En 1983, hace cuarenta y un años, se organizó en Nuevo México, tierra de arte y artistas, la primera gran exposición colectiva de videoinstalación titulada Video as Attitude (Vídeo como actitud), comisariada por Patrick Clancy, videoartista y teórico de la práctica en cuestión.

Tenía que ser un artista el que se atreviera porque en aquella época, y aunque el vídeo ya hubiese cumplido una década y media larga de historia, el contingente comercial del mundo del arte, el mercado galerístico, no tenía ningún interés en él excepto para marcarse de vez en cuando un gesto retórico de modernidad; no creía realmente que el vídeo, y no digamos la videoinstalación, fuera coleccionable.

En cambio, los grandes museos sí que vieron enseguida que el vídeo expandido (John Hanhardt) tenía como contexto natural el espacio museístico y para ello habían creado a mediados de los 70 departamentos dedicados al tema, siendo el del Whitney Museum of American Art el más comprometido. Pero esta es otra historia para otro artículo.

Ahora, tres días después de la muerte de Bill Viola, quiero hablar de la exposición de Nuevo México porque allí fue donde le conocí.

Video as Attitude estaba compuesta, si no recuerdo mal, por dieciocho artistas, cada uno con una instalación, lo que da una idea de su magnitud. Estoy escribiendo de memoria y no voy a recordarlos a todos, pero mencionar a Joan Jonas, Mary Lucier, Rita Myers, Dieter Froese, el matrimonio Vasulka, Bruce Nauman, Dara Birbaum, Nam June Paik, Shigeko Kubota, Gary Hill, Bill Viola, un servidor, etc., es suficiente para hacerse cargo de la ambición del proyecto, sin precedentes en aquel momento.

Como no cabíamos todos en un solo museo se nos dividió en dos grupos repartidos entre el Museo de la Universidad de Nuevo México, en Alburquerque, y el Museum of Fine Arts de Santa Fe, a una hora y cuarto de coche una ciudad de la otra. A mí me tocó la maravillosa Santa Fe con Bill de vecino en la sala contigua.

Empezamos a hablar porque a Bill le gustaron unos dibujos míos de taulas menorquinas, sobre las cuales mi instalación estaba construida, y me habló de la pieza que estaba literalmente haciendo in situ y que iba a ser su primera videoinstalación. Hasta entonces sólo había hecho vídeo "puro" monocanal y en aquella época la videoinstalación se percibía como una traición a las esencias del vídeo "puro".

Imagen de 'Habitación de San Juan de la Cruz', 1983, de Bill Viola. Foto de Kira Perov. © Bill Viola | Bill Viola Studio

Esta pieza acabó siendo Habitación para San Juan de la Cruz (1983), ni más ni menos. Pero Bill tenía un problema, todavía estaba funcionando todo con un zapato y una alpargata, como para el resto, y no había resuelto la realización de la pista de sonido. Necesitaba a alguien que le leyese a Juan de la Cruz en castellano del siglo diecisiete. ¿Tú podrías? Me preguntó. Le respondí que se podía intentar, a ver qué pasaba. Lo probamos y funcionó, con el resultado de que la voz recitante en castellano antiguo en esa pieza prodigiosa es la mía y lo seguirá siendo hasta el final de los tiempos.

Aquí comenzó nuestra amistad y se mantuvo de una manera muy intensa en los primeros años, después de forma más puntual por la distancia y el trabajo (él vivía en California y yo en Nueva York), pero siempre genuinamente contentos de vernos. Coincidimos en exposiciones en las que ambos participábamos en Estados Unidos y Europa, aparte de alguna inauguración neoyorquina en la que él aparecía estando de paso.

La última vez que expusimos juntos fue en San Petersburgo en el año 96 junto a Bruce Nauman y Anne Hamilton, pero él no vino, no recuerdo los motivos, se encargó del montaje su compañera de toda la vida, Kira Perov, la madre coraje detrás de todo lo que ha hecho Bill desde que se conocieron en Australia y en los últimos años quien ha mantenido su obra visible sin pausa y ha cuidado de él hasta el último momento.

Recuerdo una conversación que tuvimos hace muchos años con muchas copas encima (yo, Bill no bebía) durante la cual le manifesté el placer inmenso que me producía tener una relación tan estrecha con un colega del mismo campo sin el menor atisbo de la tensión ni la competencia que notaba en otras disciplinas, especialmente en Europa, muy especialmente en España.

Bill, que era inteligente y listo a partes iguales me miró con sus ojos brillantes y la cara de coña que ponía cuando iba a hacerse el malo y respondió: "Eso es porque todavía no ha llegado el dinero a lo que hacemos, cuando lo haga todo cambiará". Me gusta pensar que no lo hizo entre nosotros.

Bill llegó a la perfección en su obra con el peligro que esto conlleva de dejar de producir sorpresas, de poder ir más allá. Cuando llegas a la perfección ahí te quedas, pero esto es precisamente lo que caracteriza desde siempre al arte sacro. Como el románico, está para celebrar y reafirmar una cosmogonía que no acepta cuestionamientos de fe ni forma, y lo que se espera de él es, por encima de todo, aceptación, sometimiento, consuelo y paz. Eso es algo que Bill consiguió crear con creces. Godspeed, my friend.