Casas Colgantes de Cuenca. Puro precipicio. Emocional, político, pictórico, también en el que vivían los artistas en la España de la precariedad económica e intelectual. Zóbel rescató a la pintura abstracta de despeñarse por el barranco, y le dio una casa.
Antes hubo algunas tentativas: en 1951, en Madrid, surge sin continuidad un Museo Nacional de Arte Contemporáneo que se encontró con dificultades de todo tipo. En Barcelona, de 1960 a 1963, se mantuvo abierto un museo contemporáneo de carácter privado en la cúpula del cine Coliseum y en el 63 comienza la instalación del Museo Picasso en el Palacio Berenguer que expondría la colección de Jaume Sabartés. Estas iniciativas sin respaldo público luchaban, sin éxito, por sobrevivir.
El informalismo español y el expresionismo abstracto americano gravitaban en ese campo magnético descrito como lingua franca de la modernidad: el ansia de libertad, la exaltación del individuo y el deseo de rechazar las formas convencionales de belleza surgían como consecuencia de la crisis moral de posguerra, como advirtió el filósofo judío Theodor Adorno, cuando afirmó que después de Auschwitz escribir poesía se había convertido en un acto de barbarie.
Antonio Saura, con 36 años, afirmaba en las páginas de la revista Time (1966): “Cuando lanzo un borrón de pintura al lienzo estoy cometiendo una violación. Cuando trabajo me convierto en una especie de monstruo”.
La pintura abstracta española emanaba una violencia controlada, un romanticismo no sentimental de espirales de colores oscuros que borboteaban como la sangre. Franco ya era un aliado de EE.UU. cuando Eisenhower visita España en el 59 y sellan una alianza diplomática.
El régimen reacciona cuando asume que el triunfo del expresionismo simboliza la hegemonía americana y que dialoga en sintonía con los pintores españoles; quienes además triunfaban en el extranjero –en la Bienal de Venecia de 1958 Chillida obtiene el Gran Premio y Tàpies el segundo de pintura–. Un éxito rotundo.
Cuenta Tàpies en sus diarios que escuchó al dictador exclamar en una exposición: “¡Ah, bueno! ¡Mientras hagan las revoluciones así…!”. Parece que Franco se dejaba guiar por su instinto juzgando el carácter, aparentemente apolítico, de esta pintura.
Ante este contexto de Guerra Fría, Fernando Zóbel obró deliberadamente al margen del estado. Viajero incansable, cosmopolita, mecenas y visionario, había estudiado en Harvard humanidades graduándose cum laude con una investigación sobre Lorca.
Cuenta que allí se enamoró de la pintura de Rothko, aunque también le gustaban Rauschenberg y Pollock. En 1958 se establece en España para ser artista. Su pintura, de influencia oriental, elimina lo superfluo declinando líneas esenciales y gestos implosivos; la luz de sus blancos resuena a los sfumati de Da Vinci penetrando en los fondos tenebrosos del Barroco.
Entretanto viaja con frecuencia a Filipinas donde su familia conserva fructíferos negocios familiares como Cervezas San Miguel. En 1960 funda el Ateneo Art Gallery en la Universidad de Manila para promocionar el arte filipino moderno y contemporáneo.
Mientras en el extranjero la política instrumentalizaba la pintura española, dentro de nuestras fronteras apenas se realizaban esfuerzos para promocionarla. Zóbel comienza su importante colección: Chillidas, Sauras, Feitos, Tàpies… que compra a la pequeña galería madrileña Fernando Fe. De ahí surge la idea de darle al arte abstracto español un museo. Un espacio sostenido por él mismo que sería gestionado con ayuda de otros artistas, lo que más tarde se llamaría la Escuela de Cuenca.
[Aquella locura llamada museo]
El pintor Gustavo Torner le propuso que considerara las Casas Colgantes que estaban siendo rehabilitadas, a lo que él respondió: “Pero ¡qué pinto yo en Cuenca!”. Finalmente el alcalde le cedió el espacio a cambio de un alquiler simbólico. Se inauguró el 1 de julio de 1966 con la ayuda de Gerardo Rueda y Gustavo Torner, que hacían la labor de conservadores, sin tener mucha idea de lo que aquello podía significar.
El museo se impregnó de las modernas museografías americana e italiana, teniendo en cuenta las peculiaridades arquitectónicas de ese laberinto medieval. Un White Cube que late en una construcción arcaica se convierte en el Museo de Arte Abstracto Español, un espacio soñado, imaginado, deseado, pensado y dirigido por artistas. Un milagro convertido en museo.
A Torner y Rueda se unen Antonio Lorenzo, Eusebio Sempere, Fernando Nuño, Jordi Teixidor y José María Yturralde. Estos últimos llegan en Vespa desde Valencia con unos lienzos que Zóbel había comprado, porque todas las pinturas fueron pagadas, ninguna fue donada ni regalada.
En 1969 se amplía el museo y entra Carmen Laffón como conservadora honoraria y se incorporan a la colección, entre otros, José Luis Alexanco, Elena Asins, José Manuel Broto, Miguel Ángel Campano, Sarah Grilo, Eva Lootz y Soledad Sevilla.
Cuatro años antes de morir por un infarto, Zóbel, visionario, dona la colección del museo, su archivo, cuadernos de dibujo, diarios y biblioteca a la Fundación Juan March, que hoy continúa cuidando su legado. En el año 2022, aprovechando las obras de acondicionamiento del edificio, se piensa El pequeño museo más bello del mundo, una exposición itinerante que relata esa alineación de los astros para que se diera un proyecto tan hermoso como este.
La exposición, que recala este viernes en Madrid, incluye 70 espectaculares piezas desde los años 50 a los 80 de Tàpies, Oteiza, Zóbel, Palazuelo, Saura, Sempere, Cuixart, Lootz o Asins, concluyendo así un periplo por Granada, Barcelona, Dallas (EE. UU.) y Coblenza (Alemania).
El diseño expositivo se ha pensado para reproducir con exactitud el museo abstracto: sus paredes rugosas, su intrincado recorrido, su sala negra e incluso su biblioteca, en la que se podían consultar las últimas ediciones de las mejores revistas internacionales. Una última parada antes de volver a casa.
El pequeño museo más bello del mundo
Alfred H. Barr inaugura el MoMA –el primer museo de arte moderno del mundo– 10 días antes del Martes Negro del 29. Fue el primer director que pensó un museo para la gente, que debía sustentarse en la interdisciplinariedad, además de aplicar una nueva museología basada en el ‘cubo blanco’. El 25 de diciembre de 1966 visita el Museo de Arte Abstracto de Cuenca y se queda fascinado. Comiendo en casa del pintor Sempere le susurra a Zóbel que el suyo era “el pequeño museo más bello del mundo”. Zóbel le pide que lo repita en alto y los comensales aplauden acaloradamente. Deciden nombrarlo conservador honorario. En una carta en 1970 le escribe: “Lo que usted ha hecho es una de las obras de arte más admirables, además de brillantes: un notabilísimo equilibrio entre pintura, escultura y arquitectura”.