Cerrar los ojos
Vista de la Ciudad de la Cultura de Galicia de Peter Eisenman
Una exposición y un curso, patrocinado por la Fundación Banco Santander, acercan a Madrid, al Círculo de Bellas Artes, la Ciudad de la Cultura de Galicia. Allí acaban de inaugurarse dos de los seis edificios de Peter Eisenman.
Y así, un proyecto tremendamente seductor y sugerente en sus inicios -presentado en una exquisita maqueta de madera donde el edificio se funde con el terreno, donde las relaciones entre el recinto de la ciudad histórica y la nueva ciudad de la cultura aparecen inteligentemente distorsionadas por la topografía del monte donde se asienta- comienza su andadura de doce años hasta ahora, fecha en la que se inauguran dos de sus seis edificios.
Como pueden entender, en doce años cambian muchas cosas: cambios de gobierno, cambios de necesidades en los usos y programas, cambios en la manera de ver las cosas, cambios en las superficies, en las formas y en los acabados, cambios de otros cambios, cambios sensatos e insensatos, incluso, por cambiar, hasta cambios de arquitecto: Andrés Perea ha sido el encargado de desarrollar el proyecto de ejecución y las obras, razón por la que a mi entender, antes de cualquier crítica se debería tener cierta prudencia y sería razonable conocer las circunstancias que provocan que el resultado a la vista sea el que es. La pregunta surge entonces de manera inevitable: ¿cuánto hay de Eisenman y cuánto hay de Perea en la Ciudad de la Cultura?
Ante esta situación, se me ocurre que podríamos cerrar los ojos. Cerrar los ojos para no ver un nuevo despropósito levantado junto a una de las ciudades más hermosas de España, para ignorar su desmesura en todos los niveles; cerrar los ojos para no desvelar el conflicto con el territorio y ese aparente desarraigo con la lógica.
Pero también podríamos cerrar los ojos para soñar, para pensar y entender las razones de aquello que se nos muestra. No es esta una arquitectura fácil, y como he indicado al principio, en esta arquitectura es más importante el proceso que el resultado. Y una arquitectura de proceso implica, en cierta manera, un resultado inesperado. En este sentido quizás nadie mejor que Andrés Perea para llevar a cabo esta obra colosal, por su experiencia, su indudable conocimiento técnico para hacerla posible y esa "creencia" en el proceso que siempre ha mostrado en sus clases en la Escuela de Madrid.
Es esta una arquitectura con una gran componente esotérica, pues el edificio, nunca nos revela las razones de sus formas. Tampoco se pretende. Las mallas espaciales, los giros en los planos, las maclas de los volúmenes, los pliegues y los encuentros se nos presentan como decisiones caprichosas. Las vemos así, en efecto, pero podrían ser de otra manera. Es una arquitectura cuyas referencias son su propia arquitectura, una arquitectura en el fondo autónoma, donde el programa, el lugar o la construcción apenas importan. Una arquitectura que habla más del volumen que del espacio, y cuando éste aparece, se nos presenta como algo fluido, quizás en constante movimiento, en un aparente inestable equilibrio. Eisenman ha definido un lenguaje, un modo de operar con una fuerte carga de intelectualidad, y Perea le ha dado forma. Ante la Ciudad de la Cultura de Galicia cerrarán los ojos. Ustedes deciden si lo hacen para no ver o lo hacen para soñar.