María Blanchard: 'Niña de negro y rosa', 1926. Derecha, 'El niño del canotier', 1923. Foto: Paris Musées/Musée d’Art Moderne de la Ville de Paris

María Blanchard: 'Niña de negro y rosa', 1926. Derecha, 'El niño del canotier', 1923. Foto: Paris Musées/Musée d’Art Moderne de la Ville de Paris

Arte

María Blanchard, una pintora radical en su condición de subalterna: ni modelo, ni musa, ni amante

La exposición en el Museo Picasso de Málaga restaura el prestigio de esta excepcional pintora, la mejor de la época cubista.

19 mayo, 2024 01:12

María Blanchard (Santander, 1881-París, 1932) eligió la pobreza y la libertad. Su obra es radical por su condición de subalterna: mujer, pintora y discapacitada, un ejercicio de resistencia al canon dominante de la época.

María Blanchard, Pintora a pesar del cubismo 

Museo Picasso, Málaga. Comisario: José Lebrero Stals
Hasta el 29 de septiembre

¿Cómo pudo olvidarla voluntariamente la historiografía del arte? ¿A ella y a tantas otras, quizá por ser demasiado femeninas y sexuales, como Suzanne Valadon (con exposición también en el MNAC de Barcelona)? Ambas, por motivos opuestos, fueron consideradas mujeres desnaturalizadas e indeseables; maltratadas y marginadas. Blanchard fue acosada desde niña por su cuerpo hostil, jorobado y enano.

El arte y la belleza era lo único que la salvaba. Su resiliencia fue asombrosa; florece en sus equilibrados fondos, en sus dibujos de proporción y encaje perfectos, en no dejar de pintar nunca.

María Blanchard: 'La echadora de cartas', 1924-1925. Foto: Association Des Amis du Petit Palais, Ginebra © Studio Monique Bernaz

María Blanchard: 'La echadora de cartas', 1924-1925. Foto: Association Des Amis du Petit Palais, Ginebra © Studio Monique Bernaz

Todo esto se vislumbra en la muestra que podemos disfrutar hasta septiembre en el Museo Picasso de Málaga. Después de su gran exposición en 2012, en el Museo Reina Sofía, por fin, 12 años después, se reúne una completa revisión de su trabajo en 85 obras: óleos, pasteles y dibujos procedentes de más de 50 instituciones y grandes colecciones públicas y privadas.

Una estupenda panorámica de una gran artista, no solo en el ejercicio del cubismo –que pintó en tonos alegres y dulces, con arabescos y perspectivas multiplicadas como reflejos de cristales rotos–, también en la construcción de un impecable estilo, postcubista, en el que declina temas clásicos como maternidades, bodegones o escenas domésticas.

Blanchard resalta la grandeza de lo pequeño y evita la supremacía de lo masculino

Destacan los exquisitos dibujos a pastel en los que Blanchard domina ese velo de enigma y belleza que cubre sus tristes figuras, que parecen resplandecer en su propia melancolía, y que, muy probablemente, fueran espejo de la suya, además de la exhibición, por primera vez en España, de tres obras inéditas: el pastel Joven en la ventana abierta (1924) y los óleos El almuerzo (1922) y La niña de la pulsera (1922-1923).

Nace el mismo año que Picasso, 1881, con cifoescoliosis, una malformación congénita de la columna vertebral que le provocó enanismo y una dislocación bilateral de la cadera. Un “cuerpo de bufón de ópera” como escribió el mismo Lorca. Su familia, de clase alta, la apoyaba para que estudiara artes como un medio para evitar ser señalada por su discapacidad. A los 23 años se traslada a Madrid para estudiar con los pintores Emilio Sala y Sotomayor.

María Blanchard:  'La española', 1910-1913. Foto: Paris Musées / Musée d’Art Moderne de la Ville de Paris

María Blanchard: 'La española', 1910-1913. Foto: Paris Musées / Musée d’Art Moderne de la Ville de Paris

En 1909 obtiene una beca del Ayuntamiento de Santander para ir a París donde estudió en la Academié Vitti con Kees van Dongen y participó brevemente del fauvismo. Se integró en los ambientes de emigrados de la vanguardia parisina y comienza a experimentar la abstracción cubista. Allí conoce a Juan Gris y se hacen íntimos amigos, también de Jacques Lipchitz, Picasso, Georges Braque y Diego de Rivera, con quien compartió estudio y vivienda junto con Angelina Beloff, antes de que se casara con Frida Kahlo.

Aunque vuelve a España para presentarse a unas oposiciones de maestra en las Escuelas Normales, que aprueba, vuelve a París en 1915 después de una mala experiencia en una exposición comisariada por Ramón Gómez de la Serna, que acabó clausurada por las autoridades a los diez días de inaugurarse.

[María Blanchard: todo por el arte]

Allí pasaría el resto de su vida, con un papel preponderante en la vida cultural francesa, siendo reconocida como pintora, participando en las tertulias y trabajando junto a importantes marchantes (aunque estos la engañaran).

Mientras, pinta mujeres de rostro cansado, melancólico y humano como en La española (1910-1913), una mujer de aspecto demacrado y pómulos hundidos en un fondo plano de color verde ácido. El lienzo, que se interpreta como un simbólico autorretrato, se puede ver en Málaga.

También otra pieza enigmática, un préstamo del Reina Sofia, La comulgante (1914), un retrato onírico de una niña vestida de primera comunión dando la espalda al altar. La pintora se convierte al catolicismo en la edad adulta, por lo que este cuadro puede simbolizar su encuentro con Cristo.

Sus personajes nos llevan a la introspección. Los niños de Blanchard son tristes, tristísimos: “Hubiera mandado a paseo todos sus lienzos y toda la gloria del mundo por poder sostener en brazos a su propia criaturita”, escribió su buena amiga la escritora Isabelle Rivière.

María Blanchard: 'La comulgante', 1914. Foto: Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, Madrid

María Blanchard: 'La comulgante', 1914. Foto: Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, Madrid

Son muy escasas las pinturas que incluyen la figura de hombres adultos. Blanchard resalta la grandeza de lo pequeño y evita la supremacía de lo masculino. Las maternidades y los retratos infantiles no solo aludían a la tradición renacentista, sino que después de los 1,4 millones de muertos de la I Guerra Mundial se reclamaba a las mujeres el retorno al hogar como madres, además de interpretarse el cuerpo femenino como fuente de un renacer nacional a través de la maternidad. Era una cuestión política, de supervivencia patria, no un mero ejercicio pictórico.

Ella repetía hasta seis veces el mismo cuadro, no se sabe si porque se lo pedía su marchante o porque le interesaba el cambio de escala. Su imaginación forjó uno de los desarrollos más enérgicos del cubismo sintético que mezcló con un realismo mágico de alto valor plástico y gran destreza técnica, en pinturas llenas de ritmo, de acentos de luces y sombras, de colores hirientes y metálicos.

Blanchard era una pintora-escultora pues su pintura rezuma volúmenes, como en La echadora de cartas (1924-1925), que reinterpreta el lienzo clásico de Georges de La Tour, o en El niño del canotier (1923), una variación de Le Déjeuner (1868) de Édouard Manet.

Una exposición imprescindible para recordarnos la enorme artista de los márgenes que fue la Blanchard, en lo estético y en lo ético. Cuando murió, el cementerio estaba lleno de mendigos y vagabundos a los que había ayudado y García Lorca le escribió una bella elegía que leyó en el Ateneo de Madrid.