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El gran azul
Casa Mediterráneo, Alicante
15 marzo, 2013 01:00Detalle del interior de Casa Mediterráneo
La estación de tren de Benalúa quedó en desuso al trasladar sus vías al centro de Alicante. Manuel Ocaña ganó en 2010 el concurso para su conversión en sede de la Casa Mediterráneo bajo el lema ‘Malditos Modernos'. Una declaración de independencia.
Un apunte de arquitectura-ficción: ¿y si ésta fuese un MacGuffin? Resulta, por supuesto, extraordinariamente llamativa, y no oculta cierto anhelo sublime. Pero corremos el riesgo de que el truco, por bueno, despiste otros aspectos sobresalientes del proyecto, desde la relación crítica entre continente y contenido a la inteligencia de la gestión económica y energética. Tampoco es que bajo la cubierta no haya "nada": hay una forma muy clara de entender este espacio y hasta una cierta impaciencia por averiguar cómo se dispondrán en su interior las pistas dejadas por el arquitecto. Una acromatopsia pasajera permite entender mejor el empeño.

Foto: David Frutos/ Bisimages
Pero Ocaña decidió utilizar la cubierta de liebre. Y obstinado en darle sentido, ha levantado un pequeño pueblo de invernaderos (a 3.000 euros la unidad), con sillas de catálogo y mesas de cerrajero diseñadas por él mismo que permiten el uso y consiguiente mantenimiento del edificio. Unos pequeños aparatos de aire acondicionado climatizan únicamente los pequeños volúmenes de trabajo, evitando el desperdicio energético. Un futuro de pocos lujos, pero sin dramas; un oxímoron construido de ebriedad ascética.
El destino de nuestra arquitectura pública pende de un hilo finísimo, lazo o garrote según el día. Las incertidumbres en la financiación y la candidez con la que se plantean los programas provocan indefinición en los plazos o, frecuentemente, su abandono. Es preferible el azúcar al acíbar, y cuando todo el mundo habla de responsabilidad -y señala con el dedo al arquitecto-, importa encontrar ejemplos dotados de estribillo, populares sin populismo y realistas sin ser necesariamente pragmáticos.