Novela

El currículum de Aurora Ortiz

Almudena Solana

31 julio, 2002 02:00

Suma de letras. Madrid, 2002. 237 páginas, 7’99 euros

John Berger dijo que lo importante de contar no es el argumento, sino encontrar la voz. No hay mejor pauta para presentar a Almudena Solana (Pontevedra, 1962) y subrayar que no podía estrenarse con más acierto en su primera novela al ofrecer como aval la catarata de pensamientos registrados por la voz de un personaje inusual por su frescura, su ternura y su contagiosa franqueza. Cualidades que califican, de igual modo, el relato que se nos confía: fresco, conmovedor, y ejemplar en su pertinaz defensa de la palabra, de la lectura y de vidas que se obstinan en alcanzar un cobijo, por minúsculo que sea, para anhelos también minúsculos.

No cabe esperar mucha acción en él, pero no carece de ella. Aunque lo esencial es que ni contiene un suceso mayúsculo, ni hay nada desorbitado en su trama, ni el delicioso cuadro de personajes que rodea a la protagonista está lejos de patrones comunes, ni las impulsivas palabras de Aurora responden a otra cosa que a un pensamiento elemental, sin adornos ni ambigöedades, sin contradicciones ni enunciados retóricos. Son las que vierte en los curriculum que envía una y otra vez a la Agencia de Trabajo Temporal Talento narrando su vida con el fin de ofrecerse para el único trabajo que colmaría sus aspiraciones: "regentar la portería de un inmueble tranquilo". Ella, "por cosas de la vida y la mala pata de sus padres" lo más lejos que pudo llegar "desde algún sitio gallego" es Madrid, donde vive. Y allí, lo más grande que conoció fue la tristeza. Pero de ella aprendió a sacar a flote su ánimo, a comprobar que "no todo lo rige la felicidad", que puede confiar en su curiosidad para seguir aprendiendo y, así, "hacer las paces con su ignorancia", y que no debe claudicar en la única ambición que no lesionaría sus inquietudes. Le mueve el convencimiento de que el futuro tiene que ver con llegar muy lejos y desde ese trabajo -piensa- puede consumir horas en lograrlo sin moverse. De ahí que la portería se convierta en el único molde donde vaciar sus aspiraciones. De ahí lo insólito de su terquedad. De ahí que su voz y su tono nos reconcilien con los valores esenciales que reivindica esta fábula.