Trabajan con el cuerpo, el deseo y la inteligencia. Se inscriben en una nueva genealogía de escultoras brillantes y rotundas que declinan lo cotidiano resignificándolo. Tienen en común cierta idea de ensamblaje, la libertad en el uso de los materiales, su juventud y madurez. Lucía C. Pino y Mónica Mays se estrenan en las galerías Elba Benítez y Pedro Cera, respectivamente, y Hisae Ikenaga repite en Max Estrella, todas en Madrid. Conocerlas es quererlas.
Entre esculpir y modelar hay, apenas, un gesto: el que añade o sustrae material. La escultura es un juego de seducción entre el objeto y el espacio y la dialéctica entre ambos debe ser un intercambio de afecto y deseo, de material y aire, de ritmos y enredos, de volúmenes y formas, para crear un nuevo relato, juntos.
Ellas lo saben. Jóvenes escultoras que trabajan los objetos con rotundidad y elegancia, que integran en sus lenguajes no solo materiales nobles o tradicionales como el barro, sino cualquier objeto, en apariencia descabellado o inútil: chatarras y pieles, tubos de escape unidos con lazos de seda, por ejemplo, para hablarnos de las diferencias de clase, de amores amorfos, de lo antiguo que se vuelve nuevo.
¿Por qué escultura? A veces la vocación llega de un modo casual. “Estaba estudiando antropología cultural en Nueva Orleans, donde conocí a un colectivo de artistas y empezamos a colaborar en varias instalaciones creadas a partir de materiales encontrados y recuperados de zonas que habían quedado abandonadas tras el paso del huracán Katrina, poco después decidí estudiar arte en la universidad”, nos cuenta Mónica Mays (Madrid, 1990), que se estrena con la galería Pedro Cera con Fueled, Oasis, Fueled: “Una serie de esculturas hechas a partir de tubos de escape y amortiguadores de vehículos ensamblados con ceras, resinas de árboles, pieles, cartón y telas”.
Para Hisae Ikenaga (Ciudad de México, 1977), la escultura empezó como “una extensión de la pintura”. “No tomé clases de escultura tradicional. Las técnicas las he aprendido por mi cuenta y tiendo a añadir o manipular cosas ya existentes”. Ikenaga inaugura en Max Estrella su segunda individual, Entremedias / In Between, “piezas en cerámica que se centran en la vasija como elemento primigenio para contener líquidos, en su producción, en sus formas, en cómo la percibimos, en su lugar en la arqueología y su posterior presentación en los museos, detalles de cosas que conocemos, pero que presentan cambios que no esperamos y nos sitúan entre la duda y la extrañeza”.
De izquierda a derecha: Mónica Mays: 'Fallen, extracted, expelled from paradise', 2024; Hisae Ikenaga: 'Flor de alcachofa', 2024 y Lucía C. Pino: 'Phases. I', 2024
Lucía C. Pino (Valencia, 1977), el nuevo fichaje de Elba Benítez junto a Dora García, reconoce un acercamiento a esta disciplina más intuitivo: “Es verdad que hay una relación de intriga, deseo formal, estructural y material que en algún momento se convierte en compromiso y entonces la cosa se complica”.
En su primera exposición en la galería U Said “Stay”, So I Stayed, “el metal es el elemento común y el textil y el papel son elementos importantes. Me interesa la poética que se activa al poner en relación materiales que tienen signos de sus vidas anteriores. Hay mucho deseo. Esta exposición es parte de una trilogía sobre el amor, amor amorfo, si quieres, porque cualquiera que intente hablar sobre este asunto se verá atrapado en una densidad que es difícil de acotar y ahí andamos, intentado entendernos y relacionarnos con ello. Hay algo de nostalgia, supongo, una nostalgia compleja que no desea su eterna repetición porque tiene voluntad”.
Quizá sorprenda el uso que hacen de los materiales, a veces inesperados. “Este año he estado varios meses en la Isla de Java donde acumulé muchas resinas de árboles locales, mirra, gomas naturales, ceras y otros tipos de supuraciones vegetales que he ido aprendiendo a modelar, derretir y solidificar en mis piezas”, nos cuenta Mays, cuyas esculturas parecen de otro tiempo, distópicas aunque extrañamente atávicas.
“Puedo ir a mercadillos, chatarreros e incluso a desguaces; y, a veces, trato con particulares que se deshacen de cosas a través de páginas de segunda mano. También compro de agricultores y ganaderos pieles, lanas, ceras y fibras. Algunos están en Castilla y León otros en la Holanda rural” nos cuenta Mays.
Lucía C. Pino: 'Tejano', 2024. Foto: Lucía C. Pino
Ikenaga confiesa que va poco a poco acercándose a los diferentes materiales: “Me interesan más la madera, el metal, la cerámica y el vidrio, me preocupa el medio ambiente y me da la sensación de que son más reciclables”. Y C. Pino, desde una práctica más experimental, apuesta por la trasversalidad: “Trabajo mezclando materiales nobles con otros que la escultura clásica no considera, o considera bastardos. Para mí es fundamental su coexistencia y esto me permite hablar también de cuestiones de clase”.
June Crespo, Elena Aitzkoa, Núria Fuster, Cristina Mejías o Nora Aurrekoetxea se integran en esta genealogía de escultoras que reinterpretan el ensamblaje escribiendo una nueva página en la historia de la escultura. Ellas han sabido destilarlo, cada una con una personalidad propia, desde la honestidad del relato personal y la frescura de lo inesperado.
“Me interesa la poética que se activa al poner en relación materiales que tienen signos de sus vidas anteriores”
Lucía C. Pino
Lucía C. Pino se siente parte de esta tendencia: “Absolutamente. Son amigas, admiro sus trabajos. Creo que se podría elaborar una genealogía y nos saldría una lista bastante grande y enriquecedora”. Pero Mónica Mays se desmarca con cautela: “Hago ensamblaje, pero no me veo vinculada estrechamente a la práctica de las artistas que mencionas. No porque no haya similitudes sino porque como artista no he considerado mi practica desde una ‘tendencia’ ni he hecho un trabajo de historización dentro de una genealogía. La veo más como un proceso personal que he ido desarrollando”.
Hisae Ikenaga, sin embargo, rechaza de frente esta categorización: “No pienso que la tendencia del ensamblaje se haya renovado, lleva bastantes décadas presente con el principio de la unión de diversos elementos ya sean preexistentes o construidos. Pienso que cada artista trabaja con lo que le interesa y lo desarrolla con propuestas muy particulares, tenemos cosas en común, pero no me atrevería a llamarla una generación”.
Hisae Ikenaga: ' Flor de alcachofa', 2024. Foto: Konschthal Esch. Christof Weber/Remi Villaggi
Como escribió George Perec en su libro Pensar/Clasificar, “mi problema con las calificaciones es que no son duraderas; apenas pongo orden dicho orden caduca”. Es difícil categorizar de modo rotundo un ethos o una práctica tan rica, diversa y disidente como la escultura contemporánea, pero es cierto que estas artistas nos conducen a ciertos lugares comunes, paisajes fabulosos donde sucede lo inesperado.
Respecto a su inspiración, Mónica Mays tiene claro que la confrontación de tensiones y su complejidad semiótica es una constante en su trabajo: “Me gusta cuando un objeto contiene varias capas de significado. Los tubos de escape, por ejemplo, me han servido como extremidades para mis piezas. Lo formal, lo lingüístico y lo semiótico se combinan en un solo objeto. También cuando algo puede sugerir tanto lo erótico como lo violento, lo abyecto y lo frágil. Son este tipo de tensiones que busco en mis piezas”.
“Me interesa cuando algo puede sugerir lo erótico y lo violento, lo abyecto y lo frágil. Son este tipo de tensiones las que busco”
Mónica Mays
Para Ikenaga, las emociones como el amor o la muerte son su fuente de inspiración mientras que para C. Pino, “la música sobre todo, algunas lecturas, los archivos online y en papel o el scroll infinito de redes sociales…”.
¿Ordenador o taller? Las nuevas tecnologías amplían las técnicas de la escultura. No hace falta trabajar en el estudio, sino que se puede producir mediante los nuevos programas informáticos. Aun así, ellas les gusta poner el cuerpo y pensar con las manos. “Uso mi cuerpo para trabajar, ir a sitios a conseguir materiales, aprender técnicas y estar en contacto con gente, pero el ordenador es fundamental, acelera los procesos y trabajar con programas de modelado 3D me ha abierto el mundo”, afirma Ikenaga.
Mónica Mays: Vista general de la instalación. Foto: Adrián Vázquez
Mays se confiesa una artista de taller: “Ignoro el ordenador, se me pasan todas las convocatorias y tardo bastante en contestar a los correos electrónicos. No trabajo desde renders ni con bocetos ni medidas específicas, siempre desde el cuerpo y desde la combinación de objetos in situ. Tengo una impresora que solo imprime en blanco y negro y la uso para fotocopiar imágenes e imprimir fotos del móvil que me ayudan a pensar”. Lucía C. Pino se vale de ambas: “Soy mucho de taller, pero también de ordenador, biblioteca, archivos...”.
Uno de los reproches que más se le hace al arte contemporáneo es su condición críptica; muchas veces la cantidad de referentes que una misma pieza acumula es difícil de decodificar para el gran público. Es cierto que no deja de ser demagógico que al resto de las artes no se le acuse de esta condición, cuando son, al fin y al cabo, lenguajes enunciados simbólicamente.
Les preguntamos sobre la recepción de su obra. Mays lo tiene claro: “Intento que mis piezas sean viscerales y que funcionen desde la afectividad más que desde la representación o la codificación. Me interesa que no sea necesario una gran mediación para que funcionen y que puedan comunicar varias capas de significados sin cerrar ninguna al completo”.
Partir de la sencillez es la estrategia de Ikenaga: “Trato de explicar mi trabajo de una manera muy sencilla, hay gente muy sensible que lo entiende y lo disfruta muchísimo. Personalmente, no creo que sea subentendida, tiene más relación con lo que nos rodea y con lo que podemos tocar que otros medios”.
“Me preocupa el medio ambiente y me da la sensación de que la madera,
la cerámica y el vidrio son más biodegradables”
Hisae Ikenaga
C. Pino da una de las claves: intentar no entender y acercarse desde la curiosidad; “Creo que hay una sobreestimulación en general de todo, y que la escultura puede traernos a un lugar un poco más sosegado. Quizá el trabajo de mediación no se deba hacer desde el intento de lectura de sentido único, puede que el gran público la disfrutara más si no intentase entenderla y se acercara con curiosidad. Pero hablar de gran público se me hace raro, no sé si entiendo bien sus dinámicas, comportamiento, paradojas y complejidades”.
No tienen reparos a la hora de reconocer sus influencias. Ikenaga cita a los movimientos “abstracto, milimalista y conceptual. La historia de los objetos y del diseño industrial y artistas y diseñadoras como Eva Hesse, Mona Hatoum, Isa Genzken”.
Mays confiensa que las exposiciones de Anselm Kiefer en la galería londinense White Cube o de Doris Salcedo en la fundación Beyeler tuvieron un gran impacto en ella y C. Pino cita a June Jordan, Adrienne Maree Brown, Achille Mbembe, Audre Lorde, CAConrad, Emily Dickinson... Ha creado una playlist con el título de su exposición 'U Said 'stay', So I Stayed' en Spotify accesible donde pueden encontrar las canciones que le han acompañado en el proceso.
La escultura tiene ciertas desventajas a la hora de comercializarse. “No vendo como los pintores, la escultura ocupa más espacio”, apunta Ikenaga. “Me encanta trabajar con mis galerías. Ayudan con la logística, dan muchos cuidados y venden las obras. No me puedo quejar. El mercado es algo de lo que se ocupan ellas y así yo puedo centrarme en lo mío”, añade Mays. Para C. Pino, es una relación simbiótica que se desarrolla con naturalidad.
Visiten sus exposiciones y no intenten entender. Déjense guiar por el placer y la curiosidad de encontrarse con objetos maravillosos que les cuenten historias fabulosas. En los materiales que se tocan, se enredan y penetran se esconden los afectos y el deseo de un futuro por escribir.