El vacío de Van der Rohe
Hermann Lange House, Krefeld, 1927-30
Esta exposición, organizada por el MOMA, es un recorrido minucioso de la primera etapa (1907-1938) de Mies van der Rohe, hasta que el arquitecto se instala en Estados Unidos. Maquetas, visitas virtuales, planos y fotografías de época y de autores contemporáneos, describen el itinerario desde sus primeros proyectos hasta la articulación y desarrollo de un lenguaje personal. Sin embargo, al término de la visita, sugiero al espectador que acceda al pabellón que Mies realizó para la Exposición Internacional de Barcelona (1929), reconstruido en 1986, a pocos metros de CaixaForum. Sólo así podrá percatarse del significado de Mies que ni las fotografías, ni las maquetas, ni los dibujos pueden aportar. La exposición es un recorrido académico no exento de interés, la visita al pabellón, una vivencia.En los manuales, Mies se estudia como la propuesta de una estética industrial. Para Mies, industrialización significa los nuevos materiales que aportan nuevas posibilidades. Industrialización significa también geometría elemental. Industrialización significa funcionalismo: la forma es el resultado de la función y de los medios técnicos o constructivos... Naturalmente detrás de esta idea había una utopía y así se expresa en sus proyectos de rascacielos de cristal, representación de la materia hecha luz con todas sus connotaciones de esperanza y misticismo. Dicho sea de paso, en el arquitecto existe una suntuosidad, una voluntad perfeccionista, un principio estético que lo sitúa más allá de cualquier determinismo o doctrina.
Es un lugar común comparar Mies con la pintura de Piet Mondrian. El lenguaje de este último, una abstracción elemental de planos de colores, su ascetismo y su simplicidad, así como su método de trabajo, sugieren la arquitectura de Mies, versión en tres dimensiones -se ha dicho- de la pintura de Piet Mondrian. En cualquier caso, Mies es una forma depurada articulada en planos, de una rara simplicidad: cubiertas planas, espacios abiertos, fluidos y transparentes articulados por ligeros vanos. Todo esto es cierto, pero a mí me interesa apuntar en otra dirección. El interior del pabellón de la exposición de 1929, es un espacio vacío, un vacío que extraña y deja perplejo al visitante. Curiosamente, Mies es calificado como un arquitecto racionalista, pero también se ha observado una dimensión que sobrepasa esa noción. El vacío de Mies se ha interpretado como una suerte de horror e incomunicación, aunque también puede ser susceptible de ser interpretado en un sentido simétricamente contrario, como una suerte de jardín zen o espacio espiritual. Incluso se puede entender como un objeto narcisístico, ya que una de las cualidades del edificio es su capacidad reflejante con el efecto de los cristales, mármoles pulidos y placa de agua. Y las interpretaciones no acaban ahí, porque el rasgo más significativo tal vez sea esta calidad de espejo, de significar según el que mira, de llenarse de contenidos según el transeúnte. En todo caso, Mies dejó un espacio vacío y extraño. Este espacio, gran metáfora, es un espacio célibataire, es el gran engaño del racionalismo. Este es hoy el mensaje de Mies.