Fuller, el inventor
Fuller con el Dymaxion Car #2 y con su cúpula de ojo de mosca en Snowmass, Colorado. © Roger White Stoller
Ivorypress rescata la figura del genial arquitecto Buckminster Fuller y lo hace de la mano de uno de sus más célebres discípulos: Norman Foster. Éste, con la colaboración de Luis Fernández-Galiano, acerca a la galería madrileña inventos, dibujos y fotografías del Leonardo del siglo XX. Foster, que muestra también su reproducción del automóvil Dymaxion, legado clave del norteamericano, recuerda, en exclusiva para El Cultural, los pasajes más emotivos de su relación con Fuller.
Lo más fascinante sobre la figura de Buckminster Fuller (Estados Unidos, 1895-1983) fue su capacidad para inventar. Los grandes inventores de la historia no pudieron construir todas sus obras, dejando apuntes, notas y pistas a ulteriores generaciones para que las reinterpretaran. Le Corbusier lo hizo en sus escritos sobre técnicas de fabricación en la Unité d'habitación. También Leonardo dejó en sus libros de notas innumerables inventos, entremezclando sin contemplaciones ciencia y arte, la mejor definición atemporal del humanismo.
Esta asociación de múltiples talentos y disciplinas, tiene en Fuller a uno de los más brillantes nombres del siglo XX, no sólo por lo inédito de sus construcciones o inventos, sino por la repercusión que ha tenido en el tiempo inmediatamente después. Su testimonio y sus ideas impregnan muchas disciplinas actuales, desde el arte, la ingeniería, la arquitectura o el urbanismo. Su herencia, que ahora Norman Foster reivindica en esta exposición, recogiendo su testigo, y reconociendo por lo tanto la devoción, respeto y admiración a uno de sus maestros, engrandece las figuras de ambos arquitectos. Foster, junto con el arquitecto y catedrático Luis Fernández-Galiano, ejerce de comisario de esta muestra que reúne originales de Fuller -dibujos, esculturas, fotografías y objetos- así como dos documentales producidos por Ivorypress para la ocasión.
Libre pensamiento
Otro aspecto fascinante de “Bucky”, como le llamaban sus discípulos, es la libertad con la que vivió toda su vida intelectual, una libertad que le permitió adentrarse en aspectos que ahora nos resultan familiares, como la optimización energética, las técnicas de fabricación o la multidimensionalidad del espacio, que incluía ya el tiempo como variable fundamental. Fuller distinguía las proposiciones aceptando las pruebas y desafiando todos los esquemas preconcebidos, dejando al tiempo la validez de sus modelos. Creaba con rigor, audacia y libertad.
Su obsesión por los procesos de fabricación en serie le llevó a diseñar su primer prototipo de vivienda prefabricada, la casa Dymaxion. El marketing del nombre expresaba asimismo la idea tras el objeto: dynamics, maximum e ion. Aunque no llegó a construir más que la maqueta, sirvió para iniciar sus investigaciones con estructuras ligeras sometidas a tensión. La Casa Dymaxion se alzaba sobre un mástil, emulando las estructuras arbóreas y aplicando técnicas de barras y tensores trasplantadas de la náutica. Con el mismo nombre desarrolló también un vehículo híbrido, entre automóvil y avión, que llegó a fabricarse sólo como prototipo. Foster, igualmente apasionado por la aeronáutica, ha construido para esta exposición la que quizá sea la pieza más llamativa: la cuarta versión del Dymaxion.
Pasión industrial
Con la misma marca, Fuller siguió inventando genéricos industriales: un baño completo, alojamientos de emergencia, prototipos de vivienda. Nunca llegaron a la producción en serie y, a pesar de que mantuvo la pureza de las ideas, su fracaso comercial fue estrepitoso. Estaba adelantado a su tiempo. A finales de los años 40, se refugió en la investigación y enseñanza y, en la mítica Black Mountain, coincidió con Cage, Albers, De Kooning. Allí construyó su primera cúpula geodésica. La estructura colapsó, pero fue el germen de la figura geométrica que desarrolló con diferentes escalas y aplicaciones arquitectónicas. La estructura como sistema expresivo de su arquitectura ha sido aplicada en diversos ámbitos, hasta dar nombre a la molécula C60 de carbono, “buckminsterfullereno” o “buckyball”, cuyos descubridores obtuvieron el Nobel de química en 1996. Y Fuller no dudó en aplicar esta técnica a distintas escalas: desde espacios industriales hasta la expresión de la grandeza nacional en el Pabellón de Estados Unidos en la Expo de Montreal de 1967.
Al final de su vida, ya convertido en leyenda, volvió al origen. Como en su metodología de trabajo, desafió a sus ideas para alcanzar el culmen de su creatividad: proyectó la memorable y visionaria cúpula sobre Manhattan, una burbuja tensa sostenida por la presión del aire de su interior, que protegía la atmósfera de la ciudad. Fue de los primeros en aplicar el conocimiento técnico en pro de una conciencia medioambiental. Quién sabe si también aquí se adelantó a su tiempo.