Luca Ronconi
No quiero que el Piccolo se identifique conmigo
31 julio, 2002 02:00Luca Ronconi. Foto: Ceferino López
Sucesor de Giorgio Strehler al frente del Piccolo Teatro de Milán, Luca Ronconi es uno de los grandes renovadores de la escena. Ha estrenado más de un centenar de obras y en su último trabajo, -la polémica trilogía sobre Dionisos- ha vuelto a demostrar que el teatro no es un arte anacrónico. Ahora quiere que las tres obras se vean en nuestro país.
-¿Qué idea conduce las tres obras de su trilogía sobre Dionisos?
-El punto de partida es el punto de llegada: Las ranas, de Aristófanes, una comedia que está en sintonía conmigo y con el momento histórico que atraviesa Italia. Los personajes de Las ranas son tres: Dionisos, Esquilo y Eurípides. Uno habla de un momento de decadencia cultural y política de una ciudad. El propósito del dios de la tragedia es recuperar esta decadencia volviendo al pasado. La historia, según decía Strehler, nos enseña que eso no es posible porque acabó mal. Yo espero que Italia no acabe peor. Prometeo es el prototipo del rebelde con un final aciago, un crepúsculo de los dioses. Con Las bacantes se realiza el encuentro con un nuevo dios, el hombre, y siendo una comedia es la más trágica de las tres.
- ¿Cómo entiende la contemporaneidad de los clásicos?
-Un clásico hay que mostrarlo a través de un catalejo, para comprobar cuánto hemos navegado y nos hemos alejado de ciertos lugares y hechos. Los clásicos son nuestros contemporáneos porque los usamos pero, primordialmente, son los contemporáneos de mi padre, de mis abuelos... son permanentes.
La memoria es libre
-Decía Strehler que "el teatro es el medio más elevado de conocimiento y de historia". Y para usted, ¿qué es el teatro?
- El teatro no me interesa en tanto que historia, sino en tanto que memoria. Pienso que la historia es una organización hipotética del pasado. La memoria trabaja en el desorden y eso me gusta. La historia sistematiza, es siempre parcial. La memoria se puede equivocar, pero es libre. El teatro es una forma de conocimiento y, sobre todo, una forma de encontrar relaciones con el mundo.
-En el siglo XX han convivido un teatro comprometido, brechtiano, con un teatro más preocupado por la estética ¿En qué tendencia se sitúa?
-No lo sé. El teatro brechtiano, el ideológico, no lo he frecuentado. Aunque Brecht se preocupó por el trabajo con los actores, no me gusta el dogmatismo. Tampoco creo únicamente en el trabajo estético. No me interesa la ideología o la dramaturgia de una obra, sino encontrar una forma pertinente -no una forma nueva- en sintonía con nuestro tiempo. Mi espectáculo Infinities está pensado para nuestra época y en él me reconozco como director.
-¿Puede explicar por qué?
-Se trata de un texto que está escrito por un matemático y astrofísico, John Barrow. Los grandes autores de la antigöedad no sólo escribían bien, sino que conocían perfectamente toda la literatura; ahora, sin embargo, los autores contemporáneos tienden a escribir de lo que ellos conocen y suelen sustituir la realidad por lo que captan. Conocen tantas disciplinas que pierden la esencia teatral. Es cierto que hay grandes obras que parten de la biografía personal, pero esto ya existía en el XIX. Llevar el lenguaje de las finanzas, de la economía o de la ciencia a un espectáculo hace que el público oiga un lenguaje que no conoce pero que forma parte de su vida. Eso pasa en Infinities.
Sin personajes, sin texto
-¿Cómo se traduce a la escena un texto de un matemático?
- El texto es científico. No hay personajes, no hay diálogos, no hay texto teatral. Es un espacio, una relación actores-público. Y un tema que el autor conoce y que al público le interesa. Encuentro interesante que el espectador se apasione con temas que no son en absoluto privados. No son de índole psicológica ni ideológica ni tratan de la cotidianidad. Son cuestiones que conciernen a todos. Cuando Esquilo escribió Prometeo, sobre los dioses, era un momento en que los problemas religiosos y políticos eran de interés general.
-¿Se siente continuador de Strehler en el Piccolo?
-En el Piccolo se abre una nueva etapa no sólo porque yo soy ahora su director artístico sino porque el propio teatro ha cambiado. En tiempos de Strehler el Piccolo era una sala y ahora son tres. Strehler ha sido director durante cincuenta años, de modo que el Piccolo era el teatro de Strehler. Yo actúo de una forma distinta y no se trata de romper el trabajo de Strehler. No deseo que el Piccolo se identifique con Ronconi ni que Ronconi se identifique con el Piccolo.
Luis BODELóN